domingo, 2 de junio de 2013

La cuidad de los Califas

No es la primera vez que voy a Córdoba, por eso he estado más relajada, sin la presión de tener que verlo todo y he podido disfrutar de verdad de mi estancia. La primera visita siempre tengo la presión de lo desconocido, de no dejarme nada por ver, de ir a todos los monumentos y a todos los museos por si acaso me dejo algo que merezca la pena y me arrepiento de no haber estado allí.


He podido pasear por las callejuelas de la judería y dejar que nuestros pasos nos llevaran a callecitas perdidas o a patios recónditos. No hemos entrado en la Sinagoga porque ya la conocíamos y había muchísima gente haciendo cola.



Por supuesto también hemos llegado hasta la Mezquita, atravesado el Puente Romano, subido a la Torre de la Calahorra o bajado a los molinos del Guadalquivir.


Y hemos comido en un lugar que ya conocía y que sabía que tenían buena cocina a precios normales, nada de restaurantes turísticos en los que la calidad es inversamente proporcional a su precio.


Y por la noche a la feria. Gracias a unos conocidos cordobeses que nos han llevado a cenar y, posteriormente a tomar unos vinitos y a bailar a las casetas.
Me ha sorprendido la gran variedad de ambientes que se pueden encontrar. Yo iba con la idea de folclore y sevillanas, un poco asustada porque una tiene un gran sentido del ridículo y nunca he aprendido a bailar estas cosas...


Sin embargo, y aunque evidentemente había folclore porque estamos en Andalucía, también hemos estado en casetas de salsa, de música moderna, incluso en una muy animada, llena de gays, lesbianas, travestís, transexuales y, por supuesto heterosexuales, todos pasándolo bien y sin preocuparse del vecino. Todo un ejemplo de tolerancia.
Sin darnos cuenta nos han dado las tantas de la madrugada y hemos tenido que dejar la fiesta para irnos a dormir. Estábamos reventados, habían sido muchas las horas de coche y muchas las horas de fiesta. Y al día siguiente queríamos pasear la ciudad, disfrutar del sol, del calor y de un cielo azulísimo y sin una nube. Lo necesitábamos después del largo invierno que estamos teniendo más al norte...


Dejamos para el domingo la visita a Medina Azahara. Me encanta este lugar. Cómo me gustaría haber conocido la ciudad en su época de máximo esplendor.



Nos podemos hacer una idea de cómo era viendo el audiovisual que ponen en el Museo del Conjunto Arqueológico, un espacio moderno, didáctico, de líneas sencillas y con mucha luz, punto de partida de los autobuses que llegan hasta las ruinas.


Las excavaciones de la ciudad son relativamente recientes, empezaron en 1910, y queda mucho... Pero ahora no hay dinero para frivolidades, así que otra vez nos quedamos sin ver el Salón de Abderramán III, probablemente la parte más espectacular del lugar.

El Salón de Abderramán III, que no se puede visitar (foto internet)

Sigue cerrado, en restauración, como hace tres años cuando vinimos por primera vez. Pero si te acercas se puede observar que aquí no se trabaja desde hace tiempo, las vallas tienen óxido y los hierbajos han crecido alrededor... Que pena.