domingo, 20 de julio de 2014

Capilano Suspension Bridge

Hoy es nuestro último día en Canadá. A las cuatro menos cuarto de la tarde sale nuestro vuelo que hará una escala de tres horas, más o menos en Amsterdam. Tres veces he estado ya en este aeropuerto y aún no conozco la ciudad. Hay que poner remedio pronto.


Pero antes hemos querido aprovechar la mañana visitando el Parque Capilano. Nos ofertaban una excursión organizada que nos costaba por persona 139 dólares. Yo he entrado en la página de internet del parque y resulta que el precio de la entrada es de 35,95$ y el transporte se realiza en un shuttle gratuito. La parada más cercana a nuestro hotel estaba a no más de cinco minutos andando. El único problema era la lluvia que no paraba, pero aún así hemos arriesgado y hemos decidido ir. Era ahora o nunca.


Hemos pasado el puente colgante Lions Gate, llamado así por dos montañas que hay al norte de la ciudad y que muchas veces se utiliza como símbolo de Vancouver, y llegado a Capilano en pocos minutos.


En 1888 un escocés llamado George Grany Mackay llegó a Vancouver, compró 6.000 hectáreas de bosque a ambos lados del río Capilano y se contruyó una cabaña al borde del cañón. Al año siguiente hizo una pasarela con cuerda de cáñamo y tablones de cedro para poder pasar al otro lado y pronto se convirtió en una atracción.


En 1935 el propietario invitó a los indios originarios de la zona (Primeras Naciones) a colocar sus totems en el parque. Estos troncos tallados y pintados en vivos colores cuentan la historia y las leyendas de las tribus que habitaban esta zona.

http://www.capbridge.com/gallery/
En el parque hemos tenido que ir bastante aprisa porque se nos echaba el tiempo encima. Así que creo que íbamos tan preocupados porque teníamos que estar en el hotel a las doce y cuarto que no hemos tenido tiempo ni de pasar vértigo.


El puente está colgado a más de 70 metros metros sobre el río Capilano y su longitud es de 137 metros. Decir que se mueve es poco. Cuando no hay mucha gente y pasas por el centro sólo notas un balanceo, pero cuando está lleno y la gente pasa por los lados se mueve tanto que te cuesta mantener el equilibrio.


Además hay una atracción llamada Treetops, pasarelas colgantes de madera que unen las copas de los árboles. Y con una casa árbol incluida.


Y la creación más reciente es el Cliffwalk, inaugurado en 2011 y que consiste en una serie de estrechas pasarelas suspendidas de la pared de granito del acantilado sobre el bosque. En algunos tramos son de vidrio, que permite ver las profundidades del cañón bajo tus pies. No apto para cardíacos.


Misteriosamente no he tenido vértigo ni miedo, debe ser que este viaje ya me está curando de todo. Y al menos estas pasarelas no se balanceaban.


Hemos conseguido llegar al hotel en hora. Nos han llevado hasta el aeropuerto de Vancouver que me ha sorprendido por lo vistoso que es. El vuelo ha durado nueve horas. No he dormido nada, así que me he puesto las botas a ver películas.


En Amsterdam hemos pasado tres horas esperando el siguiente vuelo. Cuando al fin nos hemos sentado he quedado en coma. Totalmente agotada he llegado a Madrid, donde todavía tenía que ir a la estación a coger un AVE. De la estación de tren a casa he pasado ya de coger un autobús y he pedido un taxi. He dormido catorce horas seguidas.

sábado, 19 de julio de 2014

Victoria, la capital de British Columbia

Victoria es la capital de la Columbia Británica y está en la isla de Vancouver. A diferencia de la ciudad de Vancouver (que no se encuentra en la isla homónima sino enfrente, en el continente) se trata de una pequeña ciudad que no llega a los cien mil habitantes, una de las más antiguas del noroeste del Pacífico ya que se fundó a mediados del siglo XIX en territorio de los indios Songhuees. 


Hemos pasado a Victoria en un transbordador y subido a la cubierta superior con la esperanza de hacer unas bonitas vistas de las islas del estrecho pero el frío y la lluvia nos han hecho desistir.
Al llegar el tiempo estaba cambiando ha ido aclarando progresivamente hasta salir el sol y quedarse un día precioso.


Antes de llegar a la ciudad hemos ido a los famosos Jardines Butchart, situados en la zona metropolitana de Victoria, en una zona denominada Brentwood Bay.


Fueron creados por la Sra. Butchart en lo que fue una cantera que explotaba la empresa de su marido y que al quedar abandonada se convirtió en su pasatiempo favorito.


Decidió crear un Jardín Japonés, y para ello, en 1907, su hijo contrata al diseñador de jardines Isaburo Kishida, de Yokohama. 



Al Jardín Japonés lo siguió el Jardín Hundido, en el fondo de la cantera, con senderos, fuentes, miradores y pequeños lagos, el Jardín Italiano, en lo que habían sido las canchas de tenis de la mansión, y el Jardín de Rosas, en lo que había sido el huerto. Hoy en día la propiedad de los jardines siguen teniéndola los herederos de la familia Butchart.


Tras visitar los jardines nos hemos dirigido hacia la capital bordeando la costa y sus zonas residenciales, con mansiones espectaculares y casas que invitaban a quedarse aquí unos días de relax.


Victoria conserva el encanto inglés de los tiempos de la colonia. Destacan los edificios neobarrocos del Parlamento y, muy cerca el Empress Hotel, el hotel Empreratriz, de la cadena Fairmont y bautizado así en honor de la reina Victoria de Inglaterra, por entonces emperatriz de la India. 


Pero lo primero que hemos hecho ha sido ir a comer algo a un italiano llamado The old spaghetti factory que quedaba por allí cerca. Es una cadena de restaurantes, pero a mi me ha gustado. Al salir pasamos por el cercano Thunderbird Park, sede de una imponente colección de totems que son un recuerdo tallado en madera de las leyendas de las tribus que habitaban la isla. 



















Y cerca de la entrada del Royal British Columbia Museum, la primera de las actuaciones del Buskers Festival que veríamos a lo largo de la jornada.


Después, pasando por delante del Empress Hotel y al lado del puerto, hemos seguido la Government Street, una calle comercial llena de tiendas de moda, de recuerdos, de cafés... 


Y a la izquierda, en Johnson Street, Market Square. Es un edificio de finales del siglo XIX, una época en la que la ciudad se llenó de aventureros y buscadores de oro deseosos de encontrar fortuna. Aquí había hoteles, salones y tiendas. Hoy los viejos edificios de ladrillo y vigas han sido restaurados y acogen tiendas, artesanía, restaurantes internacionales, conciertos y actuaciones gratuitas.


Seguimos la Government St. hasta llegar al Chinatown, el barrio chino más antiguo de Canadá al que se accede por una puerta monumental que hay a la izquierda, en el cruce con Fisgard St. 


Los rótulos de los comercios están en chino y se puede curiosear un poco por los negocios de comestibles, arte y curiosidades. 


Y bajando por la Johnson St., a la izquierda, se abre Fan Tan Alley, la calle más estrecha de América del Norte. En su parte más angosta el callejón no llega a tener un metro de ancho. Antiguamente conocida por sus fumaderos de opio y casas de juego, hoy está llena de tiendecitas y restaurantes.


Al final de la calle de nuevo hemos girado a la izquierda por Wharf St. en dirección al puerto. Los edificios son alegres y coloridos y las calles están a rebosar de gente que disfruta del sol en las terrazas.



La zona del puerto estaba animadísima con las actuaciones del Victoria International Buskers Festival. Artistas callejeros de Canadá, Europa, Australia, USA y América del Sur se reúnen aquí. 


Músicos, magos, malabaristas, marionetas, equilibristas... El festival dura diez días durante los cuales la diversión y la variedad parece que están aseguradas.


Pero a nosotros se nos estaba haciendo ya la hora de regresar. Hay que coger el bus y llegar a tiempo al transbordador. Así que sintiéndolo mucho, porque hacía un tiempo muy bueno y todo estaba muy animado, dejamos el puerto y nos dispusimos a volver a Vancouver. 


Al menos esta vez hemos podido ir en cubierta disfrutando del paisaje y navegando entre islas y canales con un sol espléndido.


viernes, 18 de julio de 2014

Vancouver


Salimos temprano de Sun Peaks porque nos esperaban algo más de cuatrocientos kilómetros hasta Vancouver y queríamos llegar a mediodía. De todas formas hemos hecho dos o tres paradas para estirar las piernas o tomar un café.


Las paradas han sido en restaurantes de carretera, menos una en un pueblo llamado Hope, con una calle principal y poco más, pero con una cafetería, Blue Moose, en la que nos hemos tomado un estupendo capuchino que nos ha sabido a gloria después del café aguado al que nos tienen acostumbrados en los desayunos. Además había un parque enfrente para descansar un poco de la carretera.


También había una oficina bancaria a la que hemos ido pensando en cambiar moneda. Después de esperar un buen rato, la chica que nos ha atendido nos ha dicho que lo sentía mucho, pero que sólo cambiaban dólares americanos a dólares canadienses, no euros. Me ha parecido raro pero qué le vamos a hacer. Ya cambiaremos en Vancouver. Lo curioso es que la chica me ha dicho que le gustaba  mucho mi pulsera. Le he dado las gracias y he salido riendo pero contando calderilla para poder pagar el café.


A la entrada de Vancouver había un buen atasco, sobre todo en los alrededores de Granville, donde hemos parado y pasado un par de horas explorando sus tiendecitas, el mercado, la fábrica de cemento...


Granville Island fue una zona industrial y como recuerdo de ello permanece una ancrónica fábrica de cemento. Eso si, yo nunca había visto unas hormigoneras tan bonitas, sobre todo la que estaba pintada como si fuera una enorme fresa.


Ahora la zona acoge un puerto deportivo en False Creek, un colorido mercado público, galerías de arte, talleres de artesanos, teatros...


Hay, además, un montón de artistas callejeros como músicos, malabaristas, magos o actores. Pero aquí no puede actuar cualquiera, sino que hay que tener una licencia.


Aunque hay actuaciones todo el año, es en la temporada estival cuando son más numerosas, sobre todo por la llegada de turistas.


Luego hemos seguido hacia el Chinatown que no me ha gustado nada, a pesar de que el barrio fuese declarado Zona Histórica en 1970 y que se supone que muchos edificios han sido restaurados. Yo esperaba algo más exótico, limpio y colorido, y de eso nada.


Y los jardines Dr. Sun Yat-Sen Chinese Garden, una recreación a tamaño natural de un jardín de la dinastía Ming, ya estaban cerrados cuando hemos querido ir.


Stanley Park es uno de los mayores parques urbanos de Norteamérica, sólo comparable al Central Park de New York. Tiene 404 hectáreas que fueron en su  origen territorio de indios Musqueam y Squamish.


Las vistas del puerto son magníficas y además cuenta con playas, bosques con senderos para perderse, un acuario, una zona con totems...


Nuestro hotel está situado en el downtown, muy cerca del BC Place Stadium. Está bien pero hemos tenido el mismo problema que en todos los sitios. No entiendo porqué ponen un sólo botecito de champú, un único albornoz, unas únicas zapatillas...


Después de descansar un poquito en la habitación hemos salido a dar un paseo hasta el puerto y el Gastown, pasando por la Biblioteca,  la Catedral, la estación central de la Canadian Pacific Railway o el puerto.



Junto a la orilla se encuentra el Canada Place, un complejo arquitectónico coronado de velas blancas que alberga un muelle, un hotel y un centro de convenciones.


Gastown es uno de los barrios más antiguos de Vancouver y es denominado así porque creció en torno al salón que en 1867 abrió Gassy Jack Deighton, el cual cuenta con una estatua en Maple Tree Square.


Allí hemos visto cómo funciona el famoso Reloj de Vapor, situado en las esquinas de las calles Water y Cambie. Incluso hemos tenido la oportunidad de escuchar el pitido que emite cada cuarto de hora.


El barrio está lleno de terrazas, tiendas, galerías y mendigos. Además había curiosos edificios en ángulo muy agudo del estilo al Flatiron de Nueva York, como el Triangular Building, que data de 1909.



También hay muchos artistas callejeros, de todas las edades y estilos, tocando en la calle a cambio de unas monedas.


A la vuelta me he liado un poco y nos hemos perdido. Justo en ese momento ha empezado a llover. Para fastidiar un poco más que nada.  Pero ha sido sólo un momento. En seguida nos hemos orientado y hemos podido regresar al hotel.