jueves, 19 de octubre de 2017

Aragón: Monasterio de Piedra - Molina de Aragón - Castillo de Peracense - Albarracín

Primer día en Aragón y ya estoy enamorada de esta tierra. Llegamos al Monasterio de Piedra a las once de la mañana y aunque el tiempo no daba lluvia ha habido ratitos en que ha pinteado un poco y estaba cubierto.





Claro que donde más nos hemos mojado ha sido en la cueva que hay detrás del salto de la Cola de Caballo, que seguramente es, con sus 90 metros de altura, la más espectacular de las cascadas.





Aunque había calculado que pasaríamos un par de horas aquí, hemos estado tres. El recorrido por el Parque Natural, perfectamente señalizado, es de aproximadamente 5 kilómetros entre las cascadas, lagos e impresionantes paisajes que forma el río piedra a su paso por esta zona, cercana al municipio de Nuévalos.





Además se pueden ver las instalaciones de una de las primeras piscifactorías de España, lo que unido a la construcción de un hotel en el antiguo monasterio, ha hecho posible que el entorno se haya conservado hasta hoy.




Los 15€ de la entrada incluían además una visita guiada al Monasterio Cisterciense que, aunque era muy interesante, ha sido larga... El monasterio tiene su origen en la cesión del rey Alfonso II de Aragón de un castillo medieval a los monjes de Poblet para que repoblaran la zona.





El edificio comienza a construirse a finales del siglo XII en estilo románico tardío y y su consagración fue en el año 1218. Guarda curiosidades como zonas del antiguo castillo integradas en el monasterio o un sistema de calefacción llamado gloria que aún se utiliza en muchas zonas rurales de Castilla y que es precursor de los suelos radiantes.




Pero sin duda lo más destacado del conjunto es el claustro central de estilo gótico cisterciense y, sobre todo, la Sala Capitular, de planta cuadrada y cubierta por una bóveda de arcos apuntados que parten de cuatro columnas decoradas con motivos vegetales.




La iglesia está en ruinas. Es de planta de cruz latina y cuenta con tres naves y un ábside con capillas. Como tantos monumentos religiosos españoles, tras la Desamortización de Mendizábal en 1835, los monjes abandonaron el lugar que pasó a manos privadas.





Salimos ya sin tiempo ni para parar a comer para Molina de Aragón, que por supuesto está en Guadalajara pero tan cerca que no podíamos dejar de pasar por allí. Antes de llegar vimos un desvío por un camino de tierra que ponía que llevaba a la Torre de Aragón.




Y allá que fuimos, como si el coche fuera un todoterreno. La panorámica desde la torre, que forma parte de las defensas del castillo, es preciosa, se ve desde arriba todo el enorme recinto del castillo de Molina, tan alto que incluso los buitres volaban por debajo.



Seguimos hacia el pueblo y, aunque es una lástima, no podíamos quedarnos mucho. Así que preguntamos a un señor que volvía de comprar el pan desde dónde había mejores vistas del pueblo y su castillo y nos dijo que desde la ermita de Santa Lucía. 




Molina fue un reino taifa y es nombrado en el Cantar del Mío Cid. La antigua fortaleza andalusí se asentaba sobre restos de un castro celtibérico y fue reconstruida y ampliada tras la conquista de Alfonso I de Aragón en 1129. Dado su carácter fronterizo entre los reinos de Castilla y Aragón, cambió varias veces de manos hasta que finalmente se quedó en Castilla y hoy es el castillo de mayor tamaño que se conserva en Guadalajara




Y dejamos Molina de Aragón porque antes de llegar a Albarracín, donde habíamos quedado a las seis de la tarde, queriamos ver el Castillo de Peracense, un escarpado castillo construido con la arenisca roja de la sierra donde está situado con unas vistas que se pierden en la llanura del Jiloca.



Tanto el emplazamiento como el castillo en sí mismo me han sorprendido. Nunca había oído hablar de él y resulta que es sencillamente increíble. Y el entorno, con grandes piedras erosionadas hasta aparecer en equilibrios imposibles, contribuye a crear un escenario mágico. La pena es que en esta época del año solo abre en fines de semana. Así que no hemos podido verlo por dentro. Otra vez será, estoy segura. 




La carretera que nos ha llevado desde el Castillo de Peracense hasta Albarracín es una pesadilla. Hemos tardado un montón en llegar, encontrar un sitio para aparcar y llegar al punto donde habíamos quedado con la guía de la Fundación Albarracín para hacer la visita guiada del castillo.




Finalmente hemos llegado sólo 5 minutos tarde, eso sí, sin aliento, porque subir a toda prisa por las calles de Albarracín no es apto para cualquiera. Nuestra guía, Elena, nos ha contado perfectamente la historia del castillo y ha conseguido que por unos instantes reviviéramos la época de mayor esplendor de la Alcazaba de los Banu Rasin, la poderosa familia musulmana que lo habitó.



Desde lo alto del castillo hay además unas espléndidas vistas de todo el conjunto monumental de Albarracín, con la catedral y el colorido tejadillo de su torre en primer término y las murallas al fondo coronando la montaña.




Cuando hemos salido del Castillo, y ya sin guía, hemos recorrido el pueblo: la Calle de la Catedral, la Plaza Mayor, la Casa de la Julianeta, la Puerta de Molina, Calle Palacios... 


Nos hemos perdido por callejuelas de un trazado sinuoso, tan estrechas que los tejados de las casas de ambos lados casi llegan a tocarse. O con paredes que lejos se ser verticales, se adaptan al terreno con formas irregulares, como construidas por un albañil borracho.



Hemos dejado las maletas en nuestro hotelito y vuelto a salir a cenar algo. Elegimos una cena informal, unas ensaladas buenísimas y abundantes y unas brochetas muy sabrosas en un bar llamado La Taba.



Nuevamente hemos paseado por el viejo pueblo. Esta vez la iluminación nocturna le daba un aspecto distinto y más misterioso. Finalmente nos ha podido el cansancio y nos hemos ido a dormir.


2 comentarios:

Unknown dijo...

Me sirve para recordar ,fotografías muy bonitas, precioso.

Cdeiscar dijo...

Gracias, Marga. Es verdad, es precioso.