martes, 30 de septiembre de 2014

Turquía: Éfeso, Hierápolis y Pamukkale


Aunque Heródoto narra que Éfeso se llamó así por una reina de las Amazonas y que se cree que la primera ciudad que hubo aquí perteneció a los hititas, la fundación de la ciudad griega del siglo XI aC. se le atribuye a Androclo, hijo del rey de Atenas, que tras visitar el oráculo de Delfos decidió el establecimiento de la colonia.


Las ruinas de Éfeso que se visitan actualmente corresponden al tercer emplazamiento que tuvo la ciudad, en concreto a la que fue fundada por Lisímaco, un general de Alejandro Magno que la bautizó como Arsinoe en honor a su esposa y que la mandó construir en 287 aC. entre los montes Pión y Coressos porque los aluviones del río Caistros habían inutilizado el puerto.


Pero los habitantes del anterior lugar se mostraron reacios a mudarse ya que no querían abandonar su gran Templo de Artemisa. Así, cuenta la leyenda, que durante una tormenta Lisímaco mandó taponar los desagües y que la gente, al ver inundadas sus viviendas y negocios, terminó emigrando a la nueva ciudad.


Pero la época más brillante de la ciudad coincide con el Imperio Romano. Durante el mandato del emperador Augusto fue una de las capitales más importantes del mundo y llegó a contar con 200.000 habitantes. De esta época son los principales monumentos que podemos visitar en la actualidad, como el Templo de Adriano, construído para conmemorar la visita de este emperador a la ciudad en 123 dC.


La grandiosa Biblioteca de Celso fue mandada construir en 114 dC. por el cónsul Gayo Julio Aquila en honor de su padre y está orientada al este para que sus salas de lectura disfrutaran de buena luz por la mañana.


Éfeso fue también muy importante para los primeros cristianos pues en ella se dice que moraron San Juán y la Virgen María, así como San Pablo, que vivió aquí tres años, y San Lucas.

Lo malo de la visita era la cantidad de turistas que había procedentes de los cruceros. A cada rato una avalancha nueva.

Después de ver las ruinas de Éfeso hemos parado a tomar algo en una terraza de un restaurante junto a la carretera. A la sombra corría el aire y la temperatura era muy buena, porque hoy el sol está pegando fuerte.


Y tras la parada, de nuevo en carretera, que hay un buen trecho hasta Pamukkale. La mayor parte del tiempo vamos por una autopista en bastante buen estado. Lo cierto es que Turquía me está sorprendiendo agradablemente. Es un país mucho más moderno de lo que yo pensaba.
El trayecto discurre por valles llenos de frutales: higueras, granados, manzanos, olivos..., encerrados entre montañas.
Cerca ya de Pamukkale, qué significa "castillo de algodón", empiezan a verse los campos de algodón con las plantas a punto de florecer.


Hierápolis fue una antigua ciudad balnearia griega helenística que llegó a ser muy famosa en la antiguedad como centro de curación, donde los médicos utilizaban las aguas termales como tratamiento para sus pacientes.


Sin embargo, y paradójicamente, la época dorada de la ciudad comienza a raíz del terremoto del año 60 dC., durante el mandato del emperador Nerón, que ordena reconstruir la ciudad con su apoyo financiero en un estilo más romano, con una calle principal flanqueada por columnas que discurría de norte a sur y en cuyos extremos se encontraban las monumentales puertas de Domiciano y de Frontino.



Con motivo de la visita del emperador Adriano se inaugura el teatro, en el año 129. Además la ciudad llegó a tener un gimnasio, dos termas romanas. un templo dedicado a Apolo y, lo más llamativo, una inmensa necrópolis.


Se trata de la necrópolis mejor conservada de Turquía y se extiende a lo largo de más de dos kilómetros a los lados de la antigua vía de Trípoli. Tiene alrededor de 1200 tumbas, la mayoría helenísticas, pero también hay muchas del período romano. Hay varios estilos: sarcófagos. túmulos, pequeños templos...


Hierápolis se construyó en lo alto de Pamukkale. El "castillo de algodón" se puede divisar desde la lejanía porque tiene 2.700m de longitud y 160 de altura.


Las aguas termales contienen grandes cantidades de calcio que, a lo largo de los siglos, han dado lugar a gruesas capas blancas de piedra caliza y travertino, dispuestas como terrazas en forma de medialuna y comunicadas por estalactitas que dan la impresión de ser una cascada congelada.



Pero la gran atracción de la zona, increíblemente, estaba seca. Sus famosas terrazas de travertino no tenían ni una gota de agua porque los manantiales de agua caliente que las han formado están siendo desviados, parece ser que a causa de un programa de restauración del monumento que lleva a cabo la Unesco, cuyo fin sería que se blanquearan al sol  las zonas de color parduzco deterioradas por el turismo masivo y sin control.



Solamente había unas cuantas piscinas artificiales con agua, construidas en lo que fue una rampa de acceso asfaltada, que estaban atestadas de turistas que ponían sus pies a remojo.


Y alguna pequeña piscina natural perdida en los confines del monumento, dónde pude hacer alguna fotografía que al menos recordara lo que yo pensaba que íbamos a encontrar.


Qué decepción tan grande. Me he quedado sin palabras, frustrada y cabreada. No esperaba esto, ni mucho menos. Me he sentido totalmente engañada.


Lo que sí que hay a pocos metros es una piscina con el fondo cubierto de fragmentos de columnas que se cree que podría ser parte de un estanque dedicado a Apolo y a la que se podía acceder previo pago.


lunes, 29 de septiembre de 2014

Turquía: Estambul, mezquitas y bazares.


Ya estamos en Esmirna.
Por la mañana, en Estambul, después de desayunar algo mejor que ayer porque había menos gente en el comedor, hemos hecho una visita panorámica de la ciudad.


Nada de otro mundo, sin bajar del coche. Las murallas, el acueducto de Valente, que ya habíamos visto el primer día cuando llegamos del aeropuerto, el barrio de Pera, la torre Gálata, la plaza Taksim, el palacio Dolmabache y vuelta para terminar en la Mezquita de Eyüp Sultán.


Esta mezquita fue mandada construir por Memet el Conquistador en el lugar en que, supuestamente, murió Abu Ayyub al-Ansari, adalid de Mahoma, durante el primer asedio árabe de Costantinopla en el siglo VII. Su tumba es lugar de peregrinaje para los musulmanes y en el interior de la mezquita también se guardan algunas pertenencias del Profeta.


Para acceder a ella, no sé porqué, teníamos que cruzar por un aparcamiento en el que había instalado un corral provisional con corderos, supongo que preparados para la fiesta del Cordero que creo que es el domingo que viene. Apestaba.


Era un olor insoportable, creo que ni siquiera en las curtidurías de Fez olía tan mal. No sé el tiempo que llevarían allí encerrados sin limpiar la basura.



La mezquita está rodeada por el Cementerio de Eyüp, que se extiende por las laderas de la montaña a la que después hemos accedido por un teleférico.


Arriba hay un mirador y el Café de Pierre Loti, un oficial de la armada francesa que, en el siglo XIX, se enamoró de una mujer turca que estaba casada y se quedó aquí a escribir una novela sobre su aventura, Azíyade. Las vistas del Cuerno de Oro son preciosas pero teníamos el sol de frente.


Hemos bajado hasta el puente Gálata y nos hemos quedado viendo la Mezquita Nueva, que de nueva no tiene nada ya que se empezó a construir a finales del siglo XVI por orden de Safiye, madre del sultán Mehmet III y fue terminada por mandato de otra mujer, Turhan Hadice, madre del sultán Mehmet IV.


Su interior me ha recordado mucho al de la Mezquita Azul, la bóveda es similar y la decoración también se ha realizado con azulejos de Iznik en colores verdes, azules y blancos.
El complejo de la mezquita lo formaban, además, un hospital, una escuela, baños, fuentes y un mercado, el Bazar Egipcio o de las Especias.



Este bazar es el segundo más famoso de Estambul, por detrás del Gran Bazar, y no es muy grande. Sus ganancias ayudaban a mantener a la Mezquita Nueva y se especializó en especias y productos orientales aprovechando el emplazamiento de Estambul en la Ruta de la Seda. Tiene forma de L  y sus avispados vendedores hablan cualquier idioma con tal de hacer negocio. Compramos unos dulces y unas frutas escarchadas muy buenas.


Después hemos ido a la cercana Mezquita de Rüstem Pachá, construida por el arquitecto Sinán para el yerno y Gran Visir de Solimán el Magnífico. Se accede a ella por una escalera que está escondida en medio de callejuelas llenas de tiendas de todo tipo y de puestos de comida.


Hemos llegado a la hora de la oración y estaba cerrada pero nos hemos sentado a esperar tranquilamente al fresco. Los azulejos con que está decorada pasan por ser los más bonitos de la ciudad.



Para volver al hotel hemos cogido el tranvía en la parada de Eminonu. Creíamos que no podíamos entrar. Desde luego en el primer vagón que lo hemos intentado ha sido imposible. Después, en uno de los últimos, hemos conseguido meternos pero hemos ido como sardinas en lata. Impresionante, ni en el metro de Tokio me he visto así. Que agobio hasta la parada del hotel.


Cuando hemos llegado a por la maleta, y a pesar de que era pronto, ya estaban esperándonos para llevarnos al aeropuerto a coger el vuelo para Esmirna, que no ha durado ni una hora. Ningún problema, porque ya había hecho el check in online e imprimido el billete en España. A la llegada estaba esperándonos un chófer que nos ha llevado al hotel.

Hemos dudado si salir a dar una vuelta, pero hay que poner el despertador a las seis. Así que nos vamos a ir de Esmirna sin conocer más que el hotel. 

domingo, 28 de septiembre de 2014

Turquía: Estambul pasado por agua


Cuando hemos salido diluviaba. Con lo poco que me gusta la lluvia y lo molesta que resulta cuando estás "turisteando". Hemos decidido coger el tranvía. Lo primero que hay que hacer es sacar una ficha de plástico que se llama jetón y que cuesta 4 libras turcas en una máquina que hay en las estaciones. Después se mete en el torno y se pasa. En sólo tres paradas estábamos en la plaza de Sultanahmet.


Hemos caminado rodeando la gran plaza y recordando que fue un hipódromo, del que quedan restos como la spina, los dos obeliscos o la columna serpentina. Pero nunca ha sido escavado por los arqueólogos en su totalidad.


Nos hemos perdido por unas callejuelas que hay detrás de la Mezquita Azul, casitas típicas de madera pintadas de colores y un pequeño bazar, Arasta bazaar, fundado en el siglo XVII y cuyos ingresos ayudaban a financiar el mantenimiento de la cercana Mezquita Azul.


Al ir a la Mezquita Azul nos hemos dado cuenta de que había qué hacer cola. Una hora bajo la lluvia y aquello parecía que no acababa nunca. Casi daba la vuelta al edificio. Por fin, poco antes de las doce, que era la hora de la oración y cerraban la mezquita a los turistas, hemos entrado y lo primero que hemos tenido que hacer es quitarnos los zapatos y cubrirnos la cabeza con un pañuelo.


Impresiona su interior revestido de azulejos de Iznik y las enormes lámparas. Las fotografías no le hacen justicia. En el exterior cuenta con seis alminares, por lo que el sultán fue criticado ya que en aquella época sólo la mezquita de la Meca tenía este número. El sultán lo solucionó donando uno más para ésta última,
Además tiene un gran patio porticado en el que hemos pasado mucho tiempo esperando que parara de llover a lo salvaje.


Qué manera de caer agua, y además con mucho viento, así que mi pobre paraguas se ha dado la vuelta varias veces. Por ahora aguanta, claro que yo calada, menos mal que llevaba un impermeable y botas porque los pantalones chorrean.


Cuando ha parado un poco de llover hemos podido salir hacia Santa Sofía, la gran iglesia bizantina que se encuentra en el otro lado de la plaza Sultanhamet. Como dato curioso, fue la catedral más grande del mundo hasta que se terminó la catedral de Sevilla en 1520.
Y vuelta a hacer cola, aunque esta vez menos tiempo. Debe ser porque aquí había que pagar 30 libras turcas por la entrada.


Aun siendo impresionante me ha decepcionado un poco. Está llena de andamios y su estado de conservación da pena. Humedades, desconchones... está muy deteriorada y cuando ves de cerca los fantásticos mosaicos y los frescos da un poco de pena que no se tomen la molestia de restaurarla.


A la salida hacía un poco de sol. Bien. Pues no, a los dos minutos lluvia otra vez y así un par de horas hasta que el agua nos ha dado un respiro.


Por detrás de Santa Sofía, subiendo por la calle Sogukcesme Sokak, llena de casitas típicas de madera, hemos llegado a la Fuente de Amet III, construcción cuadrangular de estilo rococó turco, que está en la plaza ante la gran puerta del Palacio de Topkapi y el parque Gülhane.


Por suerte en la taquilla de Topkapi apenas había cola. La entrada para el palacio son 30 libras turcas y la del harem hay que comprarla por separado, otras 15 libras turcas. Yo creía que podía sacar las dos juntas en la taquilla pero el chico que la atendía me ha dicho que el harén estaba cerrado, Como era pronto le he preguntado la razón y no le he entendido bien. Al final me ha dicho algo así como que probara en el harén mismo cuando fuéramos a verlo.


Extrañada, he seguido y pasado las imponentes puertas que dan acceso al segundo patio del palacio. En el enorme espacio, a la derecha, está el acceso a las cocinas con unas grandes chimeneas y donde hoy hay exposiciones de vajillas, porcelanas chinas, menaje, armas...



A la izquierda se encuentra el Divan, formado por tres salas contiguas dónde se reunían los visires del Consejo Imperial, y la entrada al harem, un laberinto de patios y estancias dónde residían las esposas y concubinas del sultán.


Pero nosotros hemos pasado al tercer patio, a través de la Puerta de la Felicidad. Lo primero que encontramos es el Salón de Audiencias y las habitaciones en las que se expone el Tesoro: cuatro salas con piezas tan espectaculares como el diamante Cucharero, el tercero más grande del mundo con sus 86 quilates, tronos, puñales, joyas...


Al otro lado del patio, en la Cámara del Consejo, están las que son consideradas las reliquias más sagradas del mundo musulmán: el manto, dos espadas, un diente, una carta y un pelo de la barba de Mahoma, objetos de su hija Fátima y sus sucesores. Hay un hombre cantando continuamente pasajes del Corán y una luz muy tenue.


El cuarto patio tiene pabellones increíbles como el de la Circuncisión, el de Revan, el de Bagdad. el Iftar... También aquí hay un restaurante, el Konyali.



Desde este patio hay unas vistas al Bósforo, al Cuerno de Oro y la Torre Galata muy bonitas.


De nuevo hemos salido al segundo patio, donde se encuentra el acceso al Harem y una taquilla. Si nos descuidamos un poco no pasamos porque ya casi era la hora del cierre.


El Harem Imperial del Palacio de Topkapi tenía más de 400 habitaciones y era el hogar de la madre, las esposas y las concubinas del sultán. Se accede a él desde el segundo patio, a través de la Puerta de Carros. De ahí se pasaba al Salón de la Fuente de Abluciones donde estaban los eunucos que controlaban el harem y al Patio de los Eunucos, donde éstos tenían sus apartamentos y la escuela imperial. Y al fondo las habitaciones de las Odaliscas, esclavas blancas que eran ofrecidas como regalo al sultán.



Luego se suceden los patios como el de los apartamentos de la Reina Madre, el de las Consortes del sultán y las Concubinas o el de las Favoritas, alrededor de los cuales estaban las habitaciones. Pero sólo podemos ver una pequeñísima parte.


Que por suerte incluye las cámaras privadas de la Reina Madre, de varios sultanes como Murat II, Ahmed I y Ahmed III y los Apartamentos del Príncipe, éstos últimos decorados con azulejos de Iznik, techos de madera pintada, vidrieras de colores...


Casi al final del recorrido llegamos al Patio de las Favoritas, con un jardín y una gran piscina. Las favoritas tenían como misión asegurar la descendencia del sultán y cuando quedaban embarazadas alcanzaban el título de Consortes Reales. La mujer con más poder del harem era la Reina Madre, así que las intrigas y las luchas por llegar a ostentar este estatus debían de ser constantes en un mundo tan cerrado.


Por fin pasamos por el Camino de Oro, un pasillo hacía de eje del harem y comunicaba sus dependencias. Es un corredor sencillo, pintado de blanco y con poca decoración.


Hemos salido muy tarde, ya estaban cerrando. Pensábamos irnos al hotel porque yo estaba con los pies hechos migas. Pero antes paramos en un restaurante turco y pedimos unos kebabs de pollo para llevar y comerlos tranquilamente en la habitación. Estaban buenísimos y el kit para llevar no sólo incluía cubiertos  y una servilleta, también una toallita húmeda e incluso palillos mondadientes. Será que aquí se usan.


Lo malo es que al llegar a la parada del tranvía hemos visto cómo se encendía la iluminación nocturna en Santa Sofía y la Mezquita Azul. Un momento de indecisión y vuelta atrás. Las dos edificios estaban espectaculares. Unas fotos a pulso, sin trípode ni nada y vuelta al tranvía que iba hasta la bandera. Casi nos quedamos sin poder bajar en nuestra parada porque nos taponaban la salida.


De camino al hotel hemos hecho unas fotos a la Mezquita de los Tulipanes, en la que había una mujer, que parecía una mendiga, rodeada de docenas de gatos.