viernes, 28 de febrero de 2014

Lugares que me dejaron sin aliento 3

Bueno, no todo van a ser piedras. Todavía hoy se pueden encontrar en nuestro maltratado planeta maravillas naturales que, como no, también nos dejan sin aliento. Y en algunos casos esto se puede tomar literalmente, al pie de la letra.


Es el caso del Preikestolen, el Púlpito, en Noruega. Cuando me hablaban de los fiordos o de Noruega la imagen era esa, la de una enorme roca sobresaliendo de un acantilado, cientos de metros por encima del agua.

Por eso cuando finalmente pude ir al país escandinavo, Stavanger, la ciudad desde la que se accede, tenía que estar incluida aunque eso significase que me perdería otras como Alesund. Ya que no podía tener todo, al menos intentaría subir a la mítica roca.

Y no fue fácil, ni por la climatología ni por lo escarpado del terreno. La subida exige un esfuerzo, hay que estar preparado para trepar por senderos de cabras. Por supuesto merece la pena, la panorámica es increíble y una vez arriba y con un vértigo de muerte, hay que hacerse la típica foto sentado en el borde. Yo no podía ni mirar, lo pasé fatal.

La bajada fue un poco precipitada. Empezó pinteando y pocos minutos después aquello fue el diluvio universal. Bajamos corriendo, en plan suicida, porque nos podíamos haber roto la crisma. Llegamos a la base en media hora escasa y completamente empapados. Como si nos hubiésemos tirado vestidos a una piscina. Pero claro que mereció la pena. Volvería ahora mismo.


De Islandia me resulta muy difícil escoger algo en concreto. El país entero es una rareza natural y geológica, con paisajes únicos ante los cuales te sientes sobrecogido. Después de darlo muchas vueltas, creo que lo que más me sorprendió fue la laguna glaciar de Fjallsarlón, una pequeña maravilla situada cerca de su famosa hermana mayor, Jokullsarlón, en la que se han rodado montones de películas.


Es más pequeña y se accede a ella por una pista sin asfaltar. Tal vez por ello casi no había gente y la impresión fue mayor. Las fotos que hice no le hacen justicia. El silencio del lugar sólo era roto por los chasquidos ocasionales de los bloques de hielo al desgajarse del glaciar y caer a la laguna en forma de icebergs. Fantástico.


Y en las antípodas pero sin salir de Islandia, el área geotérmica de Námajfall, llena de volcanes, solfataras y lodos hirvientes con un fortísimo olor a azufre. Un paisaje que no parece de este viejo mundo, sino de otro en plena creación.


Totalmente opuesto sería el desierto de Wadi Rum, en Jordania. Su nombre significa "Valle de la Luna" y  dicen que es uno de los más bonitos del mundo. Puedo dar fe de que es de película (nunca mejor dicho, ya que aquí se han rodado varias, la más famosa, Lawrence de Arabia).


Lo mejor es visitarlo en un todoterreno de los que llevan los beduinos y quedarse a dormir en una tienda de pelo de cabra en uno de los campamentos, compartiendo con ellos la cena y el desayuno.


Y luego hay sitios en los que se mezclan naturaleza y piedras. Esas ciudades perdidas que la jungla ha reclamado para si  y en las que la historia y la naturaleza se abrazan, a veces literalmente. Un ejemplo sería Angkor, en Camboya.