viernes, 13 de julio de 2012

Islandia: Blue Lagoon y Reykiavik

En nuestro último día en Islandia hemos hecho una de las visitas estrella, una de las atracciones más famosas del país junto con el Triángulo Dorado y el área de Myvatn, la Blue Lagoon (Blaa Iónid).


Se trata de un balneario de aguas procedentes de la cercana planta de energía geotérmica de Svartsengi y se encuentra al lado del aeropuerto y a unos cuarenta kilómetros de Reykiavik.


Lo cierto es que al principio la idea de ir no me volvía loca precisamente, más bien me lo tomé como una especie de obligada visita. Vencida la inicial pereza, la verdad es que es bastante agradable bañarse en sus aguas azul claro, ricas en minerales como el sílice y el azufre y a una temperatura que oscila entre los treinta y pico y cuarenta y pocos grados, cuando fuera no había más de diez o doce. Lo ideal para una friolera como yo, que cuando me ducho lleno de vapor media casa. Además me resultó muy gracioso ver a la gente con las caras embadurnadas de blanco para aprovechar los beneficios de los barros silíceos del lugar. Para mi ya fue demasiado y lo dejé para mejor ocasión.


Tras un par de horas de estar a remojo yo ya me aburría, así que decidimos ir a explorar las instalaciones, la cara tienda de productos cosméticos y recuerdos y el famoso restaurante. Y como este último tenía buena pinta, nos quedamos a comer allí. Tampoco era tan caro y ya nos apetecía hacer una comida un poco más especial.


De vuelta a Reykjavik, y tras un descanso en el apartamento, dimos un paseo por por el casco antiguo de la ciudad, que comprende incluso un lago, el Tjörnin, rodeado de casas de colores, el moderno Radhús o ayuntamiento nuevo, la neogótica  Fríkirkjan o Iglesia Libre Luterana construida al modo tradicional de madera y chapa...


Muy cerca del lago está la zona del puerto. Bueno en esta cuidad todo está cerca y se puede ir andando a cualquier sitio.


 Aquí se habla mucho del diseño islandés. Bueno, si de ropa hablamos, es un poco peculiar... Recargado... No es precisamente mi estilo, pero hay que reconocer que tiene algo que le diferencia. Lo que, desde luego hay que reconocerles es que tienen mucha marcha, al menos en el verano.


Por las coloridas calles del centro encontramos gente bailando, un mercadillo animado por un DJ, bicicletas, turistas... Todo muy animado en la que es una de las capitales europeas más pequeñas.

jueves, 12 de julio de 2012

Islandia: Snaellfesnes (Julio Verne nunca estuvo aquí)

Tras un desayuno sencillo pero correcto hemos salido en ruta hacia Snaellfesnes, una península estrecha y larga en medio de la costa oeste de Islandia. Lo más destacado de ella, aparte de sus maravillosos paisajes y pueblecitos de pescadores es el glaciar Snaesfellsjökull, una mole de hielo en el extremo de la península con una altura de 1.450 m y en la cual situó Julio Verne su famosa novela "Viaje al centro de la tierra". Verne se documentó bien, no cabe duda, porque hace una descripción bastante buena del lugar pese a no conocerlo.


Hemos hecho un recorrido circular, empezando en el puerto pesquero de Stykkisholmur. Como sigo con las botas de agua puestas, el sol brillaba radiante y el agua del puerto parecía un espejo en el que se reflejaban el cielo azul y los barquitos de pesca de colores.


Algo más de cuarenta kilómetros hacia el oeste llegamos a otro puerto pesquero, Grundarfjördur, situado en una bahía rodeada de picos nevados. Los paisajes que vamos cruzando son impresionantes y guardan recuerdo de los primeros pobladores de la isla.


En Kolgrafafjördur, poco antes de llegar a Grundarfjördur, y en medio de unos paisajes de cuento, se encuentran las ruinas de Eyri, morada de la Saga Eyrbyggja que lleva el nombre de los descendientes de los colonos, que fueron llamados Eyrbyggjar. (http://es.wikipedia.org/wiki/Saga_Eyrbyggja).


Tras dejar atrás Olafsvik hemos hecho una parada en Hellissandur, un pueblecito pesquero de unos quinientos habitantes, para contemplar unos antiguos edificios de turba con tejados de hierba, dónde ahora ha sido instalado el Museo Marítimo. Desde aquí se puede acceder al Parque Nacional Snaefellsjökull e intentar encontrar la entrada al centro de la tierra...


Una vez alcanzado el extremo de la península, rodeando el glaciar y dando ya la vuelta por el lado sur, encontramos el cono volcánico del Saxholl. Es un cráter fácil de escalar, de hecho nos cruzamos con varias personas preparadas para iniciar la ascensión y disfrutar de las bellas vistas que hay desde su cima. O eso dicen, porque nosotros nos conformamos con contemplarlo desde el sendero que llevaba a él desde carretera.


Nuestra siguiente parada fue en los acantilados de Lonsdrangar, donde se encuentra el faro de Malarrif y unas formaciones basálticas que parece que corresponden a antiguos tapones volcánicos.



Ya habíamos pasado el mediodía cuando paramos en Hellnar, antiguo puerto pesquero que contaba también con unas cuantas granjas en los alrededores y que hoy conserva un grupito de casas, una iglesia y varios establecimientos turísticos. En la playa hay unas espectaculares formaciones rocosas y una cueva conocida por los cambios de colores que producen la luz natural y los movimientos del mar.


Tomamos algo y pasamos un rato descansando de tanto coche. Hubiera estado muy bien hacer alguna ruta, aunque fuera corta, a pie, para desentumecer los músculos, pero no se puede hacer todo en un dia. Esta península necesita de tiempo para conocerla un poco más en profundidad, para poder salir de la carretera y caminar y dejarse empapar de la magia de un lugar ya desde antiguo conocido por su fuerza.


Y es que a un paraje inolvidable le sucede otro, y pasamor de mar a montaña, de glaciares a acantilados, de cuevas a cascadas, de lagos a fiordos... Y todo ello deja en la retina una impresión imborrable, un recuerdo que hace que quieras volver allí, algún dia...
Pasamos junto a granjas situadas al pie de altísimos chorros de agua, como el de Bjarnarfoss, y deseé quedarme allí, en medio de esa paz, de esa tranquilidad que parecía tan alejada del mundo real y sus problemas.


Paramos en Langaholt, junto a unos lagos cubiertos de plantas acuáticas rojas y que reflejaban el azul del cielo y las montañas con sus cumbres nevadas y en los que nos saludaron un hombre y un niño, quizás padre e hijo, que portaban unas redes. Ni idea de que se proponían pescar con semejante equipo, pero seguramente lo importante era que estaban juntos disfrutando de una tarde tranquila en plena naturaleza.


Ya de vuelta hacia Bogarnes y Reykjavik, la costa sur de la península está plagada de bellos paisajes donde se encuentran las montañas con el mar, los lagos con los campos de lava, las cascadas, los caseríos...


Con gran pesar hemos cruzado el fiordo de Hvalfjördur o de  la Ballena por el túnel submarino de seis kilómetros y regresado al punto de partida de hace una semana. Parece ser que merece la pena rodearlo por la belleza de sus paisajes, pero la tarde caía y ya teníamos algo de prisa.


Hemos cerrado el circulo regresando a Reykjavik, a un apartamento en el mismo edificio pero esta vez en la cuarta planta: un precioso abuhardillado ideal para relajarse los dos últimos días que nos quedan en Islandia. Ni siquiera la falta de ascensor ha sido un impedimento, ¡nuestro amable recepcionista, un vikingo en toda regla, ha cargado con veinte kilos de maleta en cada mano sin despeinarse y sin perder la sonrisa!

miércoles, 11 de julio de 2012

Islandia: Hacia el oeste

Hoy salimos desde Akureyri hacia el suroeste, a Bogarnes. Tras desayunar tranquilamente en la cocina de nuestro apartamento hemos paseado un rato por el centro de la ciudad y hemos salido hacia el sur atravesando profundos valles entre montañas por cuyo fondo discurrían ríos o descansaban lagos. 


Todo es más verde y se ven más granjas que en días anteriores, aunque siguen estando muy dispersas, y pequeños centros de población con poco más que una iglesia, una gasolinera con supermercado y cafetería y cuatro casitas. Y, claro está, caballos y ovejas. Muchos.


Hemos hecho una parada para repostar, tanto el coche como nosotros, en Blonduós, pequeño pueblo con menos de mil habitantes en la desembocadura del Blanda. Tiene un museo textil, pero estaba cerrado.
Carretera adelante, hoy solamente encontramos unos kilómetros de tierra, sin asfaltar. Y en obras. Con un poco de suerte pronto estará terminado. Parece mentira que ésta sea la Ring Road, la carretera 1 de los mapas.


Así, tras cruzar la parte oeste del país de norte a sur y poco antes de llegar a Bogarnes, salimos por un desvío al valle Hvitá, hacia la aldea de Reykholt. En este lugar vivió y fue asesinado el poeta y guerrero Snorri Sturluson. Unos quince kilómetros más adelante hemos llegado a las cascadas de Hraunfossar y Barnafoss. 


Hraunfossar en realidad son una serie de cascadas que brotan de una pared de lava porosa y cuya agua procede del glaciar Langjökull. O sea, que aquí no hay río, parece que el agua sale de la nada.


Aguas arriba de Hraunfossar se encuentra Barnafoss. Su nombre, la cascada de los niños, se debe a una leyenda que cuenta que unos niños de una granja cercana perdieron sus vidas aquí cuando intentaban cruzar la cascada por un puente natural de piedra que estaba situado por encima del torrente. Después del accidente la madre de los niños destruyó el puente.



Además de las cascadas y torrentes hay numerosas pozas de aguas claras. Es un bonito lugar para parar un rato paseando y empapándose de la belleza de estas tierras del norte de Europa. Y cómo hoy el día es más tranquilo (ya veremos mañana), hemos aprovechado para disfrutar del sol que brillaba como si en tierras más meridionales estuviésemos. Y de las temperaturas, que han pasado de los 20ºC, cosa bastante inusual aquí. Es el efecto "botas de goma". Lo malo es que hoy se me estaban recalentando los pies...


A la vuelta hemos comido algo de la tienda de la gasolinera de Reykholt y nos hemos sentado a disfrutar del sol en la terraza que había fuera de ésta. 
Tras el descanso hemos conducido hacia Bogarnes, un pueblo que no llega a los dos mil habitantes situado en una península en el fiordo de Borgarfjördur. Es de las pocas poblaciones de la costa islandesa que no se dedica a la pesca, sino a la industria y el comercio. 


Bogarnes tiene un pequeño museo local, pero lo más importante es que es el punto de partida para visitar la península de Snaelfellsnes, nuestro próximo destino. Pero eso será mañana.
Hoy tras llegar al hostal y dejar las maletas en una habitación que parece un zulo (da a un paredón de piedra y no tiene más que unos ventanucos en la parte de arriba) hemos salido a pasear por el pueblo.


Mañana tenemos el desayuno incluido y después, y siempre con mis botas puestas, saldremos hacia el oeste.

martes, 10 de julio de 2012

Islandia: El norte y las botas de agua

Vamos a empezar con lo de las botas de agua. La historia viene de atrás, de una Semana Santa en Galicia en que no dejó de llover. Bueno, en realidad solamente dejaba de llover cuando yo me calzaba mis botas de goma. Vale, pues con no quitármelas arreglado. Pues no, porque me hacían daño si las llevaba mucho tiempo puestas.


Y así quedaron las cosas hasta que decidimos venir a Islandia y me compré unas nuevas botas "todoterreno", con unas buenas estrías en la suela a prueba de resbalones. Y ha vuelto a pasar. Desde que me las puse en la mañana ayer no ha vuelto a llover y hace un sol espléndido. Así que mucho me temo que esta vez no hay excusa, porque son realmente cómodas...


El día tocaba relajado después de la paliza de ayer, así que desayunamos con calma y partimos hacia Godafoss, la cascada de los dioses, una de las más espectaculares de Islandia. Está formada por las aguas del rio Skjálfandafljot al precipitarse desde una altura de doce metros y en formando un semicírculo de unos treinta metros de ancho.


Su nombre alude a una leyenda. Hacia el año mil Torgeir Ljosvetningagodi declaró el cristianismo como religión oficial del país y, según cuentan las sagas, antes de regresar al Alpingi, lanzó la estatuas de madera de los dioses a la cascada. No obstante, permitió a los islandeses que siguieran practicando sus costumbres y sus cultos en privado.


Tras pasar buena parte de la mañana en Godafoss volvimos sobre nuestros pasos y, poco antes de llegar a Akureyri, nos desviamos por una carretera que termina en el pueblecito de Grenivik tras recorrer buena parte del largo fiordo de Eyjafjördur. 


La carretera va bordeando el fiordo encajada entre las montañas y el mar, asomándose a unos paisajes de cuento, pequeñas granjas, praderas y nieves perpetuas, dónde caballos y ovejas tienen su particular paraíso.


Así llegamos hasta Laufás, un museo al aire libre instalado en una antigua granja- rectoría del s. XIX. Está formado por varias casitas típicas de turba, con tejados a dos aguas cubiertos por la hierba y una pequeña iglesia de madera que conserva un púlpito del s. XVII. 


Viendo estas casas no puedo evitar acordarme de La Comarca, de El señor de los anillos. Al fin y al cabo Tolkien se inspiró en la mitología nórdica, en sus historias de trolls, elfos, enanos... Muchos de los paisajes de su libro pueden verse aquí. Montañas, glaciares, desiertos, praderas... La película se filmó en Nueva Zelanda, pero si su director hubiera nacido por aquí... quién sabe.


La carretera terminaba en Grenivik, un pueblecito de pescadores que se encuentra por debajo de una montaña, Kaldbakur, de 1167m, a la cual hay diversas rutas de senderismo.  


Por lo demás el pueblo no tiene gran cosa, una bonita iglesia rodeada del camposanto, casitas de colores, caballos, un puerto pesquero...


Me gustó especialmente una casa situada al borde del agua, con su barca de madera y sus pescados secando al sol. Me recordó mucho otras imágenes en el norte de Noruega, en Laponia, de un lugar en el que paramos a comer y que se llamaba... (Veinte minutos buscando en el mapa)... Repvag.


Desandamos el camino recorrido por la misma carretera hasta el cruce con la Ring Road y pusimos rumbo a Akureyri. 


La tarde pasó tranquilamente, paseando por la zona más antigua y el puerto, viendo tiendas y tomando algún café. 


Me gustó especialmente una gran librería, llena de gente hojeando los libros, leyendo el periódico, conectados en los ordenadores. Nunca había visto algo así en España y me encantó. Cómo me gustaría tener cerca un lugar así, en el que puedes incluso tomate un café mientras decides qué libro comprar...


Y como se puede ver por las fotos, hizo sol todo el día y tuvimos unas temperaturas muy agradables para la latitud. Claro, que yo no me quité las botas de goma, e incluso ¡me probé unas más altas en un outlet local! Todo sea por no tener una climatología adversa...





lunes, 9 de julio de 2012

Islandia: Agua, tierra y fuego

La noche ha pasado volando. Estoy durmiendo genial y casi de un tirón y eso que lo de la luz... Pero estoy demasiado cansada cuando me acuesto como para que me despierte la claridad. Aun así nos hemos levantado prontito, porque hoy el día es uno de los más densos, al menos a priori y sobre el mapa. Y sigue lloviendo. He sacado las botas de goma todoterreno de la maleta porque a poco cómodas que me resulten, creo que las voy a usar bastante. Lo raro sería que no lloviera en Islandia, ¿no?


Hemos dejado la cabaña por el atajo. Me explico: ayer el dueño me hizo dar una vuelta de mil demonios con el coche hasta llegar a la puerta... ¡A veinte metros de la puerta de su casa! Como no fuera que no quería que le pisáramos el verde, es que no me lo explico. Y esto no es España, aquí todo está verde. Era un poco rato el hombre. Del tipo troll. Pero esta mañana he pasado de él y he salido hacia la casa principal. Bastantes caminos de cabras tengo que hacer sin más remedio como para que me los apunte sin ningún motivo.


Parada a desayunar en Egilsstadir, una localidad de poco más de dos mil habitantes, centro de servicios de la zona (hospital, bancos, gasolinera, aeropuerto, supermercados...). Ya se que se está convirtiendo en una costumbre, pero juro que lo único abierto a esas horas era la cafetería de la gasolinera.
Y salimos camino hacia el norte. Al principio es una zona de colinas, tierras de pastos, cañones escavados por ríos glaciares, cascadas... La Ring Road continúa de macizos montañosos sembrados de pequeños lagos. Es una zona deshabitada desde que en 1875 el volcán Askja la arrasara con una lluvia de ceniza y piedra pómez. Hasta entonces había habido granjas, ahora no hay nada. A continuación está el desierto de Geitasandur, más cenizas y piedra pómez del mismo volcán.


Cerca de la granja de Grimsstadir dejamos la carretera principal y nos adentramos por una pista sin asfaltar en el Parque Nacional de Jökulsárgljúfur. Tras algo más de treinta kilómetros llegamos a la cascada de Dettifoss. Se trata de un salto de más de cuarenta metros de altura y con el volumen de agua mayor de Europa, de color plomizo por los sedimentos que arrastra.


Poco después otro desvío a la izquierda, esta vez para la cascada de Hafragilsfoss, algo más pequeña pero con unas impresionantes vistas del curso del Jökulsá, que en algunos lugares con menos corriente luce bellos colores azules y verdes por el depósito de sedimentos.


Poco después de terminar la pista de grava se encuentra la entrada al valle de Asbyrgi, una garganta de altas paredes y forma de herradura que, según la leyenda, es una huella de Sleipnir, el caballo de Odín.


Guarda una gran riqueza animal y vegetal: sauces, abedules, enebros y patos. Éstos últimos se pueden ver sin ningún problema en el lago de transparentes aguas verdes que se encuentra al final de la garganta.


Es un precioso lugar, un enorme jardín encantado en el que se respira paz y tranquilidad y en el que lo mejor es recorrer andando sus senderos para empaparse de su atmósfera. Cosa que no hicimos nosotros, que como siempre íbamos con prisa.


Volvimos a la carretera, bordeando el norte de la isla, subiendo pendientes del 16% como la del promontorio de Tjörnes dónde paramos a admirar las vistas del Oxarfjördur y bajando a veces por acantilados de vértigo y entre agrestes paisajes, hacia Husavik


Este pueblo tiene poco más de dos mil habitantes y es un importante puerto, famoso hoy por las salidas en barco para ver ballenas. Tiene además una bonita iglesia de madera de 1907 y algunas pintorescas casas de madera. 


También había algún restaurante típico en la zona del puerto, pero estaban atestados de turistas a la caza de una instantánea de un cetáceo. Y como parecía que no nos hacía especial ilusión pasar más frío en alta mar para ver si veíamos ballenas, pues tras dar un paseo nos volvimos al coche y pusimos rumbo a la zona del lago Myvatn. Que, por cierto, quiere decir "lago de las moscas enanas".


Y de nuevo, a los pocos kilómetros de coger el desvío, desapareció el asfalto y tuvimos que recorrer una pista de tierra durante unos cincuenta kilómetros hasta llegar al cruce con la Ring Road, que pasa junto al lago. Éste se puede rodear por carretera e ir descubriendo todas las rarezas geológicas de la zona: Námafjall, el volcán Krafla, el volcán Hverfjall, las formaciones de lava de Dimmuborgir, los Klásar de Hofdi, los pseudocráteres de Skútustadagigar, los alrededores de Mivatn son increíbles.


Lo primero que se divisa al llegar es el cráter cónico del volcán Krafla, que se mantiene activo después de estar casi diez años ,entre 1975 y 1984, con continuas erupciones.


Después, a la izquierda de la carretera hay una pista de grava que permite llegar a las laderas del volcán Hverfjall, de 480 m de altura. Se puede subir hasta su enorme cráter de unos mil metros que seguro que tiene unas vistas fantásticas... pero hay mucho por ver todavía, y a este paso...


Otro desvío a la izquierda y estamos en el área de Dimmuborgir, cuyo nombre significa "fortaleza negra" en islandés y que constituye un laberinto de chimeneas de lava que forman figuras, pináculos, arcos. Hay unos itinerarios fijos, creo que tres, marcados en diferentes colores, pero a mí me resultó extremadamente fácil perderme. Menos mal que finalmente encontré la salida cuando ya empezaba a ponerme nerviosa. La forma más curiosa es llamada por su aspecto la iglesia o kirkja.


La siguiente parada corresponde a Hofdi, una pequeña península en la que se pueden ver peculiares formaciones basálticas que surgen del agua y que se llaman klásar.


El día iba pasando y el catálogo de maravillas de la zona parecía no tener fin. Todavía nos quedaban los  pseudocráteres de Skútustadagigar, una formación volcánica muy peculiar. Se trata de unos cráteres que nunca han tenido lava, sino que deben su forma a la explosión ocasionada por la presión ejercida por el vapor de agua como consecuencia del paso de un flujo de lava por una zona con agua. Algo así como una enorme burbuja, por lo que yo puedo entender.


Pero ya habíamos dado la vuelta completa al lago y aún no habíamos encontrado el área de Námajfall, una zona geotermal con fumarolas, solfataras, barros hirvientes... Vimos una columna de humo (o vapor, no sabíamos) y hacia allí fuimos, para encontrar una planta de energía geotérmica rodeada de un lago de aguas azul claro casi nacarado. Increíble. Y siguiendo una carretera, muy cerca, un balneario.


Que por cierto, tenía un olor a huevos podridos que hacía que se nos quitasen las ganas de relajarnos un rato. Y eso que nos hubiera venido muy bien.


Cuando ya estábamos a punto de abandonar, desde lo alto de la carretera pude distinguir Námajfall, un área geotermal plagada de volcanes de lodo hirviente, solfataras y fumarolas humeantes que junto con el vapor de agua expulsan gases como el sulfuro de hidrógeno, responsable del olor característico de las aguas termales y de la zona.




Me pareció un lugar como de otro planeta, nunca había visto nada igual. A pesar del frío que hacía, unos seis grados, y del aire helador, no me cansaba de recorrer la zona, de hacer fotos, quería registrarlo todo...


El cielo cada vez estaba más cubierto, pero finalmente la lluvia nos respetó y, con mucha pena, seguimos carretera hacia Akureyri, la capital del norte de Islandia, dónde dormiríamos dos noches.


Todavía quedaba un buen trecho, amenizado por una estampida de caballos, obras en la carretera, la vista desde lejos de Godafoss, a la que volveríamos al día siguiente...
El apartamento de Akureyri nos gustó. Dos dormitorios, cocina y baño con la entrada directamente desde el jardín de una casa de época y al lado del centro histórico y comercial.
Lo de la cocina, aunque estaba un poco anticuada, estuvo muy bien. Pudimos prepararnos una cena más que aceptable y desayunar allí los dos días.