domingo, 8 de julio de 2012

Islandia: Skaftafell y el salvaje este

He despertado con un sol espléndido acariciándome la cara. Alguna ventaja tenía que tener la manía que tienen en las tierras del norte de no usar persianas. Lo malo es que hay que acostumbrarse a dormir con luz: en esta época del año no hay noche, pues a pesar de que el sol desaparece un par de horas, la claridad sigue hasta que amanece (si se puede llamar así).


Tras un buen desayuno he aprovechado para conectarme un rato a internet y ponerme al día con el correo, hacer alguna llamada a través de Skipe... Y salir tempranito hacia Vatnajökull, el gran glaciar que ocupa casi el diez por ciento de la superficie del país, un gigante de aproximadamente cien kilómetros de norte a sur por ciento cincuenta de oeste a este. El más grande de Europa. Y eso que su volumen está bajando en los últimos años a causa del calentamiento de la Tierra.


Nuestra primera parada de verdad (que no fuera en la carretera a hacer fotos) ha sido en el Parque Nacional de Skaftafell, el segundo mas grande de Islandia. Su paisaje recuerda a los típicos de las montañas suizas, pero más salvaje. Montañas, glaciares, ríos, cascadas, incluso un desierto de arena llamado Sandur


En días soleados como el de hoy tiene un clima muy agradable, ideal para dar largos paseos por los senderos que están perfectamente señalizados y disfrutar de sus tesoros. Tal vez uno de los sitios más conocidos sea la cascada de Svartifoss, que cae en un escenario de rocas basálticas formadas por la cristalización de la lava que se enfría lentamente y a la que se accede por un empinado sendero que salva varios cientos de metros de desnivel en de alrededor de un kilómetro y medio. 


Por el camino se encuentra otro chorro, no tan espectacular pero igualmente hermoso, Hundafoss. 


El parque también tiene un camping y un centro de información con la clásica tienda de recuerdos y un restaurante-cafetería con un terraza estupenda en la que pasamos un buen rato recuperando fuerzas, disfrutando de las vistas, tomando el sol y unas bebidas.  


Con pena hemos tenido que irnos, me hubiera gustado pasar allí todo el día, paseando, subiendo a los glaciares o adentrándome en el parque por senderos llenos de flores y vegetación de colores vivos y brillantes.


Pero el día va a ser largo y nos quedan tantas cosas por ver... Creo que este país necesita mucho más que nueve días para conocerlo mínimamente.

Siguientes paradas programadas: las lagunas glaciares de Fjallsárlón y Jökulsárlón.


Fjallsárlón, la más pequeña y escondida se llega por una pista sin asfaltar que sale a la izquierda de la Ring Road y y no pude por menos que soltar una exclamación de admiración cuando pude divisarla. 


Es sencillamente de una belleza espectacular, más pequeña que su famosa hermana, pero tal vez por ello poco frecuentada y mucho más auténtica. O al menos así me lo pareció a mí. Apenas había allí media docena de personas cuando llegamos y el silencio sólo era roto de cuando en cuando por un sonido similar al de un trueno que anunciaba que un nuevo iceberg se había desgajado del glaciar para caer a la laguna.


Tras este aperitivo, Jökulsárlón ya no me pareció tan increíble. Es muy hermosa, mucho más grande y fácilmente accesible desde la carretera que la cruza con un puente en su extremo sur, por dónde se une al mar. Es muy profunda, ya que llega a los doscientos metros y se forma por la lengua del glaciar Breidamerkurjökull. 


Me pareció una imagen preciosa la de los azulados icebergs adentrándose en el océano en medio de una suave bruma. O cuando pasaban por debajo del puente.


El problema es que hace tiempo que fue descubierta por el turismo de masas, y nada más llegar te encontrabas con un aparcamiento atestado de coches y autobuses de los que bajaban montones de turistas ávidos de hacerse la foto-testigo y de montar en uno de los barcos anfibios que hacían un minicrucero por la laguna. Y aunque esa era nuestra primera intención, varios autobuses de turistas intentando subir todos a la vez a los barcos, más la bruma que cada vez más era más parecida a una niebla bastante densa, consiguieron disuadirme.


Así que finalmente no hubo paseo ente los hielos y seguimos carretera adelante. El camino sigue hacia Hofn y los fiordos del este de Islandia y cada vez se hace más solitario y salvaje. 


Y seguimos parando por el camino, unas veces por obligación, porque las ovejas tienen la manía de tumbarse en las cunetas y en cualquier momento saltan a la carretera, y otras porque no podíamos remediarlo, los paisajes eran tan apabullantes que te dejaban sin habla y como yo iba conduciendo distraída podían dejarnos también un susto.


Hofn es uno de los pocos puertos del sur del país y cuenta con unos 1500 habitantes. 


Su nombre, de hecho, significa "puerto" en islandés. Viven de la pesca y del turismo y cuentan incluso con un pequeño aeropuerto.


Durante el viaje y a ambos lados de la carretera se suceden grandes extensiones de flores azules. El altramuz de Alaska fue introducido para tratar de frenar el problema de la erosión y porque, como todas las leguminosas, va formando poco a poco un suelo más rico en nutrientes que al cabo de unos años permite la plantación de otras especies más exigentes. Pero también tiene sus detractores porque se ha convertido en una especie invasiva que amenaza el crecimiento de musgos y otras plantas. Lo que no se puede negar es la belleza de campos de flores que se extienden hasta el horizonte.


Otra parada fue a ver una bandada de cisnes en una zona de marismas.


Y finalmente la carretera, tras un moderno túnel, empezó a bordear los fiordos del este de la isla, subiendo por acantilados vertiginosos con miradores a pequeñas playas de arena negra.


Por suerte en esta zona cada vez te cruzas con menos gente, porque la Ring Road empieza a parecerse a una carreterita local, a veces sin señalizar siquiera.


Y entre tanta belleza solitaria, y tras mas de cien kilómetros, el depósito del coche entró en la reserva y había que buscar, obligatoriamente, una gasolinera.


Así llegamos a un cruce a la derecha de la carretera que nos conducía a un pueblecito de poco más de trescientos habitantes llamado Djúpivogur, antiguo puerto pesquero y punto de partida de los barcos a la isla de Papey, considerada el primer lugar dónde se asentaron monjes irlandeses antes de la colonización vikinga.
El edificio más antiguo es el Langabúd, una especie de almacén del s.XVIII.


Y encontramos la ansiada gasolinera. Cerrada. Y creo que ha sido el momento más agobiante del viaje. Parece una tontería pero nuestra cabaña estaba a más de cien kilómetros todavía y  el gasolil no daba para más. Además, recordé que era domingo por la tarde. En muchos lugares, sobre todo si son pequeños, cierran las estaciones de servicio. Bajé del coche pensando qué podíamos hacer. Y descubrí una de las características de las gasolineras de Islandia: en los surtidores hay una ranura para las tarjetas de crédito y unas completas instrucciones en inglés. Salvados.


Tras el sofocón pensamos que nos merecíamos un cafetito en la terraza de un hotel local y un paseo por el pueblo. Descansamos un rato pensando que ya no nos quedaba nada. A la altura de Djúpivogur la carretera empieza a bordear el fiordo de Berufjördur. Las curvas y desniveles empezaban a hacer peligrosa la carretera. 
Y, de repente, se acabó. Fin del asfalto y comienzo de una pista de tierra. Y te quedas alucinando. ¿Pero no es ésta la Ring Road?. 


Pues si, pero es lo que toca. Kilómetros y kilómetros de tierra por delante entre fiordos y macizos de nieves perpetuas, conduciendo entre enormes masas basálticas con cascadas y profundos valles formados por la erosión.


Y entre el agobio porque la carretera cada vez es peor y parece que estamos perdidos en medio de las montañas y porque empieza a llover y el barrizal hace irreconocible el trazado de la vía, los paisajes que, incluso en esas condiciones, te quitan la respiración (sobre todo cuando tienes que subir con el coche desniveles del 18%).


Ni un alma por el camino. como mucho las omnipresentes ovejas que se paraban en el medio a dar de mamar a los corderitos. Alucinante. Estaba perdido hasta el GPS.


La última media hora fue la peor del viaje. Pero por fin llegamos a nuestro destino: una cabaña de madera en las cercanías de Egilsstadir. Era un poco pequeña y apenas teníamos sitio para abrir las maletas, pero el cansancio era tal que nos fuimos a dormir casi inmediatamente. Y fue una pena, porque la zona, sin lluvia y con un poquito de sol debía ser preciosa. Otra vez será ;)



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