Tras un desayuno sencillo pero correcto hemos salido en ruta hacia Snaellfesnes, una península estrecha y larga en medio de la costa oeste de Islandia. Lo más destacado de ella, aparte de sus maravillosos paisajes y pueblecitos de pescadores es el glaciar Snaesfellsjökull, una mole de hielo en el extremo de la península con una altura de 1.450 m y en la cual situó Julio Verne su famosa novela "Viaje al centro de la tierra". Verne se documentó bien, no cabe duda, porque hace una descripción bastante buena del lugar pese a no conocerlo.
Hemos hecho un recorrido circular, empezando en el puerto pesquero de Stykkisholmur. Como sigo con las botas de agua puestas, el sol brillaba radiante y el agua del puerto parecía un espejo en el que se reflejaban el cielo azul y los barquitos de pesca de colores.
Algo más de cuarenta kilómetros hacia el oeste llegamos a otro puerto pesquero, Grundarfjördur, situado en una bahía rodeada de picos nevados. Los paisajes que vamos cruzando son impresionantes y guardan recuerdo de los primeros pobladores de la isla.
En Kolgrafafjördur, poco antes de llegar a Grundarfjördur, y en medio de unos paisajes de cuento, se encuentran las ruinas de Eyri, morada de la Saga Eyrbyggja que lleva el nombre de los descendientes de los colonos, que fueron llamados Eyrbyggjar. (http://es.wikipedia.org/wiki/Saga_Eyrbyggja).
Una vez alcanzado el extremo de la península, rodeando el glaciar y dando ya la vuelta por el lado sur, encontramos el cono volcánico del Saxholl. Es un cráter fácil de escalar, de hecho nos cruzamos con varias personas preparadas para iniciar la ascensión y disfrutar de las bellas vistas que hay desde su cima. O eso dicen, porque nosotros nos conformamos con contemplarlo desde el sendero que llevaba a él desde carretera.
Nuestra siguiente parada fue en los acantilados de Lonsdrangar, donde se encuentra el faro de Malarrif y unas formaciones basálticas que parece que corresponden a antiguos tapones volcánicos.
Tomamos algo y pasamos un rato descansando de tanto coche. Hubiera estado muy bien hacer alguna ruta, aunque fuera corta, a pie, para desentumecer los músculos, pero no se puede hacer todo en un dia. Esta península necesita de tiempo para conocerla un poco más en profundidad, para poder salir de la carretera y caminar y dejarse empapar de la magia de un lugar ya desde antiguo conocido por su fuerza.
Y es que a un paraje inolvidable le sucede otro, y pasamor de mar a montaña, de glaciares a acantilados, de cuevas a cascadas, de lagos a fiordos... Y todo ello deja en la retina una impresión imborrable, un recuerdo que hace que quieras volver allí, algún dia...
Pasamos junto a granjas situadas al pie de altísimos chorros de agua, como el de Bjarnarfoss, y deseé quedarme allí, en medio de esa paz, de esa tranquilidad que parecía tan alejada del mundo real y sus problemas.
Paramos en Langaholt, junto a unos lagos cubiertos de plantas acuáticas rojas y que reflejaban el azul del cielo y las montañas con sus cumbres nevadas y en los que nos saludaron un hombre y un niño, quizás padre e hijo, que portaban unas redes. Ni idea de que se proponían pescar con semejante equipo, pero seguramente lo importante era que estaban juntos disfrutando de una tarde tranquila en plena naturaleza.
Ya de vuelta hacia Bogarnes y Reykjavik, la costa sur de la península está plagada de bellos paisajes donde se encuentran las montañas con el mar, los lagos con los campos de lava, las cascadas, los caseríos...
Con gran pesar hemos cruzado el fiordo de Hvalfjördur o de la Ballena por el túnel submarino de seis kilómetros y regresado al punto de partida de hace una semana. Parece ser que merece la pena rodearlo por la belleza de sus paisajes, pero la tarde caía y ya teníamos algo de prisa.
Hemos cerrado el circulo regresando a Reykjavik, a un apartamento en el mismo edificio pero esta vez en la cuarta planta: un precioso abuhardillado ideal para relajarse los dos últimos días que nos quedan en Islandia. Ni siquiera la falta de ascensor ha sido un impedimento, ¡nuestro amable recepcionista, un vikingo en toda regla, ha cargado con veinte kilos de maleta en cada mano sin despeinarse y sin perder la sonrisa!
Algo más de cuarenta kilómetros hacia el oeste llegamos a otro puerto pesquero, Grundarfjördur, situado en una bahía rodeada de picos nevados. Los paisajes que vamos cruzando son impresionantes y guardan recuerdo de los primeros pobladores de la isla.
En Kolgrafafjördur, poco antes de llegar a Grundarfjördur, y en medio de unos paisajes de cuento, se encuentran las ruinas de Eyri, morada de la Saga Eyrbyggja que lleva el nombre de los descendientes de los colonos, que fueron llamados Eyrbyggjar. (http://es.wikipedia.org/wiki/Saga_Eyrbyggja).
Tras dejar atrás Olafsvik hemos hecho una parada en Hellissandur, un pueblecito pesquero de unos quinientos habitantes, para contemplar unos antiguos edificios de turba con tejados de hierba, dónde ahora ha sido instalado el Museo Marítimo. Desde aquí se puede acceder al Parque Nacional Snaefellsjökull e intentar encontrar la entrada al centro de la tierra...
Una vez alcanzado el extremo de la península, rodeando el glaciar y dando ya la vuelta por el lado sur, encontramos el cono volcánico del Saxholl. Es un cráter fácil de escalar, de hecho nos cruzamos con varias personas preparadas para iniciar la ascensión y disfrutar de las bellas vistas que hay desde su cima. O eso dicen, porque nosotros nos conformamos con contemplarlo desde el sendero que llevaba a él desde carretera.
Nuestra siguiente parada fue en los acantilados de Lonsdrangar, donde se encuentra el faro de Malarrif y unas formaciones basálticas que parece que corresponden a antiguos tapones volcánicos.
Ya habíamos pasado el mediodía cuando paramos en Hellnar, antiguo puerto pesquero que contaba también con unas cuantas granjas en los alrededores y que hoy conserva un grupito de casas, una iglesia y varios establecimientos turísticos. En la playa hay unas espectaculares formaciones rocosas y una cueva conocida por los cambios de colores que producen la luz natural y los movimientos del mar.
Tomamos algo y pasamos un rato descansando de tanto coche. Hubiera estado muy bien hacer alguna ruta, aunque fuera corta, a pie, para desentumecer los músculos, pero no se puede hacer todo en un dia. Esta península necesita de tiempo para conocerla un poco más en profundidad, para poder salir de la carretera y caminar y dejarse empapar de la magia de un lugar ya desde antiguo conocido por su fuerza.
Y es que a un paraje inolvidable le sucede otro, y pasamor de mar a montaña, de glaciares a acantilados, de cuevas a cascadas, de lagos a fiordos... Y todo ello deja en la retina una impresión imborrable, un recuerdo que hace que quieras volver allí, algún dia...
Pasamos junto a granjas situadas al pie de altísimos chorros de agua, como el de Bjarnarfoss, y deseé quedarme allí, en medio de esa paz, de esa tranquilidad que parecía tan alejada del mundo real y sus problemas.
Paramos en Langaholt, junto a unos lagos cubiertos de plantas acuáticas rojas y que reflejaban el azul del cielo y las montañas con sus cumbres nevadas y en los que nos saludaron un hombre y un niño, quizás padre e hijo, que portaban unas redes. Ni idea de que se proponían pescar con semejante equipo, pero seguramente lo importante era que estaban juntos disfrutando de una tarde tranquila en plena naturaleza.
Ya de vuelta hacia Bogarnes y Reykjavik, la costa sur de la península está plagada de bellos paisajes donde se encuentran las montañas con el mar, los lagos con los campos de lava, las cascadas, los caseríos...
Con gran pesar hemos cruzado el fiordo de Hvalfjördur o de la Ballena por el túnel submarino de seis kilómetros y regresado al punto de partida de hace una semana. Parece ser que merece la pena rodearlo por la belleza de sus paisajes, pero la tarde caía y ya teníamos algo de prisa.
Hemos cerrado el circulo regresando a Reykjavik, a un apartamento en el mismo edificio pero esta vez en la cuarta planta: un precioso abuhardillado ideal para relajarse los dos últimos días que nos quedan en Islandia. Ni siquiera la falta de ascensor ha sido un impedimento, ¡nuestro amable recepcionista, un vikingo en toda regla, ha cargado con veinte kilos de maleta en cada mano sin despeinarse y sin perder la sonrisa!
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