lunes, 9 de julio de 2012

Islandia: Agua, tierra y fuego

La noche ha pasado volando. Estoy durmiendo genial y casi de un tirón y eso que lo de la luz... Pero estoy demasiado cansada cuando me acuesto como para que me despierte la claridad. Aun así nos hemos levantado prontito, porque hoy el día es uno de los más densos, al menos a priori y sobre el mapa. Y sigue lloviendo. He sacado las botas de goma todoterreno de la maleta porque a poco cómodas que me resulten, creo que las voy a usar bastante. Lo raro sería que no lloviera en Islandia, ¿no?


Hemos dejado la cabaña por el atajo. Me explico: ayer el dueño me hizo dar una vuelta de mil demonios con el coche hasta llegar a la puerta... ¡A veinte metros de la puerta de su casa! Como no fuera que no quería que le pisáramos el verde, es que no me lo explico. Y esto no es España, aquí todo está verde. Era un poco rato el hombre. Del tipo troll. Pero esta mañana he pasado de él y he salido hacia la casa principal. Bastantes caminos de cabras tengo que hacer sin más remedio como para que me los apunte sin ningún motivo.


Parada a desayunar en Egilsstadir, una localidad de poco más de dos mil habitantes, centro de servicios de la zona (hospital, bancos, gasolinera, aeropuerto, supermercados...). Ya se que se está convirtiendo en una costumbre, pero juro que lo único abierto a esas horas era la cafetería de la gasolinera.
Y salimos camino hacia el norte. Al principio es una zona de colinas, tierras de pastos, cañones escavados por ríos glaciares, cascadas... La Ring Road continúa de macizos montañosos sembrados de pequeños lagos. Es una zona deshabitada desde que en 1875 el volcán Askja la arrasara con una lluvia de ceniza y piedra pómez. Hasta entonces había habido granjas, ahora no hay nada. A continuación está el desierto de Geitasandur, más cenizas y piedra pómez del mismo volcán.


Cerca de la granja de Grimsstadir dejamos la carretera principal y nos adentramos por una pista sin asfaltar en el Parque Nacional de Jökulsárgljúfur. Tras algo más de treinta kilómetros llegamos a la cascada de Dettifoss. Se trata de un salto de más de cuarenta metros de altura y con el volumen de agua mayor de Europa, de color plomizo por los sedimentos que arrastra.


Poco después otro desvío a la izquierda, esta vez para la cascada de Hafragilsfoss, algo más pequeña pero con unas impresionantes vistas del curso del Jökulsá, que en algunos lugares con menos corriente luce bellos colores azules y verdes por el depósito de sedimentos.


Poco después de terminar la pista de grava se encuentra la entrada al valle de Asbyrgi, una garganta de altas paredes y forma de herradura que, según la leyenda, es una huella de Sleipnir, el caballo de Odín.


Guarda una gran riqueza animal y vegetal: sauces, abedules, enebros y patos. Éstos últimos se pueden ver sin ningún problema en el lago de transparentes aguas verdes que se encuentra al final de la garganta.


Es un precioso lugar, un enorme jardín encantado en el que se respira paz y tranquilidad y en el que lo mejor es recorrer andando sus senderos para empaparse de su atmósfera. Cosa que no hicimos nosotros, que como siempre íbamos con prisa.


Volvimos a la carretera, bordeando el norte de la isla, subiendo pendientes del 16% como la del promontorio de Tjörnes dónde paramos a admirar las vistas del Oxarfjördur y bajando a veces por acantilados de vértigo y entre agrestes paisajes, hacia Husavik


Este pueblo tiene poco más de dos mil habitantes y es un importante puerto, famoso hoy por las salidas en barco para ver ballenas. Tiene además una bonita iglesia de madera de 1907 y algunas pintorescas casas de madera. 


También había algún restaurante típico en la zona del puerto, pero estaban atestados de turistas a la caza de una instantánea de un cetáceo. Y como parecía que no nos hacía especial ilusión pasar más frío en alta mar para ver si veíamos ballenas, pues tras dar un paseo nos volvimos al coche y pusimos rumbo a la zona del lago Myvatn. Que, por cierto, quiere decir "lago de las moscas enanas".


Y de nuevo, a los pocos kilómetros de coger el desvío, desapareció el asfalto y tuvimos que recorrer una pista de tierra durante unos cincuenta kilómetros hasta llegar al cruce con la Ring Road, que pasa junto al lago. Éste se puede rodear por carretera e ir descubriendo todas las rarezas geológicas de la zona: Námafjall, el volcán Krafla, el volcán Hverfjall, las formaciones de lava de Dimmuborgir, los Klásar de Hofdi, los pseudocráteres de Skútustadagigar, los alrededores de Mivatn son increíbles.


Lo primero que se divisa al llegar es el cráter cónico del volcán Krafla, que se mantiene activo después de estar casi diez años ,entre 1975 y 1984, con continuas erupciones.


Después, a la izquierda de la carretera hay una pista de grava que permite llegar a las laderas del volcán Hverfjall, de 480 m de altura. Se puede subir hasta su enorme cráter de unos mil metros que seguro que tiene unas vistas fantásticas... pero hay mucho por ver todavía, y a este paso...


Otro desvío a la izquierda y estamos en el área de Dimmuborgir, cuyo nombre significa "fortaleza negra" en islandés y que constituye un laberinto de chimeneas de lava que forman figuras, pináculos, arcos. Hay unos itinerarios fijos, creo que tres, marcados en diferentes colores, pero a mí me resultó extremadamente fácil perderme. Menos mal que finalmente encontré la salida cuando ya empezaba a ponerme nerviosa. La forma más curiosa es llamada por su aspecto la iglesia o kirkja.


La siguiente parada corresponde a Hofdi, una pequeña península en la que se pueden ver peculiares formaciones basálticas que surgen del agua y que se llaman klásar.


El día iba pasando y el catálogo de maravillas de la zona parecía no tener fin. Todavía nos quedaban los  pseudocráteres de Skútustadagigar, una formación volcánica muy peculiar. Se trata de unos cráteres que nunca han tenido lava, sino que deben su forma a la explosión ocasionada por la presión ejercida por el vapor de agua como consecuencia del paso de un flujo de lava por una zona con agua. Algo así como una enorme burbuja, por lo que yo puedo entender.


Pero ya habíamos dado la vuelta completa al lago y aún no habíamos encontrado el área de Námajfall, una zona geotermal con fumarolas, solfataras, barros hirvientes... Vimos una columna de humo (o vapor, no sabíamos) y hacia allí fuimos, para encontrar una planta de energía geotérmica rodeada de un lago de aguas azul claro casi nacarado. Increíble. Y siguiendo una carretera, muy cerca, un balneario.


Que por cierto, tenía un olor a huevos podridos que hacía que se nos quitasen las ganas de relajarnos un rato. Y eso que nos hubiera venido muy bien.


Cuando ya estábamos a punto de abandonar, desde lo alto de la carretera pude distinguir Námajfall, un área geotermal plagada de volcanes de lodo hirviente, solfataras y fumarolas humeantes que junto con el vapor de agua expulsan gases como el sulfuro de hidrógeno, responsable del olor característico de las aguas termales y de la zona.




Me pareció un lugar como de otro planeta, nunca había visto nada igual. A pesar del frío que hacía, unos seis grados, y del aire helador, no me cansaba de recorrer la zona, de hacer fotos, quería registrarlo todo...


El cielo cada vez estaba más cubierto, pero finalmente la lluvia nos respetó y, con mucha pena, seguimos carretera hacia Akureyri, la capital del norte de Islandia, dónde dormiríamos dos noches.


Todavía quedaba un buen trecho, amenizado por una estampida de caballos, obras en la carretera, la vista desde lejos de Godafoss, a la que volveríamos al día siguiente...
El apartamento de Akureyri nos gustó. Dos dormitorios, cocina y baño con la entrada directamente desde el jardín de una casa de época y al lado del centro histórico y comercial.
Lo de la cocina, aunque estaba un poco anticuada, estuvo muy bien. Pudimos prepararnos una cena más que aceptable y desayunar allí los dos días. 

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