Anoche llegamos a Jaca y dimos una vuelta antes de irnos a dormir. Hoy, prontito, salimos por la Calle Mayor. Intentábamos ver el Sarcófago de Doña Sancha, una joya románica, pero la monja del Monasterio de las Benedictinas donde se encuentra nos dijo que hasta las once y media no abrían. Una pena pero era imposible esperar.
Entramos en la Catedral de Jaca, qué es una de las catedrales más antiguas del románico español. Su construcción se inició casi al mismo tiempo que la de la Catedral de Santiago de Compostela, es decir, en el último cuarto del siglo XI, y fue sede episcopal y centro de la Iglesia Católica de la Corona de Aragón por iniciativa de Sancho Ramírez de Aragón que había obtenido el vasallaje del Vaticano durante un viaje a Roma en 1068.
La concesión de los Fueros permitió que Jaca creciera y se desarrollara como pujante centro comercial en la ruta del Camino de Santiago. La catedral conserva su estructura básica y configuración románica: una planta basilical de tres naves, dos puertas de acceso y una alta cúpula.
En el ábside meridional se localizan los elementos que resumen el lenguaje arquitectónico característico del románico jaqués difundido después por toda la ruta jacobea: el ajedrezado y las bolas, que están presentes en los apoyos interiores. La maestría con que edificaron este armonioso templo, el refinamiento con que fueran labrados los capiteles de las columnas de las dos portadas, la ventana exterior del único ábside original conservado y el gran Crismón de la puerta principal demuestran que fueron obras de auténticos maestros.
El actual edificio es el resultado de sucesivas reformas, ampliaciones y destrucciones. Bien podría decirse que una visita al templo representa un viaje por la historia y la evolución del arte desde las primeras manifestaciones del románico hasta las expresiones artísticas de finales del siglo XVIII.
Paseamos por el centro y vimos el Ayuntamiento y la Torre del Reloj, también conocida popularmente como Torre de la cárcel, una edificación civil gótica cuya denominación popular se debe a que aunque el Concejo de Jaca la compró en 1599 para colocar el reloj campanario que marcaría la vida urbana, se convertiría en 1602 en sede de la cárcel de la ciudad.
En el ábside meridional se localizan los elementos que resumen el lenguaje arquitectónico característico del románico jaqués difundido después por toda la ruta jacobea: el ajedrezado y las bolas, que están presentes en los apoyos interiores. La maestría con que edificaron este armonioso templo, el refinamiento con que fueran labrados los capiteles de las columnas de las dos portadas, la ventana exterior del único ábside original conservado y el gran Crismón de la puerta principal demuestran que fueron obras de auténticos maestros.
El actual edificio es el resultado de sucesivas reformas, ampliaciones y destrucciones. Bien podría decirse que una visita al templo representa un viaje por la historia y la evolución del arte desde las primeras manifestaciones del románico hasta las expresiones artísticas de finales del siglo XVIII.
Paseamos por el centro y vimos el Ayuntamiento y la Torre del Reloj, también conocida popularmente como Torre de la cárcel, una edificación civil gótica cuya denominación popular se debe a que aunque el Concejo de Jaca la compró en 1599 para colocar el reloj campanario que marcaría la vida urbana, se convertiría en 1602 en sede de la cárcel de la ciudad.
Y por último y antes de dejar Jaca, volvimos a la Ciudadela o Castillo de San Pedro. Su construcción obedece a la estrategia defensiva adoptada por Felipe II tras la invasión del Valle de Tena por tropas procedentes del sur de Francia en enero de 1592.
Su planta dibuja un pentágono regular, reforzados sus ángulos mediante cinco baluartes. En torno al patio central se alinean los edificios destinados a albergar guarnición, oficinas, almacenes... El tiempo demostró que la decisión de Felipe II de construir la ciudadela fue acertada, porque no se repitió el intento de invasión de 1592 hasta la Guerra de la Independencia.
A las 12:30 teníamos hora para la visita guiada a la Estación Internacional de Canfranc, la cumbre arquitectónica de un proyecto de comunicación que marcó un hito a principios del siglo XX en el campo de la ingeniería y el transporte y en el que se invirtieron durante décadas infinidad de esfuerzos y entusiasmos.
El sueño de unir las dos vertientes se hizo realidad el 18 de julio de 1928 con la inauguración de la Estación Internacional. Había pasado casi medio siglo desde el inicio de las obras. Al acto asistieron los jefes de Estado de España y Francia, el rey Alfonso XIII y Gastón Doumerge. Los 24 túneles, 4 viaductos y una ingente obra de reforestación permitieron superar la cordillera pirenaica hasta alcanzar Canfranc.
Es ejemplar la obra de explanación de los Arañones, donde fue necesario corregir el cauce del río Aragón y enrasar a 1144 metros para levantar el edificio de la estación. El servicio hidrológico español dedicó varios años a la repoblación forestal de los montes circundantes para evitar aludes de nieve. Todavía hoy es un modelo de intervención humana en el medio físico. Pero la historia de la línea de ferrocarril ha estado marcada por el infortunio y la inestabilidad.
Tuvo tiempos de gran esplendor y actividad, fundamentalmente durante la Segunda Guerra Mundial, y periodos en los que viajeros y mercancías estuvieron bajo mínimos. La política y la economía fueron marginando esta vía de comunicación hasta que el fatídico accidente de una locomotora el 27 de marzo de 1970 en el puente de L'Estanguet en la vertiente norte, provocó la clausura del tráfico internacional. Desde entonces su reapertura se ha convertido en una reivindicación permanente de los habitantes de ambos lados de la cordillera.
El edificio de la Estación Internacional, diseñado originalmente por el arquitecto Ramírez de Dampierre, se empezó a construir en 1921. Tiene una longitud de 241 metros, dispone de 75 puertas por cada lado y tantas ventanas como días tiene el año. Cuando se inauguró era la segunda estación de ferrocarril más grande de Europa. En su construcción utilizaron diferentes materiales como el cristal, el cemento y el hierro, propios de la arquitectura industrial del momento que se combinan para crear un ambiente suntuoso. Disponía además de dos pasos subterráneos.
Y no queríamos dejar Canfranc sin conocer el Paseo de los Melancólicos, una de las pequeñas rutas más conocidas aquí, que transcurre por la zona alta del talud de contención construido en la ladera este del complejo de la estación, junto a la playa de vías. Se llega allí saliendo de Canfranc Estación en dirección a Francia por la N-330. Se toma la pista de Coll de Ladrones cruzando el puente sobre el río. El Paseo de los Melancólicos empieza poco más allá y merece la fama que tiene.
Su planta dibuja un pentágono regular, reforzados sus ángulos mediante cinco baluartes. En torno al patio central se alinean los edificios destinados a albergar guarnición, oficinas, almacenes... El tiempo demostró que la decisión de Felipe II de construir la ciudadela fue acertada, porque no se repitió el intento de invasión de 1592 hasta la Guerra de la Independencia.
A las 12:30 teníamos hora para la visita guiada a la Estación Internacional de Canfranc, la cumbre arquitectónica de un proyecto de comunicación que marcó un hito a principios del siglo XX en el campo de la ingeniería y el transporte y en el que se invirtieron durante décadas infinidad de esfuerzos y entusiasmos.
El sueño de unir las dos vertientes se hizo realidad el 18 de julio de 1928 con la inauguración de la Estación Internacional. Había pasado casi medio siglo desde el inicio de las obras. Al acto asistieron los jefes de Estado de España y Francia, el rey Alfonso XIII y Gastón Doumerge. Los 24 túneles, 4 viaductos y una ingente obra de reforestación permitieron superar la cordillera pirenaica hasta alcanzar Canfranc.
Es ejemplar la obra de explanación de los Arañones, donde fue necesario corregir el cauce del río Aragón y enrasar a 1144 metros para levantar el edificio de la estación. El servicio hidrológico español dedicó varios años a la repoblación forestal de los montes circundantes para evitar aludes de nieve. Todavía hoy es un modelo de intervención humana en el medio físico. Pero la historia de la línea de ferrocarril ha estado marcada por el infortunio y la inestabilidad.
Tuvo tiempos de gran esplendor y actividad, fundamentalmente durante la Segunda Guerra Mundial, y periodos en los que viajeros y mercancías estuvieron bajo mínimos. La política y la economía fueron marginando esta vía de comunicación hasta que el fatídico accidente de una locomotora el 27 de marzo de 1970 en el puente de L'Estanguet en la vertiente norte, provocó la clausura del tráfico internacional. Desde entonces su reapertura se ha convertido en una reivindicación permanente de los habitantes de ambos lados de la cordillera.
El edificio de la Estación Internacional, diseñado originalmente por el arquitecto Ramírez de Dampierre, se empezó a construir en 1921. Tiene una longitud de 241 metros, dispone de 75 puertas por cada lado y tantas ventanas como días tiene el año. Cuando se inauguró era la segunda estación de ferrocarril más grande de Europa. En su construcción utilizaron diferentes materiales como el cristal, el cemento y el hierro, propios de la arquitectura industrial del momento que se combinan para crear un ambiente suntuoso. Disponía además de dos pasos subterráneos.
Y no queríamos dejar Canfranc sin conocer el Paseo de los Melancólicos, una de las pequeñas rutas más conocidas aquí, que transcurre por la zona alta del talud de contención construido en la ladera este del complejo de la estación, junto a la playa de vías. Se llega allí saliendo de Canfranc Estación en dirección a Francia por la N-330. Se toma la pista de Coll de Ladrones cruzando el puente sobre el río. El Paseo de los Melancólicos empieza poco más allá y merece la fama que tiene.
Ansó figura en varias listas como uno de los pueblos más bonitos de España. Es la cabecera del valle del mismo nombre, fronterizo con el Valle de Roncal navarro y el Bearn francés. No digo que no sea bonito pero la verdad es que me decepcionó un poco. Pero en fin, supongo que estamos viendo lugares tan increíbles en Aragón que corremos el peligro de subir demasiado el nivel.
De cualquier forma, una de las cosas que más estropean la imagen de uno de estos pueblos es encontrar sus calles llenas de coches aparcados a la puerta de las casas. Desde luego todo el mundo tiene derecho de aparcar lo más cerca posible de su vivienda pero eso afecta considerablemente a la imagen del pueblo.
En fin, que me arrepentí de no haber ido directamente desde Canfranc hasta Sos. Me parece que no mereció la pena el tiempo y los kilómetros de carretera que tuve que hacer para ir a Ansó para el poco tiempo que pasamos allí.
De cualquier forma, una de las cosas que más estropean la imagen de uno de estos pueblos es encontrar sus calles llenas de coches aparcados a la puerta de las casas. Desde luego todo el mundo tiene derecho de aparcar lo más cerca posible de su vivienda pero eso afecta considerablemente a la imagen del pueblo.
En fin, que me arrepentí de no haber ido directamente desde Canfranc hasta Sos. Me parece que no mereció la pena el tiempo y los kilómetros de carretera que tuve que hacer para ir a Ansó para el poco tiempo que pasamos allí.
Para ir a Sos del Rey Católico cogimos una carretera que resultó ser la peor opción posible. Es verdad que es directa pero está en muy mal estado. Lo único bueno que tuvo fue pasar por algunos lugares como Ruesta, un pueblo que fue próspero, abandonado a finales de los años 50 tras ser expropiados sus terrenos para hacer el pantano de Yesa.
Recientemente se han reconstruido algunos edificios cómo camping, Casa de Cultura y albergue para peregrinos gestionados por el sindicato CGT. Pero da mucha pena ver, por ejemplo, el estado del castillo de Sancho Garcés, primer señor de Ruesta bajo el reinado de Ramiro I de Aragón, que data del siglo XI aunque unos siglos antes ya había otro que fue destruido por Almanzor. Del castillo se conservan dos torres. Bueno sus restos. La del homenaje y otra un poco más pequeña. Actualmente el castillo pertenece a una asociación de antiguos vecinos de Ruesta que parece que por ahora no cuenta con los medios suficientes como para restaurar el maltrecho monumento.
Navardún no está deshabitado pero quizá lo esté dentro de poco. Tiene 40 habitantes y es un pueblo muy antiguo, probablemente de origen celta y varios siglos anterior a la conquista romana. Su castillo del siglo VIII o IX formaba parte de las edificaciones defensivas del Valle del río Aragón. Sin embargo el actual torreón, restaurado y de 26 metros de altura, uno de los más altos de Aragón, no parece que sea anterior al siglo XIII. Del resto del castillo apenas queda nada.
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