lunes, 23 de octubre de 2017

Aragón: Castillo de Montearagón, Alquézar y Abizanda

Nada más pasar Huesca en dirección a Barbastro divisamos una gran fortaleza en lo alto de un monte, como una atalaya asomándose a la llanura. Se trata del impresionante Castillo de Montearagón, que llegó a ser una de las abadías más poderosas de la Edad Media, panteón de los reyes Sancho Ramírez y Alfonso I y cuya decadencia comenzó con la Desamortización.



Fue mandado construir por Sancho I en 1085 para iniciar la conquista de Wasqah, la actual Huesca, así que tiene casi mil años de antiguedad. Se accede desde el pueblo de Quizana por un camino estrecho pero asfaltado que nos lleva hasta la cumbre.



La fortaleza, que domina toda la Hoya de Huesca, está en ruinas. Ha habido algunas obras de consolidación, sobre todo en la iglesia, pero el resto está abandonado. Se puede entrar en el interior sin ningún problema, allí no hay nadie. Solamente los buitres sobrevuelan las viejas murallas. Ojalá algún día podamos volver y verlo restaurado porque tenía que ser magnífico. 



Hay una asociación de Amigos del Castillo de Montearagón que dedica sus esfuerzos a consolidar lo que queda del castillo y que quiere organizar visitas y eventos... El castillo es propiedad del Estado, en concreto del Ministerio de Cultura, que parece que por fin va a destinar casi millón y medio de euros para  empezar a restaurarlo. 



Seguimos hasta Alquézar, uno de esos pueblos que parecen anclados en el tiempo, como si los siglos no hubieran pasado por sus calles y sus plazas.





La Colegiata de Alquézar está encaramada en un risco inexpugnable, en el lugar que ocupó la Alcazaba árabe, una de las principales fortalezas musulmanas de esta comarca, conocida en su época como Barbitanyya.




La Alcazaba fue construida por Jalaf ibn Rasid como enclave defensivo frente a los carolingios y al condado cristiano de Sobrarbe a fin de proteger Barbastro.
De la primera fortaleza del siglo IX no queda nada. El rey Sancho Ramírez de Aragón la conquistó en el año 1064 y construyó edificios militares defensivos y religiosos para la comunidad que se establecería alli. Al conjunto amurallado se accedía a través de una puerta en arco y por una rampa escalonada. La torre albarrana es del siglo XV, como la puerta gótica con un bajorrelieve de las santas Nunilo y Alodia. En lo alto del castillo un cadalso completaba las defensas.




El claustro es del siglo XII, tiene planta trapezoidal y arcos de medio punto sobre preciosos capiteles, algunos de ellos del siglo XII. Varias capillas se abren al clauatro en el que, además, se conservan pinturas de los siglos XV y XVI que representan escenas de la vida de Jesús.




La primitiva iglesia románica no existe. La actual se empezó en el siglo XVI y es de una sola nave con varias capillas entre las que destaca la del Santo Cristo, con una bella talla de madera de Cristo crucificado del siglo XIII.



Por su estructura y lo bien conservado que está, el pueblo me recuerda a Albarracín. Hay además en Alquézar varios miradores. El mejor quizá para tener una panorámica preciosa del pueblo es el de la Sonrisa del Viento. Pero si se quiere ver el Cañón del Vero hay que ir al Mirador de O'Vicón.





Desde Alquézar, además, se puede acceder al Cañón del río Vero. Hay varias rutas y recorridos. Hemos elegido uno corto  pero intenso, bajando por el Barranco de la Fuente hasta el río y caminando por unas pasarelas metálicas que hay colgadas del paredón vertical de roca.



La ruta parte de las cercanías de la Plaza Mayor, por la Calle de la Iglesia. A la izquierda hay un desvío señalizado por el que descendemos bajando por una rampa de piedras hasta que dan comienzo las pasarelas de madera, encajonadas en un barranco entre la mole que corona la Colegiata y la peña Castibán.





Al llegar al Vero comienzan las pasarelas metálicas colgadas de la pared de roca que nos llevan, por la margen derecha del río, hasta la presa que desviaba el agua hacia un antiguo molino de harina. Pasamos bajo una gran roca y seguimos por un nuevo tramo de pasarelas hasta la vieja central hidroeléctrica de Alquézar.






Poco después hay un desvío, pero el sendero de la izquierda que da a un nuevo tramo de pasarelas, estaba cortado por unos desprendimientos, así que tomamos el de la derecha para volver ya a Alquézar por un camino que atraviesa campos de olivos centenarios y que termina detras de la Iglesia de San Miguel.






Yo he terminado agotada, sobre todo después de las rampas finales. Pero para alguien que esté un poco entrenado es un paseo. Y, desde luego, merece la pena. Es precioso.




Desde Alquézar hemos puesto rumbo a Aínsa. Pero antes hemos parado un momento en Abizanda, un pequeño pueblo que corona un altozano y que cuenta con una torre defensiva del siglo XI de planta cuadrada y 30 metros de altura, mandada levantar por Sancho Garcés III de Navarra con el fin de vigilar el valle del Cinca. En su reconstrucción se ha recuperado el cadalso de madera.




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