sábado, 26 de octubre de 2013

Lugares que me dejaron sin aliento

Hace algún tiempo me preguntaron qué cuál era el lugar que más me había impresionado de todos los que había conocido. Y me quedé sin saber qué decir, no porque no hubiera ninguno sino por todo lo contrario, porque hay tantos... Pero voy a intentarlo.

Siguiendo un orden más o menos cronológico creo que el primer lugar que me dejó sin habla fue el Coliseo de Roma allá en mis tiempos de instituto. 


Más al sur de Italia y cerca de Nápoles, Pompeya. Llegamos un soleado día de febrero. Había turistas, pero pocos. Algún grupo de japoneses que visitaba la zona del foro y poco más, porque seguramente tendrían que ver muchas más cosas en ese día. Nosotros íbamos a jornada completa, así que nos dedicamos a pasear por las calles de la ciudad, en su mayor parte desiertas. Tan ensimismada iba que si hubiera visto atravesar a un romano con toga y sandalias delante mío, no me hubiera sorprendido lo más mínimo. Fue como hacer un viaje en el tiempo.


Y después ha habido muchos otros, como el Mont Saint Michel en Normandía, Francia, una abadía construida sobre un islote en el Atlántico. Su origen es tan antiguo que está envuelto en leyendas pero parece que se remonta a antiguos cultos druídicos de las tribus celtas que habitaban la zona. Sin embargo los comienzos de la abadía actual son de los siglos VIII o IX dC. 


En Egipto, las Pirámides. Después de imaginarlas tantas veces, verlas ahí delante, con miles de años de antigüedad, mudos testigos de tantos acontecimientos...


Recordé la frase de Napoleón a sus tropas: "Desde lo alto de estas Pirámides, cuarenta siglos os contemplan".   


Y los Templos de Abu Simbel, en Nubia, el lejano sur casi en la frontera con Sudán. Los mandó construir Ramsés II como homenaje a el mismo y a su esposa Nefertari y para demostrar su poder. Con el paso del tiempo se fueron cubriendo de arena y fueron olvidados hasta que en el año 1813 Burckhardt los "redescubrió". En 1964 tuvieron que ser trasladados de lugar, unos metros más arriba,  para que no los tapara el lago Naser, formado por la gran presa de Assuán.


En un radical cambio de tiempo y de latitud, otro de mis lugares favoritos desde que por primera vez vi su imagen en el anuncio de una marca de whisky, fue el Castillo de Eilean Donan. 
Se alza sobre una pequeña isla en el lago Duich, en las tierras altas de Escocia, cerca de Inverness y data del siglo XIII. Tras ser testigo de muchas batallas, sus ruinas estuvieron abandonadas hasta principios del siglo XX en que John MacRae Gilstrap lo restauró.



Y hasta aquí la primera entrega. Un día de estos me animaré a seguir con más lugares mágicos, de esos que tienes que ver si o si. Pero, por supuesto, ¡es una lista muy personal!. 

miércoles, 16 de octubre de 2013

El Museo Nacional de Escultura de Valladolid

Valladolid es una ciudad que poco a poco va entrando en los circuitos turísticos pero a la que siempre le ha costado mucho. Y además tiene a su alrededor a León, Burgos, Segovia, Salamanca... que ponen el listón muy alto.
No cabe duda que gracias a la piqueta en los años sesenta se produjo una auténtica barbaridad en el centro de la ciudad. Se derribaron antiguos palacios, casonas e iglesias en pro de el desarrollismo y para edificar en su lugar mamotretos de diez o más pisos qué afean notablemente el casco histórico.



Pero en los últimos años y gracias al esfuerzo de todos se han podido recuperar algunas zonas y edificios de gran valor histórico artístico. Además Valladolid cuenta con un museo único en su género que es además uno de los más antiguos de España: el Museo Nacional de Escultura.
Fue fundado en mil ochocientos cuarenta y dos con tesoros artísticos procedentes de conventos desamortizados. 


Su primera sede fue el Colegio de Santa Cruz. Durante la Segunda República se le dio categoría de Museo Nacional, lo que conllevó su traslado al Colegio de San Gregorio y a partir de los años noventa se produjo una gran renovación con la rehabilitación del Colegio y la incorporación al museo de otras sedes como la Casa del Sol o el Palacio de Villena.


Reconozco que a priori la escultura religiosa no es una de mis favoritas, quizá por eso me ha sorprendido tan agradablemente la visita a este museo. Lo primero que quiero destacar es la extraordinaria amabilidad y profesionalidad del personal que allí trabaja. No estaban en las salas simplemente para figurar, sino que atendían cualquier pregunta sobre la colección que les hiciera, destacando detalles en los que a lo mejor no te habías fijado, incluso contando alguna anécdota sobre las piezas o los autores.


El acceso al museo se realiza a través de una puerta en la monumental portada del Colegio de San Gregorio, de estilo plateresco. De ahí se accede a un pequeño patio que recuerda a los de la villas romanas. 


Y después el grandioso patio del Colegio, de planta cuadrada y dos alturas ricamente ornamentadas en estilo plateresco. Realmente te deja sin habla.


La mayor parte de las salas están distribuidas en torno a este patio. Me han llamado la atención especialmente los techos de artesonado mudéjar. 


Y de la colección... La sillería de San Benito, el Cristo yacente de Gregorio Fernández, cuyo cuerpo está minuciosamente tallado para dotarle del máximo realismo y patetismo.


La cabeza de San Pablo de Alonso Villabrille es de un espeluznante realismo: los ojos vueltos, la boca entreabierta y esculpida por dentro de manera que se observa hasta la campanilla. El tajo del cuello presentando todas las estructuras anatómicas: columna, tráquea... Como decía el cuidador de la sala, y no puedo por menos que estar de acuerdo con él, el escultor tuvo que estudiarse muy bien la anatomía.


Única también la escultura que representa a la Magdalena penitente de Pedro de Mena, de esas obras de arte que dejan un rastro indeleble en la memoria, y quizá mi fvorita.


Desde luego un museo que hay que visitar y no sólo una vez. Por el más que módico precio de la entrada, tres euros, no será.