miércoles, 16 de octubre de 2013

El Museo Nacional de Escultura de Valladolid

Valladolid es una ciudad que poco a poco va entrando en los circuitos turísticos pero a la que siempre le ha costado mucho. Y además tiene a su alrededor a León, Burgos, Segovia, Salamanca... que ponen el listón muy alto.
No cabe duda que gracias a la piqueta en los años sesenta se produjo una auténtica barbaridad en el centro de la ciudad. Se derribaron antiguos palacios, casonas e iglesias en pro de el desarrollismo y para edificar en su lugar mamotretos de diez o más pisos qué afean notablemente el casco histórico.



Pero en los últimos años y gracias al esfuerzo de todos se han podido recuperar algunas zonas y edificios de gran valor histórico artístico. Además Valladolid cuenta con un museo único en su género que es además uno de los más antiguos de España: el Museo Nacional de Escultura.
Fue fundado en mil ochocientos cuarenta y dos con tesoros artísticos procedentes de conventos desamortizados. 


Su primera sede fue el Colegio de Santa Cruz. Durante la Segunda República se le dio categoría de Museo Nacional, lo que conllevó su traslado al Colegio de San Gregorio y a partir de los años noventa se produjo una gran renovación con la rehabilitación del Colegio y la incorporación al museo de otras sedes como la Casa del Sol o el Palacio de Villena.


Reconozco que a priori la escultura religiosa no es una de mis favoritas, quizá por eso me ha sorprendido tan agradablemente la visita a este museo. Lo primero que quiero destacar es la extraordinaria amabilidad y profesionalidad del personal que allí trabaja. No estaban en las salas simplemente para figurar, sino que atendían cualquier pregunta sobre la colección que les hiciera, destacando detalles en los que a lo mejor no te habías fijado, incluso contando alguna anécdota sobre las piezas o los autores.


El acceso al museo se realiza a través de una puerta en la monumental portada del Colegio de San Gregorio, de estilo plateresco. De ahí se accede a un pequeño patio que recuerda a los de la villas romanas. 


Y después el grandioso patio del Colegio, de planta cuadrada y dos alturas ricamente ornamentadas en estilo plateresco. Realmente te deja sin habla.


La mayor parte de las salas están distribuidas en torno a este patio. Me han llamado la atención especialmente los techos de artesonado mudéjar. 


Y de la colección... La sillería de San Benito, el Cristo yacente de Gregorio Fernández, cuyo cuerpo está minuciosamente tallado para dotarle del máximo realismo y patetismo.


La cabeza de San Pablo de Alonso Villabrille es de un espeluznante realismo: los ojos vueltos, la boca entreabierta y esculpida por dentro de manera que se observa hasta la campanilla. El tajo del cuello presentando todas las estructuras anatómicas: columna, tráquea... Como decía el cuidador de la sala, y no puedo por menos que estar de acuerdo con él, el escultor tuvo que estudiarse muy bien la anatomía.


Única también la escultura que representa a la Magdalena penitente de Pedro de Mena, de esas obras de arte que dejan un rastro indeleble en la memoria, y quizá mi fvorita.


Desde luego un museo que hay que visitar y no sólo una vez. Por el más que módico precio de la entrada, tres euros, no será.