domingo, 4 de noviembre de 2012

Valle de Cabuérniga: Los Tojos y Bárcena Mayor

Normalmente no me gusta salir fuera en los puentes. Cada vez soporto menos las aglomeraciones y tengo la suerte de poder viajar en épocas en las que,  normalmente, la gente está trabajando. Eso me permite transitar por las carreteras o por los aeropuertos sin muchos agobios.



Pero este puente me ha coincidido con unos días sin trabajo y he aprovechado la invitación de mi hermana para pasar unos días con ellos en Cantabria. (Y del siguiente ya hablaremos...)
Las predicciones meteorológicas no eran muy buenas, daban lluvias para casi todos los días. Solamente el sábado se libraba. Por eso para ese día planeamos una escapada a la montaña, al Valle de Cabuérniga y en concreto los pueblos de los Tojos y Bárcena Mayor.


En toda esta zona abundan los hayedos y los castaños y eso hace que esta época del año sea muy especial, porque en el otoño los bosques de hoja caduca tienen unos colores impresionantes. Una enorme variedad cromática que abarca desde más profundo verde hasta el rojo fuego, pasando por toda clase de amarillos, naranjas o marrones. Y además, si hay suerte, puedes encontrar castañas,  setas, o las últimas zarzamoras de la temporada.


Primero fuimos a los Tojos, un bonito pueblo al que se accede por una carretera con unas curvas endiabladas. Es un lugar tranquilo, el típico en el que puedes encontrar a los abuelos tomando el sol a la puerta de sus casas, artesanos tallando la madera de castaño, pastores recogiendo sus vacas, niños jugando con sus bicicletas en el medio de las calles...


Es de esos sitios que me hacen preguntarme si no me habré equivocado eligiendo una ciudad para vivir, parque aquí la vida tiene otro ritmo más pausado. Da la impresión de que son mucho más felices en estos pueblos que lo que podemos ver en las grandes ciudades. Y realmente aquí tienen todo lo necesario para vivir. A falta de grandes hipermercados cuentan con el panadero, que reparte el pan  con su furgoneta por unos cuantos pueblos, con los huevos de sus gallinas, con la carne de sus animales, la leche de sus vacas, las verduras de sus huertos... Y si necesitan algo más pues pueden acceder cómodamente por carretera a la ciudad.


Dimos un paseo por el pueblo y sus alrededores y nos dirigimos a Bárcena Mayor.

Bárcena es un precioso pueblo de típica arquitectura montañesa, de calles estrechas y empedradas, casonas de piedra y madera, cuadras para las tudancas y que cuenta además con un puente de piedra sobre el río Argoza, afluente del Saja. Además es el único núcleo habitado del Parque Natural de Saja - Besaya.


Es cierto que en los fines de semana está atestado de turistas y se convierte en algo parecido a un parque temático, pero entre semana, un día cualquiera, es como remontarse muchos años atrás, porque se cree que es uno de los pueblos más antiguos de Cantabria, y de hecho, cuenta incluso con los restos de una calzada romana.


Hace muchos años que lo conozco pero me encanta volver de vez en cuando a pasear por sus calles, por las que parece que no pasa el tiempo o, atravesando el pueblo, seguir hacia un área recreativa con barbacoas, arbolado y prados en la orilla del río Argoza, en el que, a pesar de sus frías aguas, te puedes dar un chapuzón en verano. 


El paisaje cambia mucho de una estación a otra. No tienen nada que ver las nieves del invierno con los soleados días de la primavera, con el verano lleno de vegetación y de animalitos, insectos y mariposas o el otoño con sus espectaculares cambios de color. 


Hemos comido en un restaurante que ha abierto este mismo verano. Se llama la Solana y nos ha gustado mucho. Por los 12 euros que costaba el menú podias elegir entre varios primeros, segundos y postres. No se podía pedir mas. Me he animado con el cocido montañés y de segundo, venado. Buenísimo. Seguro que repetiremos, porque el otro restaurante al que solíamos ir, el Molino, ha bajado mucho de calidad. La última vez que fuimos fue un desastre: la cerveza tenía posos, la tarta moho...


Después de comer lo que más apetecía era una buena siesta al sol para hacer la digestión como es debido. El cielo estaba precioso, azul con nubecitas blancas... ¡Me hubiera quedado allí!

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