sábado, 6 de junio de 2015

San Martiño y Mondoñedo

San Martiño de Mondoñedo fue la catedral más antigua de España, sede de dos diócesis de Galicia desde el siglo IX. El actual edificio es románico del siglo XI y ahora ya no es catedral sino basílica.


Por aquí han pasado bretones, musulmanes y vikingos, y todos dejaron su huella. Pero en el siglo XII la reina Urraca ordenó su traslado a un lugar veinte kilómetros mas hacia el interior llamado Valibria, que con el tiempo cambió su nombre a Mondoñedo en recuerdo de la antigua sede.


Posiblemente esto fuera una suerte y así se conservó la iglesia porque estaba muy extendida la costumbre de derribar el templo antiguo para hacer uno más moderno y acorde con los tiempos encima, en el mismo solar.


Así se construyó una nueva catedral en el nuevo emplazamiento y el viejo edificio siguió hasta hoy, que tiene la función de templo parroquial. Se trata de de una iglesia de granito y planta basilical de tres naves separadas por arcos de medio punto y techos de madera, crucero y tres ábsides semicirculares. 



Conserva unas preciosas pinturas góticas del siglo XII, parte de las cuales fueron descubiertas durante una reciente restauración, y once capiteles historiados.


La actual iglesia se encuentra en un poblado a las afueras de Foz y lo cierto es que nos costó encontrarla porque no estaba muy bien indicada. Pero el esfuerzo valió la pena y, además, la chica que la enseñaba nos dió todo tipo de explicaciones. Se notaba que era una enamorada de su trabajo y de "su" iglesia.


Llegamos a Mondoñedo con niebla y lluvia y la autovía, como no, cortada. Lo primero que hicimos fue tomar un café en la plaza, en los soportales de enfrente de la catedral y esperar a que parara la lluvia.


Pensábamos ir a ver la catedral pero cuando llegamos nos dieron, literalmente, con la puerta en las narices.Y conste que aún faltaba para la hora de cierre pero debieron pensar que podía darnos por entretenernos...



Así que paseamos un poco por el pueblo, que cuenta con casi cuatro mil habitantes y un casco antiguo repleto de casonas, muchas vacías o directamente en estado de abandono. Una pena, pero seguramente se debe a que el descenso de población en los últimos cien años ha sido muy fuerte puesto que a principios del siglo XX llegó a tener más de diez mil habitantes.


Pasamos junto a la Fuente Vieja, del siglo XVI, para ir al barrio de Os Muíños, llamado así por los molinos que hay, alimentados por varios canales artificiales, en el río Valiñadares.


En este río hay un puente romano llamado de O Pasatempo, porque se cuenta que allí entretuvieron los canónigos a la mujer de Pardo de Cela para que no llegara a tiempo con el indulto mientras ajusticiaban a su marido, el Mariscal, en la plaza de la Catedral.


Algunos de estos canales estaban secos y con aspecto descuidado pero pudimos ver uno que aún se conservaba, aunque no había ya ningún molino en funcionamiento.


Desde aquí volvimos al Palacio Episcopal, dónde habíamos aparcado y seguimos camino...

viernes, 5 de junio de 2015

Los acantilados más altos de Europa y el banco más bonito del mundo.

Hoy nos hemos despertado y hemos visto que el día estaba cubierto y que llovizneaba, así que no hemos podido tomar uno de los fantásticos desayunos que nos preparan en el jardín y ha tenido que ser en un coqueto comedor.
Teníamos planeado ir hacia el oeste, a la parte de la Coruña, y hemos acertado porque en esa zona nos han dicho que iba a estar despejado.


La primera vez que hemos parado ha sido para ver la Playa de Arealonga. Con forma de concha y sin apenas urbanizar, una playa de arena blanca rodeada de arbolado, eucaliptos y pinos. Se encuentra en la Ria do Barqueiro, al lado de otro pueblo pesquero de postal: Porto do Barqueiro.


Sólo han sido unos minutos porque después teníamos que ir hacia el municipio de Loiba. Yo no lo sabía pero en el hotel nos han dicho que aquí hay un mirador desde el que se ve desde el cabo de Estaca de Bares hasta el cabo Ortegal, una zona de costa y acantilados preciosa. Y el mirador se llama "el banco más bonito del mundo" porque alguien tubo la brillante idea de poner allí, a un par de metros del acantilado un banco hecho con unos tablones de madera para poder contemplar el paisaje...


La verdad es que no sé cómo no nos hemos perdido porque no había prácticamente ninguna señalización desde el pueblo, y había que coger unos caminos y unas carreritas, algunas sin asfaltar, que te daba la impresión de que podrías terminar en cualquier parte de Galicia y no precisamente en el mirador. 


Pero una vez allí desde luego que el lugar merece la pena. Unas vistas preciosas y prácticamente sin gente. Allí te puedes sentar y pasar las horas muertas contemplando el ir y venir de las mareas. Cerca también se puede ver, si se tiene mucha suerte, a las últimas Algueiras de esta zona, que recogen las algas abajo de los acantilados y los suben por empinadas cuestas a lomos de burritos. 


Un lugar precioso y para ir con tiempo. Nosotros teníamos que cumplir la ruta del día que nos marcaba la siguiente etapa en el cabo de Ortegal, al que se llega por una estrecha carretera que parte de la villa costera de Cariño y que discurre paralela al mar ganando altura a medida que va alejándose de la villa. 



El faro que hay aquí es una estructura nueva que se alza en unos acantilados llamados Punta dos Aguillons. A su lado, hacia el oeste está la Punta do Limo. Este es uno de los tres lugares del planeta con rocas de más antigüedad, aproximadamente 1.160 millones de años.



Frente al faro están Los Tres Aguillons, tres rocas que sobresalen del mar y que ya fueron citadas por el geógrafo griego Ptolomeo.



Seguimos hacia el Mirador Vixía de Herbeira por una carretera interior que, en ocasiones, va bordeando la costa, y que tiene unos espléndidos miradores desde los que se puede contemplar abajo Cariño y en el fondo la ría de Ortigueira y el cabo Estaca de Bares, donde se supone que empieza el Atlántico y termina el Cantábrico. 



Hay una zona con muchos parques eólicos y caballos salvajes pastando. La señal que indicaba por dónde se iba al mirador estaba caída en la cuneta y nos hemos pasado de largo. Un poco más abajo hemos tenido que dar la vuelta a porque yo estaba segura de que nos teníamos que haber parado antes.



En lo alto del acantilado hay una pequeña edificación de piedra, la Garita de Herbeira. Y desde aquí la caída hasta el mar es de 615 metros, unos cuantos más que el Preikestolen en Noruega, lo que hace que sean los acantilados más altos de Europa en mar abierto.  


Éste es el punto más elevado del concello de Cedeira y de la Sierra da Capelada que llega hasta la Punta dos Aguillons, en el concello de Cariño.


Lo cierto es que, como los acantilados no son una cortada, sino que caen con una pendiente de un ochenta por ciento, no parecen tan altos como realmente son. 
El cielo estaba muy azul y  casi despejado y las vistas eran maravillosas así que nos hemos quedado bastante tiempo relajándonos allí porque, además, apenas había gente. Solamente un par de parejas de franceses. Debe ser que a los españoles nos gusta más otro tipo de costa.



Siguiendo la carretera, un poco más abajo, está el Cruceiro de Teixidelo, dedicado al actor Leslie Howard, cuyo avión fue derribado por los alemanes en esta zona en la Segunda Guerra Mundial, cuando regresaba de una misión secreta en España con el objetivo de que no entrásemos en la guerra.

San Andrés de Teixido es uno de los santuarios más famosos de Galicia al que se dice que "va de muerto quién no fue de vivo" y está allí, muy cerquita de los acantilados. 


Nuestra idea era ir a comer a Cedeira pero cuando hemos llegado a la zona del puerto prácticamente eran las cuatro de la tarde y por supuesto todos los restaurantes estaban ya cerrados, así que hemos dado una pequeña vuelta por el pueblo y hemos cogido el coche para volver.


Viveiro es un pueblo marinero que ya existía en tiempos de los celtas y de los romanos, sufrió ataques de árabes y vikingos en la Edad Media y prosperó en los siguientes siglos siendo testigo de la guerra de los Irmandiños entre nobles y vasallos.


Guarda parte de su recinto amurallado y alguna puerta como la de Carlos V y el centro histórico está bien conservado, con calles empedradas y en cuesta y bonitas plazas.


Hemos aprovechado para tomar algo en una cafetería de la Plaza Mayor. Pensábamos pedir un café pero resulta que ponían chocolate y pensamos que, ya que no habíamos comido, nos vendría bien. Además nos lo sirvieron con un buen trozo de bizcocho y todo por un precio de risa: un euro y medio por persona.


En Burela, que por cierto estaba en fiestas, nos habían recomendado ir cenar al restaurante A Lonxa, que está dentro de la lonja, una de las más importantes del Cantábrico por volumen de capturas y, aunque nos habían dicho que estaba muy bien, ha sido toda una sorpresa.


Nos hemos tomado unas zamburiñas que estaban buenísimas y luego hemos probado un pescado que yo no conocía: la palometa roja. Una crema de limón al final y el precio a vuelto a sorprenderme por lo bajo que ha sido para lo bien que hemos cenado.


Al llegar al hotel nos hemos quedado un buen rato charlando con la dueña, una señora encantadora con la que hemos hecho muy buenas migas.

jueves, 4 de junio de 2015

La Playa de las Catedrales, Cudillero, Luarca...


Uno de los principales motivos de esta escapada era, sin duda, conocer la famosa Playa de las Catedrales que se encuentra cerca de Ribadeo.


El día amaneció soleado y nos permitió tomar un magnífico desayuno en el jardín. Después teniendo en cuenta que lo mejor de esta playa es verla con la marea baja, cuando puedes pasear entre los arcos y meterte a explorar las cuevas donde rompe el oleaje produciendo un ruido tremendo, no nos demoramos porque la bajamar era hacia las once de la mañana. 


Al llegar al aparcamiento nos temimos lo peor porque, aparte de unos cuantos coches, había tres autobuses. Todos nuestros temores se confirmaron cuando desde el acantilado vimos que la playa estaba literalmente tomada por hordas de adolescentes gritando a pleno pulmón.


Dimos un paseo por el sendero que recorre la parte de arriba del acantilado ofreciendo preciosas vistas de la playa y con el secreto deseo de que los niños se cansaran y se fueran a dar la lata a otra parte. Pero no hubo suerte, así que decidimos que teníamos que bajar ya a la playa, porque la marea estaba empezando a subir.


Para acceder a la playa primero hay que bajar unas escaleras, pasar una pequeña extensión de arena y subir por unas piedras para cruzar a la playa. No hay otra forma si no quieres meterte en el agua pero este paso estaba totalmente bloqueado por los adolescentes que subían de uno en uno haciendo prácticamente imposible que pudiéramos cruzar antes de que la marea subiera y no nos dejara pasar a la playa.


Al final pasé yo sola y por un lugar que, ciertamente, no era el más adecuado. Podía haberme roto una pierna en un resbalón pero no podía esperar más, ya estaba subiendo y la arena, aunque parecía seca, cuando la pisabas se te hundían los pies en ella hasta más arriba del tobillo.


Pude aún así recorrer deprisa y corriendo playa, lo cual fue una pena porque ese lugar es para disfrutar tranquilamente y a ser posible sin gente. Habrá que probar en otra época del año y a otra hora.


Desde la Playa de las Catedrales cogimos la Autovía del Cantábrico hasta Cudillero, un pueblo pesquero asturiano, conocidísimo, con las casas pintadas en coloridos tonos pastel en forma de anfiteatro terminando en un pequeño puerto.


Se puede subir a varios miradores. El más famoso es la Garita de la Atalaya. Nosotros nos tomamos un rato de relax en la terraza de un pequeño bar que había pasadas las primeras calles de el pueblo y en el que, como ya era mediodía, nos pedimos un ración de pastel de cabracho y otra de calamares a la romana con unas cervezas fresquitas. Todo muy rico.


Estando en la terraza con nuestro cafetito y en plan relax fue cuando empezaron a caer las primeras gotas, que hicieron que nos levantáramos rápidamente para ir al puerto, donde teníamos el coche.


Yendo por la autovía en dirección a Galicia nos paramos en Luarca, otro típico pueblo marinero de la costa occidental de Asturias que cuenta con cerca de cinco mil habitantes que hace años se dedicaban sobre todo a la pesca. 


El pueblo cuenta con bonitos edificios como el del Ayuntamiento, varios palacios de indianos o el Palacio del Marqués de Ferrera. Un lugar muy curioso y que dejaremos para otra vez es el Cepesma, museo dedicado a los calamares gigantes de hasta trece metros, entre otras muchas especies marinas.


El cementerio de Luarca es uno de esos que hay por tierras del norte encaramados a un acantilado, en la Atalaya, y con fabulosas vistas. Desde luego un lugar privilegiado para descansar, aunque sea eternamente. A lado está el faro de Luarca, en la Punta Focicón.


En Luarca ya empezó a llover de verdad y en la carretera nos cayó una tromba de agua de esas que no te dejan ver y que te hacen cruzar los dedos para que no pase nada. Cuando llegamos al Faro Ortiguera, en Navia, no había dejado de llover, pero ya no era con la misma fuerza. Aún así estuvimos allí un rato esperando a ver si despejaba un poquito. 


Pero no paró del todo, así que dimos un paseo desde el aparcamiento hasta los faros, el nuevo construido en los años setenta y el antiguo, que aún se conserva, de mediados del siglo pasado y que tiene una campana de hierro fundido al lado. Y nos volvimos hacia el coche poniendo rumbo hacia Tapia de Casariego uno de los últimos puertos asturianos antes de llegar Galicia y a la provincia de Lugo.


Ribadeo es un pueblo con poco más de diez mil habitantes y una historia muy rica hasta su decadencia a mediados del siglo XIX. Hoy en día vive del comercio y la hostelería lo que, junto con su privilegiada situación geográfica, hace que sea el centro comercial de una extensa área de la zona de la Mariña Lucense y de gran parte de la costa occidental de Asturias.


Nos llamó la atención el Palacio de los Morenos, en la Plaza de España, una casona de indianos típica de la zona, construida en un estilo que podría ser modernista pero en no muy buen estado de conservación.


Ya de vuelta paramos otra vez en la Playa de las Catedrales, a ver si teníamos suerte y despejaba un poquito el cielo para poder ver la puesta de sol desde allí. No pudo ser, pero por lo menos nos deleitamos con unas maravillosas vistas de la playa en completa soledad, sin gente y con el fantástico sonido de las olas del mar rompiendo en el interior de las numerosas cuevas que se forman en el acantilado de la playa. 


A esas horas no había más que algún solitario paseante y algunos caballos pastando en los cercanos prados. 


Estuvimos allí mucho tiempo, simplemente escuchando el sonido del mar y el viento, contemplando como rompían las olas contra las paredes del gran arco que se adentra en el agua desafiando al mar. Solo nos faltó la música de fondo del gaitero que por la mañana tocaba en una de las cuevas.