No me gustan las Navidades. No me han gustado nunca, pero cada vez menos. Tal vez si fuera religiosa tendrían una mínima justificación, pero como no es el caso me queda sólo la parte comercial y lo de ser felices por obligación en estos días.
Cualquiera que trabaje en un hospital o en las fuerzas de seguridad sabe que en Nochebuena las peleas familiares se multiplican. No hay nada como tener que aguantar toda la cena a ese familiar que no soportas, y tomar unas cuantas copas de lo que se tercie, para tener el belén montado.
Y hay que cenar todos juntos por obligación. Así que estos días son ideales para sentir el vacío de los que no están ya, de los que tienen que trabajar o los que no pueden reunirse con la familia porque viven demasiado lejos. Pero aun así hay que ser felices, atiborrarse a comida, cantar villancicos y comprar regalos, cuando seguramente en el fondo lo que más nos apetece es irnos a dormir y que llegue pronto el 7 de enero.
Pero claro, todo esto es sólo mi manera de ver las cosas. Hay -todavía- gente a la que realmente le gusta la Navidad e incluso disfruta de ella. Así que, por si acaso, feliz Navidad.
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