Este último fin de semana hemos hecho una pequeña escapada a Extremadura. Hacía años, muchos años, de mi último viaje a tierras extremeñas en mis tiempos de instituto, cuando de camino a Sevilla, conocí Cáceres y Mérida.
Ahora, pasado el tiempo, nos apetecía volver y planeamos una escapada de manera que el primer día estaríamos en Cáceres, haríamos noche en Mérida dónde pasaríamos el siguiente día completo con su noche y, al tercer día y ya de vuelta, visitaríamos Trujillo.
A priori el único problema es que el clima se presentaba poco agradable: lluvia, viento... todo lo que un turista nunca desearía.
Y así fue nuestra llegada a Cáceres, lloviendo, con el GPS volviéndose loco porque había calles cortadas y buscando un lugar para aparcar que nos permitiera acceder al centro sin mojarnos demasiado.
Nada más llegar a la Plaza Mayor me sorprendió lo cambiada que estaba. Muy cuidada, sin tráfico, con unas bonitas terrazas a pesar de la lluvia. Paramos a tomar un café y como me gustó el sitio decidí ya qué iríamos a comer allí.
Cuando el agua nos dio una tregua fuimos a la oficina de turismo, que estaba justo enfrente, para hacernos con un plano turístico de la ciudad. Y comenzamos la visita.
Tan pronto llovía como salía el sol, pero la verdad es que como todo el centro histórico y amurallado es peatonal, el deambular por sus callejuelas se hacía fácil y agradable.
Cuando arreciaba la lluvia buscábamos el cobijo de alguna de las numerosas iglesias y cuando paraba y salía el sol aprovechábamos para pasear entre palacios renacentistas y hacer fotografías.
También conocimos el Museo Provincial, que además de ser gratuito contiene varias sorpresas, por ejemplo el bello aljibe hispano árabe del que hay que destacar la espectacular visión de los arcos de herradura reflejándose en el agua. La tenue luz no era la más adecuada para hacer fotografías pero le daba un aspecto misterioso.
El museo guarda una colección que abarca toda la historia de Cáceres, desde la prehistoria hasta la época visigoda y árabe. También cuenta con cuadros procedentes del Museo del Prado, como por ejemplo un Greco, y una sorprendente colección de obras de artistas contemporáneos como Millares, Canogar, Gordillo, Miró, Oteiza, Palazuelo, Zóbel, Saura ... Incluso varios dibujos y grabados de Picasso.
Continuamos el paseo saliendo por una puerta de la muralla para poder ver ésta desde fuera del recinto y, rodeando un tramo, volvimos a entrar en el casco antiguo.
Después bajamos a comer a una terraza en la plaza. Madre mía como se come en esta tierra, a la cantidad se le une la calidad y el precio. Yo no soy muy de carnes, casi prefiero el pescado, pero me comí un chuletón de ternera extremeña ... ¡que estaba buenísimo!. Además toda la comida, incluyendo el postre y el café, por 20 euros. El vino era de la zona, de Villafranca de los Barros, un tinto joven y tan afrutado que casi tenía un toque dulzón.
Tras la expedición turística y monumental tocaba ir un poco de tiendas. Compramos unas tortas del Casar, que a mi me gusta mucho el queso. Y en vista de que empezaba de nuevo a llover, partimos hacia Mérida.
Ahora, pasado el tiempo, nos apetecía volver y planeamos una escapada de manera que el primer día estaríamos en Cáceres, haríamos noche en Mérida dónde pasaríamos el siguiente día completo con su noche y, al tercer día y ya de vuelta, visitaríamos Trujillo.
A priori el único problema es que el clima se presentaba poco agradable: lluvia, viento... todo lo que un turista nunca desearía.
Y así fue nuestra llegada a Cáceres, lloviendo, con el GPS volviéndose loco porque había calles cortadas y buscando un lugar para aparcar que nos permitiera acceder al centro sin mojarnos demasiado.
Nada más llegar a la Plaza Mayor me sorprendió lo cambiada que estaba. Muy cuidada, sin tráfico, con unas bonitas terrazas a pesar de la lluvia. Paramos a tomar un café y como me gustó el sitio decidí ya qué iríamos a comer allí.
Cuando el agua nos dio una tregua fuimos a la oficina de turismo, que estaba justo enfrente, para hacernos con un plano turístico de la ciudad. Y comenzamos la visita.
Tan pronto llovía como salía el sol, pero la verdad es que como todo el centro histórico y amurallado es peatonal, el deambular por sus callejuelas se hacía fácil y agradable.
Cuando arreciaba la lluvia buscábamos el cobijo de alguna de las numerosas iglesias y cuando paraba y salía el sol aprovechábamos para pasear entre palacios renacentistas y hacer fotografías.
También conocimos el Museo Provincial, que además de ser gratuito contiene varias sorpresas, por ejemplo el bello aljibe hispano árabe del que hay que destacar la espectacular visión de los arcos de herradura reflejándose en el agua. La tenue luz no era la más adecuada para hacer fotografías pero le daba un aspecto misterioso.
El museo guarda una colección que abarca toda la historia de Cáceres, desde la prehistoria hasta la época visigoda y árabe. También cuenta con cuadros procedentes del Museo del Prado, como por ejemplo un Greco, y una sorprendente colección de obras de artistas contemporáneos como Millares, Canogar, Gordillo, Miró, Oteiza, Palazuelo, Zóbel, Saura ... Incluso varios dibujos y grabados de Picasso.
Continuamos el paseo saliendo por una puerta de la muralla para poder ver ésta desde fuera del recinto y, rodeando un tramo, volvimos a entrar en el casco antiguo.
Después bajamos a comer a una terraza en la plaza. Madre mía como se come en esta tierra, a la cantidad se le une la calidad y el precio. Yo no soy muy de carnes, casi prefiero el pescado, pero me comí un chuletón de ternera extremeña ... ¡que estaba buenísimo!. Además toda la comida, incluyendo el postre y el café, por 20 euros. El vino era de la zona, de Villafranca de los Barros, un tinto joven y tan afrutado que casi tenía un toque dulzón.
Tras la expedición turística y monumental tocaba ir un poco de tiendas. Compramos unas tortas del Casar, que a mi me gusta mucho el queso. Y en vista de que empezaba de nuevo a llover, partimos hacia Mérida.
Las dos ciudades están muy bien comunicadas por autovía, así que llegamos muy pronto y se nos ocurrió pasar por el embalse de Proserpina, de origen romano y que, a través del acueducto de los Milagros, abastecía de agua a la ciudad.
Desconozco la razón por la que se le dio el nombre al embalse, pero me parece de lo más adecuado, ya que el mito de Proserpina explica la aparición de la primavera y el día no podía ser mas típico de la estación: había dejado de llover y lucía un sol espléndido que permitía que en las tranquilas aguas se reflejara la vegetación de las orillas, el cielo, las nubes... Daban ganas de quedarse allí.
Desconozco la razón por la que se le dio el nombre al embalse, pero me parece de lo más adecuado, ya que el mito de Proserpina explica la aparición de la primavera y el día no podía ser mas típico de la estación: había dejado de llover y lucía un sol espléndido que permitía que en las tranquilas aguas se reflejara la vegetación de las orillas, el cielo, las nubes... Daban ganas de quedarse allí.
Pero no queríamos llegar muy tarde, así que programé de nuevo el GPS y entramos a la ciudad justo por la parte en la que se encuentra el Acueducto y el puente romano sobre el Albarregas, rodeados de un verde parque.
Pasamos allí otro rato, disfrutando de los últimos rayos de sol de un día que amaneció cubierto y lloviendo y se despedía con la luz dorada de un atardecer soleado.
Pasamos allí otro rato, disfrutando de los últimos rayos de sol de un día que amaneció cubierto y lloviendo y se despedía con la luz dorada de un atardecer soleado.
2 comentarios:
Se nota que disfrutas mucho allá donde vas... y yo disfruto siguiéndote, mirando tus fotos.
Al ver las fotos de Cáceres ciudad, me he dado cuenta que después de 22 años de haber estado allí, se me refrescaron las imagenes que yo tenía guardadas y que las pequeñas cosas en general dificilmente se olvidan...
Creo que hay que disfrutar de todo, en especial del día a día. El presente es lo único que tenemos seguro porque el futuro... Quien sabe, con las vueltas que da la vida.
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