Volvemos a Estambul desde Capadocia, en concreto desde el aeropuerto de Kayseri. Nuestro vuelo salió a las 8 de la mañana. Bien porque, como tarda alrededor de una hora, podemos aprovechar algo nuestro último día en Turquía.
Hemos dejado la maleta en el hotel, aunque sin hacer el check-in porque era demasiado pronto, y hemos decidido ir a ver la gran mezquita de Suleymaniye.
Lo mejor era ir andando porque no nos quedaba muy lejos y así conocíamos un poco el ambiente de las calles de los alrededores dónde aún se conservan muchas de las antiguas casas de madera, algunas restauradas y otras hechas una pena.
Lo mejor era ir andando porque no nos quedaba muy lejos y así conocíamos un poco el ambiente de las calles de los alrededores dónde aún se conservan muchas de las antiguas casas de madera, algunas restauradas y otras hechas una pena.
Suleymaniye en realidad es un complejo que fue construido entre los años 1550 y 1557 por el arquitecto de origen cristiano Sinan para Solimán I, en el lugar donde se encontraba el palacio de Eski Saray dominando el Cuerno de Oro.
Se trataba de un complejo arquitectónico que incluía, además de la mezquita, unos baños, madrazas, un comedor, un hospital y un caravasar que daba alojamiento a los mercaderes que llegaban a la ciudad.
Se trataba de un complejo arquitectónico que incluía, además de la mezquita, unos baños, madrazas, un comedor, un hospital y un caravasar que daba alojamiento a los mercaderes que llegaban a la ciudad.
Sin darnos cuenta de que eran casi las doce de la mañana y que hoy era viernes hemos estado viendo con calma la tumba del sultán, de su favorita Roxelana, de algunos de sus familiares y el cercano cementerio.
Había muchas tumbas con un monolito que llevaba grabado un rosal. Parece ser que se talla una rosa por cada hijo que hubiera tenido.
Había muchas tumbas con un monolito que llevaba grabado un rosal. Parece ser que se talla una rosa por cada hijo que hubiera tenido.
Cuando atravesamos el gran patio cuyas imponentes columnas monolíticas de distintos colores parece ser que pertenecieron al hipódromo, la gente ya salía. Un letrero nos informaba de que cerraban de 12 a 14:30.
Qué faena, hemos pasado un buen rato en el patio y después nos hemos perdido literalmente paseando por las callejuelas cercanas a la mezquita.
Se trata de un laberinto de calles en el barrio de Fatih con casas de madera de colores de la época otomana. Sería un barrio bellísimo de no haber estado tan deterioradas e incluso abandonadas.
Los niños y las gallinas corrían por las callejas y unas calles más abajo había comercios de todo tipo y especializados en los productos más diversos: sogas, hachas, hebillas de cinturón...
Encontramos una pastelería en la que el baklava tenía muy buena pinta y entramos. Compramos una cajita con un surtido de varias clases: con pistachos, con nueces, y a 25 libras turcas el kilogramo. En el Bazar de las Especias lo habíamos visto por 50 o 60 libras turcas. Es la diferencia entre un lugar turístico y una calle de un barrio. Y estaba buenísimo.
Vagabundeando y sin saber muy bien como, hemos terminado volviendo a nuestro punto de partida, la mezquita de Suleymaniye y ya sólo hemos tenido que esperar un poquito para poder entrar.
El interior de Süleymaniye es un gran espacio cuadrado coronado por una cúpula de 53 m de altura y 27 m de diámetro. La decoración es más sencilla y elegante que la de otras mezquitas de Estambul. Tiene los clásicos azulejos de Iznik pero en menor cantidad y el mihrab y el mimbar son simples y sobrios, de mármol blanco.
Después hemos bajado al Bazar de las Especias que estaba absolutamente petado, pero queríamos comprar hibisco. No hemos estado mucho tiempo porque resultaba agobiante el gentío, así que nos hemos dirigido dando un paseo desde Eminonu hasta Sultanhamet para ver la Cisterna de la Basílica.
Esta enorme estructura subterránea se edificó en la época del emperador Justiniano, en el año 532, ampliando una que mandó construir Constantino para asegurar el abastecimiento de agua al Gran Palacio de Constantinopla. Su techo abovedado descansa sobre 336 columnas de ocho metros de altura.
Esta enorme estructura subterránea se edificó en la época del emperador Justiniano, en el año 532, ampliando una que mandó construir Constantino para asegurar el abastecimiento de agua al Gran Palacio de Constantinopla. Su techo abovedado descansa sobre 336 columnas de ocho metros de altura.
La cola que había para entrar era tremenda, además teníamos que ver cómo los grupos pasaban por delante constantemente. Pero cuando conseguimos entrar, pagando 20 libras turcas, descubrimos que es aún más impresionante de lo que habíamos visto en las guías o en los documentales.
Sólo hay que pasear despacio por las pasarelas concentrándose en la vista y el sonido suave de la música. Y olvidarse de las decenas de turistas gritones haciéndose fotos en los lugares y posturas más absurdas.
Sólo hay que pasear despacio por las pasarelas concentrándose en la vista y el sonido suave de la música. Y olvidarse de las decenas de turistas gritones haciéndose fotos en los lugares y posturas más absurdas.
Hay dos columnas que descansan sobre unas bases con forma de cabezas de Medusa, que se cree que fueron recicladas de otros monumentos anteriores.
Para recuperarnos de tanto paseo un buen cafetito, y lo siento pero no me gusta el café turco, así que un buen capuchino con su espumita y a descansar viendo el trajín de la gente y la calle.
No hemos podido demorarnos mucho porque ya estaba haciéndose tarde y un camarero al que pregunté nos confirmó que el Gran Bazar cerraría sobre la siete de la tarde.
El bazar fue creado por Mehmet II a mediados de siglo XV, poco después de la conquista de la ciudad. Tiene 58 calles cubiertas y más de 4.000 tiendas que se agrupan por gremios, destacando los joyeros, las especias, las alfombras o los artículos de cuero.
Estaba tranquilo porque, aunque eran las cinco, algunas tiendas ya empezaban a cerrar. Hay tantas calles, tantas tiendas, tantos productos. Desde luego un paraíso para las compras y las imitaciones.
Para no salirnos del del guión, a la salida nos hemos perdido y, como no lograba orientarme con el plano, finalmente he preguntado a un policía por la estación de tranvía de Cemberlitas.
Al hotel hemos llegado arrastrando los pies pero con la suerte de que nos han dado una suite: salón, dormitorio, baño y aseo. Misma categoría, pero menudo cambio respecto a los hoteles de los días anteriores. No faltaba detalle y los baños estaban absolutamente impecables. Y a descansar, que el avión sale temprano y hay que madrugar de nuevo.
1 comentario:
La primera es Espectacular!
:-)*
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