viernes, 20 de febrero de 2015

Cuenca, ciudad de leyendas.


Después de irnos a dormir con la imagen nocturna de las Casas Colgadas en la retina, es una verdadera suerte despertarse con unas impresionantes vistas a la Hoz del Júcar. Aunque no lo sea tanto descubrir que la nevera del apartamento estaba puesta con el frío a tope y nos había congelado toda la fruta del desayuno. Tocó café y bollería.



Y así armados con un buen calzado y un plano de la ciudad nos dispusimos a patear el centro histórico de arriba abajo. Y nunca mejor dicho, porque nuestro alojamiento se encontraba en la parte más alta de la ciudad.


Empezamos por el castillo que tiene vistas a las dos hoces de los ríos que delimitan la parte antigua de Cuenca. Por un lado la Hoz del Júcar. Y por el otro las vistas desde el mirador abarcan desde el Convento de San Pablo, dónde ahora se encuentra el Parador Nacional de Turismo, pasando por el Puente Colgante de San Pablo, hasta las Casas Colgadas y toda la fachada de la ciudad que se asoma a la Hoz del Huécar.



Bajamos por la calle de Julián Romero que es peatonal porque constantemente hay que pasar por pasadizos, miradores, escaleras... , que hacen imposible el tráfico rodado.


En la ciudad hay muchas leyendas y una de ellas es la del Pasadizo del Cristo, que narra como Julián, un joven pobre pero honrado, se enamora de Angustias, que tiene una posición social superior y cuyos padres no se muestran de acuerdo con la relación. Él marcha entonces a la guerra para hacer fortuna y la noche antes de partir se juran fidelidad ante el Cristo del Pasadizo. Pero cuando, a los dos años el chico vuelve, se encuentra con que su amada tiene otro pretendiente, con el que lucha. Muere mientras que el otro hombre se despeña en su huida. La historia termina con Angustias recluida en el Convento de las Petras para hacer penitencia por sus pecados, arrepentida de su culpa.


Poco más abajo llegamos a la Posada de San José, un edificio del siglo XVII que en su origen fue un monasterio y en el que hoy se ubica una posada típica.


La calle finaliza en los aledaños de la Plaza Mayor, de forma irregular y dominada por la inmensa catedral, el Convento de las Petras, el Ayuntamiento y las casas con balcones pintadas de colores.



Por un costado de la Catedral, por la calle Obispo Valero y siguiendo por la calle Canónigos, caminamos hasta el Museo de Arte Moderno, que está ubicado en las famosas Casas Colgadas.


La Casa de la Sirena también tiene su propia leyenda, la historia de Catalina, una chica tan hermosa que Enrique de Trastámara se enamoró de ella a primera vista y no cejó hasta que la hizo su amante, con el consentimiento del padre de ella que veía así el fin de sus apuros económicos. Ella se quedó embarazada y Enrique marchó a la guerra ordenando que estuviera encerrada y que no se supiera nada en la ciudad.


Tras matar a su hermanastro, Pedro el Cruel, Enrique se convierte en rey, se casa, tiene un hijo y se olvida de Catalina y su bastardo. Pero cuando un adivino le dice que tenga cuidado, que ha matado a su hermanastro y que lo mismo podría pasarle a su hijo, recuerda que tiene otro hijo ilegítimo en Cuenca.


El rey manda a sus hombres a Cuenca para que lo maten y Catalina, presa de la desesperación se arroja al vacío desde las ventanas de su casa. Se cuenta que algunas noches todavía se escuchan sus lamentos, que recuerdan los cantos tristes de una sirena, en las profundidades de la hoz del Huécar.


Un nuevo pasadizo por debajo de las casas nos lleva hasta la fachada sur, la de las balconadas de madera, desde donde parte una cuesta que termina en el puente de San Pablo.


Si no hace viento lo ideal es bajar hasta el Parador. Si hay viento el puente se mueve algo y puede dar bastante vértigo. Desde allí las vistas por la mañana son insuperables.


El Parador está en un formidable edificio renacentista del siglo XVI que originalmente se construyó como convento de la orden de los dominicos y cuyo interior, con un majestuoso patio central puede visitarse si se va a la cafetería.


Volvimos sobre nuestros pasos y nos dirigimos al Barrio de San Martín, el barrio de los rascacielos, así llamados porque estos edificios medievales llegaron a alcanzar las doce alturas por el lado de la hoz del Huécar, a base de escavar la roca y construir complicadas estructuras de madera en voladizos. Tienen su acceso por la calle Alfonso VIII por donde son casas de tres o cuatro alturas. 



Por el Paseo del Huécar llegamos hasta el Pósito del Almudí y nos internamos en un barrio cuyas callejuelas, como la de la Moneda, son tan estrechas que en ocasionas puedes tocar ambas fachadas estirando los brazos en cruz.



Y así, callejeando y subiendo y bajando cuestas y escaleras durante toda la mañana, llegamos a la calle Alfonso VIII y a la cercana plaza Mangana, que por desgracia está hecha un Cristo porque estaban haciendo una excavación.



En ella destaca la torre homónima, edificada en el siglo XVI sobre las ruinas del alcázar árabe, cuyas excavaciones provocan el actual estado del lugar.


La calle Santa María nos lleva a la recoleta Plaza de la Merced, uno de los rincones más monumentales de la ciudad, con el Seminario de San Julián, el Convento de las Esclavas y el Museo de las Ciencias de Castilla-La Mancha, que se asienta sobre restos medievales y edificios de los siglos XVIII y XIX. En la entrada del museo pueden verse en el suelo, protegidos por un cristal, los restos de un antiguo aljibe.


De nuevo en la Plaza Mayor, decidimos que ya era hora de parar y descansar mientras comíamos en el Espacio Gastronómico del Museo Casa-Palacio. Una mesa junto a un ventanal que da a la hoz del Júcar, ambiente tranquilo y excelente comida. No exagero si digo que nos pasamos horas allí, pues tras comer hicimos una buena sobremesa y nos tomamos el café... con tiempo.


Además vimos una exposición con reproducciones de las máquinas e ingenios de Leonardo da Vinci. La pena es que la muestra que había de los Grabados de Goya la inauguraban por la tarde.


Pero el sol había seguido su recorrido y ahora tocaba explorar la zona de Cuenca que da a la Hoz del Júcar. En la calle Severo Catalina hay pasadizos que comunican con San Miguel. Esta es, además una concurrida zona nocturna de bares, pero por el día respira tranquilidad.




Seguimos subiendo y bajando escaleras, de la plaza de San Nicolás al Museo Saura y de allí a la bajada de la ermita de las Angustias, que nos lleva hasta el Convento de los Descalzos y la Cruz del Convertido.


Esta cruz también tiene una leyenda que cuenta cómo Diego, un joven famoso por cortejar a cuanta mujer se le pusiera por delante, quedó perdidamente enamorado de una misteriosa joven llamada Diana que, tras darle largas durante mucho tiempo, finalmente le citó en las Angustias una noche de difuntos. Allí, bajo una terrible tormenta, dio rienda a su pasión hasta que descubrió que ella no tenía piernas, sino patas de macho cabrío. El joven huyó y se abrazó a una cruz que había en el Convento de los Franciscanos Descalzos justo antes de que el diablo le diera un zarpazo, y su mano quedó grabada en la cruz. Al día siguiente Diego ingresó en el convento para el resto de su vida.


Y volvemos a la calle Alfonso VIII para visitar el túnel. El subsuelo de Cuenca cuenta con un buen número de túneles de distintas épocas y que han tenido muy diferentes funciones, desde conducciones de agua a refugios en guerras, pasando por criptas de edificios religiosos.


El que visitamos tiene cerca de cien metros de largo y se construyó durante la Guerra Civil como refugio antiaéreo. Al entrar te proveen de un casco.


Volvimos a nuestro apartamento con las últimas luces subiendo por la calle San Pedro y asomándonos un rato a la hoz del Júcar a la altura de la calle Trabuco, cerca del Castillo.



3 comentarios:

Unknown dijo...

No sabía que tenia tantas leyendas Cuenca. Que bonita ciudad.

Anónimo dijo...

Me encanta las historietas. Qué encanto de ciudad.

Cdeiscar dijo...

Hay lugares en los que se puede llegar a confundir leyenda y realidad. Además, nunca se sabe...