Es un mediodía luminoso. Una brisa suave agita las hojas nuevas de un verde brillante de los árboles del jardín. Un niño corretea bajo la atenta mirada de una anciana vestida de negro y con el pelo blanco suelto por encima de los hombros.
Cerca, un hombre lee un libro mientras una muchacha se hace una foto con su novio. Casi se podría oír el trinar de los pájaros si no fuera por el ruido del tráfico que nos recuerda que estamos en el centro de Atenas.
Parece mentira que en apenas unas horas toda esta tranquilidad pueda trocarse en un infierno, que la ciudad parezca inmersa en una guerra, que el fuego, los gases, las carreras y los gritos den la vuelta a la piel de las calles y los parques.
Todo parece tranquilo y, sin embargo, todo ha cambiado. Hay muchos más mendigos por la calle, muchos con la cabeza oculta por una capucha, tal vez por vergüenza a que alguien los reconozca. En cada esquina hay gente pidiendo firmas para protestar contra todo y todos o repartiendo folletos que llaman a la insumisión. Hay guardias de seguridad en todas las tiendas en una ciudad que llamaba la atención por sus bajos índices de delincuencia. Y los ancianos ya no juegan al tavli (backgammon) en las terrazas de los cafés sino que hablan de lo que les está pasando a los griegos y mueven, incrédulos, la cabeza. ¿Qué les ha pasado? ¿cómo han podido llegar a ésto?. Hace sólo unos pocos años estaban felices y orgullosos de su país y de su nivel de vida y ahora sólo ven amenazas mientras los políticos y economistas de media Europa les culpan de ser unos vagos y de dilapidar lo que no tenían.
Unos vagos. Que se lo digan a todos aquellos que hacen interminables jornadas sin descansos ni vacaciones porque es lo que hay. A los que encadenan varios trabajos para poder llegar a fin de mes. A los que no pueden ni tomarse un café, porque aunque nos pueda parecer una barbaridad, su precio ronda los 3€.
Eso sí, políticos corruptos y empresarios oportunistas hay a manta. Y fakelaki (sobrecitos) para agilizar cualquier trámite, también.
Y ¿cómo se puede acabar con ésto?. ¿Se puede?. ¿Que haces cuando tu padre tiene que esperar meses para que lo operen en un hospital público mientras ves que su salud se deteriora y te van dando largas, y te dicen que el vecino lo solucionó con un sobre?. ¿Denunciar?. ¿ A quién?.
Miedo, impotencia, eso es lo que se respira por las calles. Y mucho fatalismo. Qué pueden hacer. También pueden manifestarse, o gritar, o hacer huelga. O meterle fuego a todo. Es la desesperación de los que no tienen futuro.
La pareja se ha ido, agarrados de la mano. El hombre ha cerrado el libro y tiene la mirada perdida. El niño se ha caído y está llorando. Su abuela trata de consolarlo y lo llena de besos. Tal vez le compre una chuche en el cercano kiosko. O tal vez le cuente la historia de un pueblo que creó el pensamiento, las ciencias, las artes, la cultura, la democracia. De un pueblo orgulloso de su pasado y desesperado con su futuro.
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