Hoy he salido pronto. A las diez de la mañana ya hacía calor. Tenía que comprar unas esponjas, así que me he dirigido hacia Adrianou, en Plaka, en primer lugar.
Muchas de las tiendas estaban abriendo todavía y el ambiente era el del pueblo o el del barrio en que todo el mundo se conoce. La gente se saludaba por la calle con el habitual kalimera y las sonrisas fluían de acá para allá.
Había pocos turistas, no sé si por efecto de la crisis o de la hora, así que tras comprar la esponja -y una pulsera de madera de olivo, precio especial de la casa-, he seguido hasta la Biblioteca de Adriano y hacia Thisio. Allí, entre el Ágora y la estación de metro había una multitud de puestos de lo más variado. Igual vendían colgantes, pulseras y juguetes que monedas, ropa y zapatos viejos, la vajilla de la abuela y chatarras de todas clases. Todo vale si se trata de hacerse con algunos eurillos. Muchos de los vendedores eran griegos con muchos años que, probablemente, trataban de redondear sus menguadas pensiones deshaciéndose de todo aquello que pudiera tener algún valor.
He subido por Apostolou Pablou. Las terrazas aún estaban vacías. Las laderas de la Acrópolis estaban tapizadas con un manto verde brillante con florecitas amarillas que anunciaba la primavera. Al fondo, en las montañas, aún quedaba nieve.
En Dionisiou Aeropagitou sonaban las músicas de numerosos solistas y grupos, tan juntos que los sones se entremezclaban. Cada uno trata de ganarse la vida como puede, pero a mí me deja cierta sensación de impotencia ver a tanta gente esperando que caiga la ansiada moneda que permita tirar hacia adelante un día más.
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