Hoy hemos ido al campamento de elefantes. Es un lugar donde adiestran y protegen a estos animales que dejaron de tener utilidad para trabajos en la jungla, sobre todo en explotaciones madereras y así, enfocado de cara al turismo, los dan una nueva función.
Partiendo de la base de que a mí sólo me gustan los animales en estado salvaje y de lejos, ya sabía que no era una de las actividades que más me iba a gustar del viaje.
Primero, durante un rato, los cuidadores pusieron a los paquidermos a disposición de los turistas para que se hicieran las fotos de rigor, subidos en la trompa, a lomos del elefante y cosas así a cambio de una propina.
Luego llegó el baño en el río, una de las cosas que más me gustaron, y el espectáculo de adiestramiento. Acrobacias, piruetas, arrastre de troncos, jugar al fútbol y, de vez en cuando, acercarse a la grada a que el público les obsequiase con plátanos y caña de azúcar.
Yo, cómo debo ser un poco rara y no soporto que me babeen los animales, pues cuando se acercaban casi salía corriendo.
Al finalizar el show de los elefantes tocaba el rafting en balsa de troncos de bambú. Creo que lo del rafting le queda muy grande. En realidad era un paseo muy tranquilo por el río. Hacía sol y el paisaje era precioso así que pudimos relajarnos un rato porque tras ello venía el plato fuerte del día: el paseo en elefante.
Atravesando el río subiendo y bajando por la montaña. No me ha gustado nada, no lo he disfrutado, lo he sufrido y estaba deseando que se terminara. Además era todo tan artificial. Cada pocos metros había un puesto de plátanos para vender a los turistas y que dieran de comer a los elefantes.
Cuando el recorrido acababa te paraban en una zona atestada de puestos de artesanía y cosas típicas y, para finalizar, había que volver en una carreta de madera tirada por bueyes que olían fatal y que te conducía de nuevo al campo base.
Cuando el recorrido acababa te paraban en una zona atestada de puestos de artesanía y cosas típicas y, para finalizar, había que volver en una carreta de madera tirada por bueyes que olían fatal y que te conducía de nuevo al campo base.
De esto último nadie nos había avisado y nos quedamos allí esperando, dudando si subir o no un buen rato. Pero como no había otra opción, pues a la carreta. Al conductor debía hacerle mucha gracia meterse por todos los baches que encontraba así que terminé con las rodillas llenas de cardenales.
Cerca de el campo de elefantes residen unas cuantas tribus que viven de su artesanía y de las visitas de los turistas. Las mujeres tejen y tienen sus puestos de recuerdos y los hombres trabajan con las balsas o los elefantes.
El pueblo está montado al estilo a un parque temático, de hecho te cobran entrada y todo. Pero es una buena forma para ver y poder fotografiar grupos como los de las mujeres jirafa, que viven en zonas remotas del país y que de otra forma serían muy difíciles de ver.
Las Padaung o mujeres de cuello de jirafa forman parte del grupo étnico de los Karen y llegaron a Tailandia huyendo de los conflictos armados que se dieron en Birmania en la década de los noventa.
Una vez allí se dieron cuenta de que podían sobrevivir con los ingresos que reciben de los turistas, que pagan por observar los anillos de latón que llevan al cuello.
Desde los cinco años las niñas empiezan a llevar estos collares a los que se van añadiendo más según van creciendo.
El cuello en si no se alarga, sino que se produce una deformación en la clavícula que oprime la caja torácica. La musculatura del cuello se atrofia y si se lo quitan tienen problemas hasta que logran fortalecerlos.
Hace años algunas jóvenes comenzaron a quitarse los collares pero, sobre todo en Tailandia, esta práctica se ha convertido para ellas en una forma de vida a la que siguen condenando a las niñas. Algunas, las más pequeñas tenían las caritas muy tristes. Las mayores saben que hay que sonreír para la fotografía.
El origen de esta costumbre no está claro. Hay quien piensa que era para evitar los ataques de los animales salvajes, de los tigres sobre todo, y quien cree que servía para afearlas y así evitar que fueran raptadas por otras tribus.
Pero para ellos es un distintivo cultural y un signo de belleza. Hoy en día es una costumbre que se mantiene, además, por el dinero que genera el turismo que va asociado a esta costumbre.
Por último la comida fue en una granja de orquídeas. Te explican cómo se cultivan y ves una enorme gama de formas y colores.
El pueblo está montado al estilo a un parque temático, de hecho te cobran entrada y todo. Pero es una buena forma para ver y poder fotografiar grupos como los de las mujeres jirafa, que viven en zonas remotas del país y que de otra forma serían muy difíciles de ver.
Las Padaung o mujeres de cuello de jirafa forman parte del grupo étnico de los Karen y llegaron a Tailandia huyendo de los conflictos armados que se dieron en Birmania en la década de los noventa.
Una vez allí se dieron cuenta de que podían sobrevivir con los ingresos que reciben de los turistas, que pagan por observar los anillos de latón que llevan al cuello.
Desde los cinco años las niñas empiezan a llevar estos collares a los que se van añadiendo más según van creciendo.
El cuello en si no se alarga, sino que se produce una deformación en la clavícula que oprime la caja torácica. La musculatura del cuello se atrofia y si se lo quitan tienen problemas hasta que logran fortalecerlos.
Hace años algunas jóvenes comenzaron a quitarse los collares pero, sobre todo en Tailandia, esta práctica se ha convertido para ellas en una forma de vida a la que siguen condenando a las niñas. Algunas, las más pequeñas tenían las caritas muy tristes. Las mayores saben que hay que sonreír para la fotografía.
El origen de esta costumbre no está claro. Hay quien piensa que era para evitar los ataques de los animales salvajes, de los tigres sobre todo, y quien cree que servía para afearlas y así evitar que fueran raptadas por otras tribus.
Pero para ellos es un distintivo cultural y un signo de belleza. Hoy en día es una costumbre que se mantiene, además, por el dinero que genera el turismo que va asociado a esta costumbre.
Por último la comida fue en una granja de orquídeas. Te explican cómo se cultivan y ves una enorme gama de formas y colores.
Sobre las cuatro de la tarde hemos llegado a Chiang Mai, al hotel, y nos hemos despedido de la guía. Tras descansar un par de horas hemos salido a pasear por el mercado nocturno. La verdad es que está bien, aparte de las tonterías típicas de los mercadillos y de la ropa falsificada, se puede encontrar mucha artesanía en madera de teka, tejidos típicos, algodón, seda y un buen número de artistas haciendo unos retratos y unos cuadros realmente buenos.
Yo he comprado unas bandejas de madera de teka baratísimas y un bolso. No lo tenía nada claro pero cuando volvimos a pasar por la tienda entré. El que más me gustó es de un cuero muy suave y unas terminaciones que en nada tienen que envidiar a los originales si es que no lo son. El caso es que por el que me gustaba más, porque en realidad gustarme me gustaban todos, me pedían 7500 bath, unos 180 euros y me pareció una pasada.
No me gusta regatear pero la chica insistía y un poco por quitármela de encima le ofrecí 2500. Al final me lo quedé, claro, pero en 3000 bath, 72 euros y me encanta. Pero lo malo de regatear es que siempre te quedas con la impresión de que has pagado más de la cuenta.
No me gusta regatear pero la chica insistía y un poco por quitármela de encima le ofrecí 2500. Al final me lo quedé, claro, pero en 3000 bath, 72 euros y me encanta. Pero lo malo de regatear es que siempre te quedas con la impresión de que has pagado más de la cuenta.
Después de tomarnos unos helados en la calle, contemplando el ajetreo de vendedores y turistas, nos hemos subido al hotel, que había que preparar las maletas porque al día siguiente partiríamos rumbo a Camboya.
4 comentarios:
¡Qué no se acabe el viaje!
¿Nunca sales en las fotos?
Próximo destino, Camboya.
No publico fotos mías ni de quienes me acompañan. No por nada en especial, simplemente no me gusta. Pero tampoco es una norma invariable.
Que no se acaben los viajes! Felicidades por su experiencia
Gracias, Raquel.
Viajar te engancha como una droga...😉
Pero es genial
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