Hoy vamos a ver uno de los monumentos más famosos del mundo y la única de las maravillas de la antigüedad que sigue en pie: las pirámides de Giza.
Tardamos más de una hora en llegar a la meseta de Giza desde nuestro hotel, que esta en Heliopolis, un barrio cerca del aeropuerto.
Cuando llegamos a las pirámides ya había un montón de gente a pesar de lo temprano que era, pero nos armamos de paciencia para soportar a las hordas de chinos y empezamos viendo la pirámide de Keops, la mayor y más antigua. Había la posibilidad de entrar dentro pero no me sentí capaz: mi claustrofobia no es exagerada pero tiene un límite.
Dimos toda la vuelta y pasamos a la de Kefren, que de lejos parece la más alta por estar construida sobre un terreno más elevado y resulta inconfundible porque conserva en su vértice parte del revestimiento calcáreo que la recubría para hacerla más impresionante todavía.
Tras pasear por los alrededores de la pirámide de Kefren nos dirigimos hacia el punto del desierto desde el que se puede ver una vista panorámica del conjunto de las pirámides de Keops, Kefren y Micerinos. Allí había una multitud de camellos para dar un paseo o simplemente hacer una foto con ellos. Pero es mejor pasar porque se ponen muy pesados, al igual que los vendedores que te ofrecen todo tipo de baratijas a grito pelado y que pueden llegar a resultar bastante insistentes.
Por último nos acercamos al complejo de Micerinos a hacer las últimas fotografías de la parte alta del complejo de las pirámides de Giza.
Bajamos hasta la Esfinge, que firmaba parte del complejo funerario de Keops. De nuevo gran cantidad de turistas, vendedores y camelleros.
Callejeamos un rato y nos llevaron a una tienda de ropa. Yo, mientras tanto, me entretuve haciendo fotos en la calle.
Después de comer en un restaurante local aceptable volvimos al hotel a descansar un ratito. Un par de horas para reponer fuerzas y vuelta a salir.
Por la tarde-noche pasamos por un barrio de clase alta que por lo menos nos muestra otra cara de El Cairo, no la miseria y la suciedad habituales. En este barrio había incluso semáforos y pasos de cebra, algo que no habíamos visto hasta ahora. Casas elegantes, tiendas de lujo, palacios del gobierno...
Seguidamente paramos en la tumba de Sadat y el monumento soldado desconocido.
En la Ciudad de los Muertos no hemos parado, solamente hemos pasado con el autobús por las calles de ese inmenso cementerio con tumbas desde la época fatimí donde viven miles de personas que tienen sus casas y sus negocios entre los panteones.
Fueron los mamelucos, esclavos convertidos al islam y poderosos guerreros los que empezaron a invertir sus riquezas, que no podían llegar a sus descendientes, en grandes tumbas que en muchos casos eran cuidadas por una familia.
En el cementerio vivían también artesanos, albañiles o carpinteros conviviendo con los muertos y creando así una ciudad en la que se mezclan mausoleos y colmados, tumbas y talleres de coches y en la que los niños juegan entre lápidas, las gallinas corretean y los ancianos contemplan el paso de la vida. Pero las fotos son de la mañana y entonces estaba desierto.
En el cementerio vivían también artesanos, albañiles o carpinteros conviviendo con los muertos y creando así una ciudad en la que se mezclan mausoleos y colmados, tumbas y talleres de coches y en la que los niños juegan entre lápidas, las gallinas corretean y los ancianos contemplan el paso de la vida. Pero las fotos son de la mañana y entonces estaba desierto.
Llegamos hasta las antiguas murallas de el Cairo y montamos un numerito de aúpa con el autobús al meternos por callecitas estrechas llenas de vendedores. Había hasta un velatorio.
Entramos por la puerta de Bab Al-Futuh, que forma parte de las antiguas murallas de El Cairo, y enfilamos ya paseando la calle Al-Muizz, llena de tiendas y gente, de colores, olores y sonidos. Se mezclaba el griterío de los vendedores con el del gentío que compraba o simplemente miraba. Además era inevitable admirar la arquitectura de las casa y palacios antiguos, mezquitas y madrazas.
De hecho, Al-Muizz con su poco mas de un kilómetro de largo concentra, según las Naciones Unidas, la mayor concentración de tesoros arquitectónicos medievales del mundo islámico. Se encuentran en ella la mezquita de Al-Hakim, la mezquita de Suleiman Agha al-Selhadar, la casa Al-Suhaimi, la mezquita Al-Aqmar, el palacio Beshtak, la madraza del Sultán Al Nassir Mohammed ibn Qalawun...
Pero curiosamente solo es peatonal durante el día y por la noche se permite el tráfico en ella. Y de ello se quejan incluso los artesanos y vendedores que creen que debería ser para pasear y comprar.
El paseo termina en una de las plazas con más sabor del viejo Cairo, presidida por la mezquita Al-Houssein, llena de bullicio y terrazas y dónde empieza el famoso mercado de Jan el Jalili.
Tomamos un karkade, infusión de flor de hibisco, en una de las terrazas y subimos en el autobús para regresar a nuestro hotel. Mi sorpresa fue cuando el autobús se metió por la calle al Moaaz, no me lo podía creer. La calle estaba absolutamente llena de terrazas, tenderetes y gente. Pero nadie se enfadó.
Le dieron señas para que pudiera girar bien y fueron apartando todos los estorbos, mercancías, sillas de las terrazas... algo que hubiera sido absolutamente impensable en España.
Le dieron señas para que pudiera girar bien y fueron apartando todos los estorbos, mercancías, sillas de las terrazas... algo que hubiera sido absolutamente impensable en España.
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