domingo, 20 de enero de 2019

Egipto: Luxor

Llegamos anoche a Luxor y nos llevaron directamente desde el aeropuerto hasta el barco, que es bastante cutre. En teoría tiene 5 estrellas pero ha conocido tiempos mucho mejores.
Hoy hemos madrugado mucho porque habíamos quedado a las 6 de la mañana para visitar el Valle de los Reyes. Y aunque hayamos dormido muy poquito ha merecido la pena porque no había apenas gente.




El Valle de los Reyes fue el lugar donde los más importantes faraones del Imperio Nuevo se construyeron sus tumbas o hipogeos.







Con la entrada, que tiene un precio de 200 libras egipcias, pueden visitarse  tres tumbas. No incluye algunas como la de Tutankamon. Nos hemos decidido por las tumbas de Meremptah,  Ramsés III y Ramsés IX.







Al salir ya se estaban formando largas colas pero nosotros ya nos dirigíamos al templo de la faraona Hatsetsup, el impresionante Deir el Bahari.





El templo fue construido para servir de tumba a la reina por su favorito, el arquitecto Senmut. Está  formado por terrazas escalonadas, con pórticos de pilares, unidas por rampas. 




En la segunda terraza conserva la decoración pictórica de la capilla de Anubis y la capilla dedicada a la diosa Hathor, precedida de dos salas hipóstilas, la primera con columnas hatóricas. Tiene zonas deterioradas porque su hijastro Tutmosis IV, cuando accedió al trono, quiso que desapareciera cualquier vestigio de la que consideraba una usurpadora.





En las paredes de la terraza superior del templo hay relieves que narran la expedición al país de Punt (más o menos la actual Somalia) de la que se trajeron importantes mercancías y árboles de incienso, entre otros artículos muy valiosos.




Tras Deir el Bahari tocaba ir hasta los famosos Colosos de Memnon, de casi veinte metros de altura, prácticamente el único vestigio que quedó en pie del templo de Amenofis III, que quedó totalmente destruido tras un terremoto.



Sobre los Colosos de Memnon hay una historia. En el año 27 aC un terremoto abrió en el coloso norte una grieta que, según Estrabón, le llegaba hasta la cintura. Esto hizo que al alba, cuando empezaba a secarse de la humedad de la noche emitiera un sonido como una vibración de la cuerda de una guitarra.



Por ello los griegos identificaron a los colosos con el dios Memnon, hijo de la diosa Aurora. Pero a comienzos del s III, el emperador Septimio Severo ordenó su restauración y dejó de producirse el fenómeno.






Una parada en una tienda de artesanía en piedra y seguimos hacia la orilla oriental, la de los vivos antiguamente, porque aún nos quedan por ver dos de los templos antiguos más importantes del Antiguo Egipto: Karnak y Luxor que en la antigüedad estaban unidos por una avenida de esfinges de tres kilómetros de longitud que se está recuperando en parte en los últimos años.




Empezamos por Karnak, dedicado al dios Ammon, gigantesco porque los más importantes faraones iban añadiendo elementos o templos al conjunto. Seguramente lo más impresionante es su inmensa sala hipóstila con  134 columnas de hasta 23 metros de altura, con enormes capiteles papiriformes. 





También tuvo unos cuantos obeliscos de los cuales solamente tres llegaron hasta nuestros días  y son dos los que se conservan. Ademas de todas las edificaciones hay un gran lago ceremonial.





El templo de Luxor es mucho más pequeño. Llegamos ya por la tarde y la luz era un perfecto contraluz. En lo primero que me he fijado ha sido en el solitario obelisco de Ramsés II de 25 metros de altura que hay en su entrada. 



Eran una pareja pero su compañero está hoy día en la Plaza de la Concordia de París. Y no es que allí quede mal, pero creo que quedaría mucho mejor en su aplazamiento original delante de los pilonos el templo de Luxor. Pero en 1831 Mohamed Ali decidió regalárselo al rey de Francia a cambio de un reloj que, dicen, nunca funcionó.



De los seis colosos de Ramsés II solo quedan los dos de granito gris de la entrada y uno de granito rosa.




También es curiosa una Mezquita, construida sobre una antigua iglesia que se situó sobre parte del primer patio del antiguo templo, a unos 10 metros de altura porque el tiempo había ido enterrando en la arena el templo original.



Y por fin, después de una mañana muy intensa, hemos vuelto al barco a comer. Un bufet muy básico y bastante pobre, pero ya había hambre.




No he querido quedarme en el camarote porque anochece pronto, sobre las cinco y media, y he preferido subir a la terraza a tomar un cafetito con un dulce. Y sobre todo a contemplar el paisaje de las dos orillas del Nilo y la vida cotidiana de los egipcios. Y, al final del día, una preciosa puesta de sol.

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