Esta Semana Santa ha sido rara. El clima se ha vuelto loco y hemos tenido de todo, sol, viento, lluvia...y nieve. Si, nieve, en Valladolid (por si alguien no lo sabe aquí ver nieve es una auténtica rareza incluso en pleno invierno). Cuando el Viernes santo levanté la persiana de mi dormitorio no me lo podía creer. El césped y los árboles estaban blancos. Me quedé mirando alucinada y luego hice lo que la mayor parte de los vallisoletanos ese día, fotografiar el evento: nieve en abril.
Pero el domingo ya volvíamos a estar de manga corta, un sol espléndido invitaba al paseo y a las terrazas.
Y supongo que estos señores tendrán sus buenas razones para hacer lo que hacen (huelga todos los lunes y viernes de abril a finales de julio) pero me queda la sensación de que siguen viviendo en las nubes y nunca mejor dicho. Tienen sueldos diez veces mayores que la mayoría de los españoles, incluyendo los universitarios, horarios de trabajo que dan envidia (si, es verdad que los usuarios preferimos que estén tranquilitos y descansados, pero...) y privilegios que todos quisiéramos para nosotros y nuestras familias, y aún así, con una periodicidad matemática nos montan el numerito al común de los mortales que no tenemos más remedio que coger un avión en determinadas fechas y que pagamos religiosamente unos billetes que nos den derecho a cuatro horas de vuelo, encajados entre los asientos y con una comida que en circunstancias normales echaríamos al perro.
Eso por no hablar del previo, esos controles en los que te hacen descalzarte, quitarte el cinto, la chaqueta, el pañuelo, dejar cualquier envase mayor de 100cl y en los que además te someten al cotidiano sobeteo, con los brazos en cruz y las piernas separadas como si de un delincuente se tratara.
Eso por no hablar del previo, esos controles en los que te hacen descalzarte, quitarte el cinto, la chaqueta, el pañuelo, dejar cualquier envase mayor de 100cl y en los que además te someten al cotidiano sobeteo, con los brazos en cruz y las piernas separadas como si de un delincuente se tratara.
Pero no hay otra opción. No podemos ir en nuestro coche, ni en un tren rápido, ni en barco a pasar un fin de semana o cuatro días a 3.000 km de distancia. Así que paciencia, relajación y a poner velitas al santo de turno para que no nos toque a nosotros.
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