domingo, 29 de marzo de 2015

Amsterdam. El diluvio universal versión holandesa.


Y llegó el día del diluvio universal. O eso nos parecía a nosotros, porque los holandeses iban como si nada, muchos sin paraguas ni chubasquero, a pesar de que la lluvia ha caído con ganas y de que el viento tenía rachas tan fuertes que las calles estaban llenas de bicicletas y motos que habían caído al suelo.


A primera hora todavía no hacía mucho viento así que hemos ido andando hasta el Museo Van Gogh. Solamente teníamos que ir siguiendo el canal del Prinsengracht hasta Leidseplein. Y desde ahí, pasando junto al Vondelpark, estábamos a unos minutos de la Plaza de los Museos.


Hemos llegado a las diez menos cuarto y ya había cola, pero no muy grande por suerte. En media hora estábamos dentro, aunque hemos tenido que hacer cola otra vez, esta para dejar los paraguas en el guardarropa.

El Museo Van Gogh tiene tres plantas en las que se expone la obra del pintor y la de algunos de sus contemporáneos y amigos. Hay muchos de esos cuadros míticos que todos conocemos, como la Habitación de Arlés, unos Girasoles, Lirios, el Almendro en flor ... Además de unos cuantos autorretratos.

Estaba prohibido hacer fotografías de los cuadros expuestos así que hemos comprado una guía del museo para recordar las obras.

La tienda del museo tiene de todo y de todos los precios, desde detalles de menos de un euro a joyas de la famosa joyería Gassan que reproducen sus lirios o los girasoles con oro y brillantes, de muchos cientos de euros. Es difícil no encapricharse de algo.

Cuando hemos salido diluviaba de nuevo y la cola era bastante más larga. La suerte es que el Rijksmuseum está muy cerca, pero la parte mala es que, para variar, también había cola.

Ha sido un rato hasta llegar a la parte del túnel, en la que por lo menos no nos mojamos, y luego, una vez dentro del hall del museo, una nueva cola hasta llegar a la taquilla y comprar los tickets.


Al menos dos de las personas que estaban en la taquilla eran españolas, lo que es de agradecer. Pero cuando ya íbamos a entrar resulta que alguien nos dijo que los paraguas teníamos que dejarlos en el guardarropa otra vez. Y de nuevo otra gran cola para dejar las pertenencias en el guardarropa.


No sé cuánto tiempo hemos podido perder hoy haciendo colas para todo. Horas y horas. Porque pensábamos haber tomado algo en la cafetería, pero para variar también había cola, igual que en los servicios... Si hubiéramos comprado las entradas por internet nos hubiésemos ahorrado mucho tiempo, pero no sabíamos con seguridad qué día íbamos a ir, porque dependía mucho de la climatología.


Como el museo cierra a las cinco de la tarde y sabíamos que íbamos a estar un poco justos de tiempo hemos optado por subir directamente a la segunda planta, a la Galería de Honor, donde se exponen las obras maestras del Siglo de Oro holandés: la Ronda de noche de Rembrandt; la Lechera, la Callejuela y la Carta de Vermeer; el Alegre bebedor de Frans Hals o el Deber de una madre, que muestra a una mujer quitándole los piojos a su hija, de Pieter de Hooch.


Luego hemos ido a una sala donde se exponen dos casas de muñecas impresionantes de dos ricas  mujeres, ambas llamadas Petronila.


Para no empacharnos de pintura flamenca hemos ido hasta la planta baja y salido al Pabellón Asiático donde se exponen obras japonesas, chinas, indias... Joyas, esculturas, pinturas...


A las cinco menos cuarto nos han avisado por megafonía que iban a cerrar y a las cinco en punto, cuando estábamos viendo obras del Renacimiento italiano y de Fra Angélico nos han dicho que fuera.


Y para rematar otra vez una inmensa cola para coger los paraguas de guardarropa y otra inmensa cola para ir a los servicios. La tercera era la que llevaba al restaurante y hemos pasado de hacerla. Una vuelta por la tienda del museo y a la calle, donde nos esperaba un vendaval de lluvia y viento como hacía mucho que no veíamos.


Hemos ido a la parada de tranvía que hay en la calle Hobbemastraat, justo al lado de el museo. Por la calle volaban los paraguas y todo el mundo se aferraba a ellos para que no se les diera la vuelta. Pero era inútil, los paraguas no servían para nada. Es mas, terminan siendo un peligro, así que nos hemos ajustado bien el chubasquero y así hemos vuelto al hotel.


Lo más alucinante es que, a pesar de que a nosotros nos llevaba el viento y la lluvia nos calaba hasta los huesos, veías a la gente andando en bicicleta como si no pasara nada, sin paraguas ni gorros, y las chicas con sus falditas. Increíble.


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