lunes, 27 de enero de 2014

Volúbilis y Meknes


Después de un desayuno pobrísimo, en el que lo único interesante han sido unos japoneses que estaban sentados a nuestro lado tomando lo que parecían ser unas alubias con sus palillos, hemos salido hacia la ciudad romana de Volúbilis.



Una las más importantes de la Mauritania Tingitana, la ciudad parece que llegó a tener 20.000 habitantes y conserva algunos restos destacables como una basílica, un foro, un arco de triunfo dedicado a Caracalla, el Templo de Júpiter, varias puertas monumentales, villas con mosaicos, termas...



Se cree que fue fundada por los cartagineses pasando después, sucesivamente, al Reino de Mauritania, al Imperio Romano y a los árabes hasta que, en el s. XVII, el sultán Muley Ismail desmantela todos sus monumentos para construirse su capital en Meknes. Los franceses empezaron a excavar el yacimiento a principios del s. XX.

 

El yacimiento está rodeado de vegetación y de senderos que en un día soleado como hoy (y eso que daba lluvia) son una maravilla para los sentidos: los colores verdes, azules y tierra; los olores de las plantas, el canto de los pájaros... Había ya flores pese a ser enero, sobre todo narcisos blancos.




A mediodía dejamos Volúbilis y seguimos hacia Meknes, otra de las ciudades imperiales de Marruecos. Hoy nos han convencido para comer, más que nada porque el desayuno ha sido pobrísimo y me apetecía probar el tajine.



Era un lugar muy típico, muy de turistas, pero no ha estado mal. Lo único que a uno de los chicos le han servido la comida cuando los demás ya casi estábamos en el postre y para colmo casi le retiran los platos sin terminar. Se conoce que les entraron las prisas de repente.
Mañana creo que voy a pasar de la comida a pesar de que el gracioso del guía diga que los españoles estamos haciendo el Ramadán.


Aunque los orígenes de Meknes se remontan al s. VIII,  la ciudad vive su máximo apogeo con el sultán Muley Ismail, que la nombra capital imperial.



Quizá su monumento más famoso sea la puerta monumental de Bab Mansour, la puerta del victorioso. Es la más bella de  todo Marruecos y se abre a la plaza el-Hedim, que une la medina con la kasbah y en la que había un mercado.



Tras recorrer una buena parte de los cuarenta kilómetros de muralla que tiene la ciudad, hemos llegado a los monumentales establos y graneros, que podían alojar doce mil caballos.


El sultán lo hacía todo a lo grande, no en vano tuvo más de quinientas esposas, más de ochocientos hijos varones (a las mujeres las mandaba estrangular al nacer) y miles de concubinas.


No se porqué las visitas de la tarde las hemos hecho con un guía local que pasaba olímpicamente de los cuatro españoles. Explicaba más de un cuarto de hora a los italianos y a nosotros nos despachaba con un par de minutos.


El Mausoleo de Muley Ismail tiene una decoración que me recuerda a la Alhambra de Granada y consta de tres estancias contiguas con la tumba del sultán, su mujer y sus hijos.


Su entrada es una puerta de piedra labrada rematada por un tejadillo. Se atraviesan varios patios hasta llegar a la sala de abluciones, con azulejos verdes y una fuente con forma de estrella.


La parte inferior de las estancias que conducen al mausoleo está decorada con zellij, mosaico de azulejos vidriados y policromados que forma increíbles dibujos.




















Por último nos han llevado a una tienda de recuerdos. No se si de verdad los guías piensan que los turistas somos tontos y no sabemos todo es más caro en estas tiendas, en que se llevan su comisión, o simplemente les da igual y, si cuela, cuela.


No hemos comprado nada porque todo me parecía demasiado caro y además tampoco había nada que me llamase la atención especialmente.


He preferido salir fuera y dar una vuelta por los alrededores, era una zona antigua y con mucha vida.


Casi de noche salimos de Meknes hacia Fez. Algo más de una hora y llegamos al hotel, que hoy está bastante bien. Estupendo, porque nos quedamos aquí dos noches.
Al llegar al hotel el guía nos ha dicho que a por las maletas al aeropuerto teníamos que ir nosotros en un taxi y por nuestra cuenta. Yo alucinaba, pero tras una pequeña discusión le he dicho que de acuerdo, que ya lo solucionaría yo, y que se podía ir ya, que le esperaban en el bus los del último hotel.
Muy cabreada he pedido un taxi en recepción y he preguntado el precio del trayecto al aeropuerto: 400 dirham ida y vuelta, unos 40 euros. Me ha parecido mucho para Marruecos pero es lo que hay. Cuando ha aparecido el taxista yo seguía bastante enfadada y casi no he hablado durante el trayecto. Al llegar se ha ofrecido a acompañarnos dentro y se ha encargado de todo: de hablar con el de seguridad, con el de la aduana,  llamar con su propio teléfono a la oficina de reclamaciones que estaba cerrada...
Hablaba perfectamente español y ha resultado ser un chico muy educado y muy amable. Cuando hemos solucionado todo hemos regresado charlando y hablando de la vida en Marruecos y en España. Finalmente al llegar al hotel le he dado una buena propina .Se la tenía más que merecida.
El que me extraña que tenga propina al final del viaje va ser el guía como sigan las cosas así.

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