viernes, 13 de mayo de 2016

Costa Rica: Braulio Carrillo y Tortuguero


Dejamos San José por la mañana prontito. No nos ha dado tiempo ni a tomar un café antes de que llegara el minibus que nos llevará a Tortuguero, o mejor dicho, hasta el punto donde dejaremos la carretera y nos adentraremos por los canales del parque.



Atravesamos el Parque Nacional Braulio Carrillo, uno de los mayores del país con casi 50.000 hectáreas protegidas. Su bosque nuboso alberga 6.000 especies de plantas, 515 de aves, insectos, reptiles, anfibios y mamíferos como monos, jaguares, pumas, osos hormigueros o tapires.



El parque termina en las llanuras de Guápiles, dónde paramos a desayunar y probamos por primera vez el gallopinto, la comida nacional, compuesto de arroz y frijoles y condimentado con chile, cebolla o cilantro. Así nuestro desayuno ha sido el típico del país: gallopinto, plátano frito, huevos, piña y un estupendo café. Además he podido ver una de las mariposas más famosas del país: la morpho azul.



Seguimos por la carretera 32 hasta Siquires, atravesando plantaciones de piñas, bananos, pastos con vacas y caballos... En esta zona las casas son pequeñas, pintadas de colores, con porche y tejado de chapa metálica ondulada. Y los cementerios tienen los panteones alicatados de azulejos blancos. Queda un poco extraño.



En Siquires la carretera da paso a una pista sin asfaltar, la 806, por la que no puede irse a más de 40 kilómetros por hora. Hasta Caño Blanco, dónde nos espera una barca que nos lleva a través de los canales de Tortuguero hasta el hotel.



El camino ha sido increíble. Lucía un sol espléndido y la navegación por los canales nos permitía ver  no sólo la exuberancia de la vegetación de las orillas. Si ponías un poco de atención podían verse tortugas, garzas y muchas otras aves.



Al llegar al hotel, que es tipo lodge con cabañas en medio de la naturaleza y se encuentra entre el canal y el mar, hemos visto una iguana gigantesca, de más de un metro. Y justo junto a nuestra cabaña unos monos aulladores estaban montando un buen escándalo en las copas de los árboles.



Pero lo que  mas me ha gustado es la playa que hay del otro lado del hotel, en paralelo al canal. Es una playa salvaje de arena oscura y con un fortísimo oleaje. Nos han repetido varias veces que está prohibido el baño, que es muy peligrosa. Pero es impresionante, con las palmeras y los ficus casi hasta el agua, y vacía. He pensado volver al atardecer, que aquí es más o menos a las seis de la tarde.


Después de comer en un restaurante junto al agua y pasar un calor de muerte hemos cogido el barco para visitar el pueblo de Tortuguero. Llegamos en medio de un repentino diluvio y hemos paseado por la calle principal.




Calados hasta los huesos nos refugiamos en una tienda de artesanía. El pueblo nació a mediados del siglo pasado y fue un centro maderero que decayó y sólo empezó a recuperarse en los años setenta, cuando se creó el parque.



Como no paraba de llover hemos vuelto al hotel. Yo me he cogido el paraguas y las chanclas, menuda pinta, y me he acercado a la playa. Ahora si que sola de verdad. Increíble. Y ha dejado de llover. Los colores del crepúsculo, el sonido de aves e insectos que parecían competir con las olas, y el agua mojándome los pies... agua caliente, Caribe puro al fin y al cabo, pero con olas tremendas que finalmente me han mojado las piernas enteras.



Pero no me ha importado en absoluto porque estaba completamente feliz. Una de esas sensaciones que se tienen pocas veces, rozando lo perfecto. Pero oscurece rápido y no era plan de quedarme yo allí sola. Aunque no me hubiera importado...

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