viernes, 20 de enero de 2017

Filipinas. Bohol y Chocolate Hills

Nuevamente hemos madrugado para ir al aeropuerto. Habría sido mucho mejor ir a un hotel en las cercanías del aeropuerto y con transfer. Así estamos perdiendo muchísimo tiempo. Nos levantamos a las cuatro de la mañana para no pillar el atasco y tuvimos suerte de que el taxi tardara poco más de 20'. Desayunamos en la terminal 4 y a las 7:30 despegaba nuestro vuelo de Air Asia, desde el aeropuerto de Manila hasta el de Tagbilaran, la capital de Bohol, en el sur de la isla. En el aeropuerto ya estaba esperando el coche que habíamos contratado para hacer un recorrido relámpago de la isla, ya que volvíamos en el vuelo de las 5 de la tarde con Air Philippines.



Nuestra primera parada fue a ver los monos Tarsiers o tarseros en el Philippine Tarsier Sanctuary de Corella. Son como muñequitos de peluche con grandes ojos dorados y del tamaño de una mano que, al ser nocturnos, pasan gran parte del día adormilados. Viven en selvas tropicales con mucha vegetación que les permite esconderse para dormir. La guía te ayuda a localizarlos y te avisa para no asustarlos: nada de gritos, ruidos, ni de flaxes, ni mucho menos tocarlos.





También nos explicó que, aunque en condiciones normales no suele haber más de un tarsier por hectárea, en este centro conviven ocho, quizá porque están más seguros. Y nos contó que, aunque es ilegal, hay traficantes que venden estos animalitos como mascotas. Pero duran muy poco en cautividad: se suicidan autolesionándose.



Después seguimos dirección norte, atravesando bosques y campos de arroz por una carretera que sube desde el mar hasta las tierras altas del interior. Los locales llaman a este tramo de carretera tinae manok, tripas de pollo en castellano y atraviesa el Loboc Man-Made Forest. Cerca del pueblo de Bilar las curvas terminan  y seguimos por la carretera, en bastante buen estado, hasta que llegamos a las famosas Chocolate Hills o Colinas de Chocolate.



Son alrededor de 1.500 elevaciones cónicas de piedra caliza cubiertas de hierba y vegetación. La más alta tiene 120 metros pero lo normal es que su altura esté entre los 30 y los 50 metros. Durante la estación seca la hierba se vuelve de color marrón y esto es lo que les da su nombre por su semejanza con una caja de bombones. Ahora estamos en la estación seca. Estaban verdes.



Hay varias leyendas locales para explicar la formación de las colinas, desde la que relata la lucha de dos gigantes hasta la que cuenta que son las lágrimas de un gigante enamorado de una bella mortal. La más divertida es la que dice que son boñigas de un carabao gigante. Pero en realidad son formaciones geológicas de origen kárstico similares a otras que hay en sitios tan distantes como Croacia o Puerto Rico.



Ya de vuelta por la misma carretera paramos un momento en Loboc Man-Made Forest, entre Bilar y Loboc, un bosque artificial de árboles de caoba que destaca sobre todo por la altura de los ejemplares, que llegan a entrecruzar sus ramas por encima de la carretera dando la impresión de que forman un túnel.



Poco más adelante entramos por un desvío que había a la derecha en dirección a Sevilla y a un par de kilometros escasos está Sipatan Twin Hanging Bridge,  dos puentes colgantes con el suelo de bambú entretejido sobre el río Loboc. Originariamente eran solo de bambú y cuerdas pero ahora están reforzados con un cable de acero.




Creo que el precio era de unos 20 pesos, pero avisaban de que en caso de que te arrepintieras y no quisieras pasar por ellos no te devolvían el dinero. Me hizo gracia, debe ser que ya les ha pasado y por si acaso... Están bien y tienen su gracia pero nada comparable a otros como Capilano.





Llegamos a Loboc, a 25 kilómetros de Tagbilarán. Aquí hubo una gran iglesia de piedra de la época española, una de las más antiguas de las Filipinas,  que se hundió por un terremoto en 2013. Fuimos a comer a Loboc Floating Restaurant, unos barcos restaurante que hacen una pequeña excursión por el río y hacen una parada en un lugar donde hay un grupo bailando danzas típicas mientras comes.




El baile que más me gustó es uno que se llama Tinikling, en el que una pareja bailaba descalza al ritmo de la música, saltando entre dos largos palos que dos chicas, colocadas en los extremos, no paraban de mover. Se originó durante la dominación española. Cuentan que a los que no trabajaban lo suficiente se le castigaba a permanecer durante horas de pie entre dos palos. El ruido de las cañas golpeándose y el ritmo de los bailarines es cada vez más rápido. Al final parece imposible que no les pillen los pies.






El bufet era mejor de lo que pensé pero las cervezas se pagaban aparte. No era caro, unos 10€ por un agradable paseo mientras comes, pero en la publicidad te dicen que llegan hasta Busay Falls y de eso nada.







Seguimos por la carretera Loay Interior Road hasta Bohol Butterfly & Camp Bonsai Garden, una parada corta y curiosa sobre todo si te gustan las mariposas y los bonsáis.





Después pasamos por la Iglesia de Baclayón, que estaban reconstruyendo tras resultar muy dañada por el terremoto de 2013. Dicen que fue la primera iglesia construida aquí por los españoles. La restauración de la parte exterior llevaba buen ritmo, pero en el interior todavía les queda bastante tarea.



Nueva parada ya cerca de Tagbilarán en el Blood Compact, el Pacto de Sangre entre el jefe Sikatuna y Miguel de Legazpi. Se trata de un grupo escultórico que recuerda el acuerdo que se hizo en 1565 cerca de la ciudad de Loay como signo de amistad entre los dos pueblos.





Fue el primer tratado de amistad entre los nativos filipinos y los españoles. La ceremonia del Sandugo consistió en que ambos hicieron un corte en su brazo izquierdo con una daga y vertieron su sangre en un vaso lleno de vino que ambos bebieron.



Llegamos con lo justo al aeropuerto de Tagbilaran y allí nos encontramos con otra sorpresa: un grupo musical amenazaba la espera mientras estábamos en la zona de salidas.
Tras algo más de una hora de vuelo llegamos a la terminal 4 del aeropuerto Ninoy Aquino y cogimos un taxi. Mala suerte. Era bastante viejo y además pillamos plena hora punta. Un atasco de más de cuatro horas. Lo mejor era ver al taxista iluminar el salpicadero con una linterna para ver si le quedaba combustible. Y finalmente tuvimos que parar en una gasolinera porque aquello no daba más de si. No me extraña con la forma de conducir que tienen aquí: acelerón y frenazo, acelerón y frenazo y así durante cuatro horas...

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