A la siete estábamos desayunando y media hora más tarde nos comunicaban que ayer estaba la mar picada y se hundió un barco, por lo que hoy las autoridades han decidido cancelar todas las salidas. Habíamos reservado el Tour A y con la posibilidad de combinarlo con el C o, si hacia mucho viento, con el B que no es mar abierto. Además como iba a ser un tour privado nos habían ofrecido salir una hora antes para no coincidir con los grandes grupos que parten en torno a las nueve de la mañana.
Hemos bajado a la playa y allí estaban todos los dueños de las barcas hablando o mirando el oleaje inexistente. El mar estaba tranquilo y de todas formas solo algunos de los tours salen a mar abierto. Hablamos con ellos y nos dijeron que daba igual, que se lo habían prohibido y que la multa si les pillaran era de 50.000 pesos filipinos. Los guardacostas estaban vigilando y nadie iba a arriesgarse. Les preguntamos por la posibilidad de ir a Miniloc, la isla que recorre principalmente el Tour A y repitieron lo mismo: no podían salir.
Volví al hotel tan cabreada que me dieron ganas de quedarme allí todo el día y ya está. Al fin y al cabo ya me habían fastidiado el viaje. El principal punto de interés que tenía mi viaje a Filipinas era El Nido, y viajar al Nido sin salir a hacer alguno de los tours, si no todos, por la bahía para ver el archipiélago de las Bacuit, no tiene ningún sentido.
El dueño del hotel, tan amable como siempre nos preguntó y cuando les contamos nuestro problema, que era nuestro último día en El Nido y no podíamos hacer los tours nos dio un par de opciones. Una era ir a una playa que hay al norte de El Nido que se llama Nacpan.
Yo había oído que era muy bonita, de hecho la habíamos visto desde el avión antes de aterrizar, pero la verdad es que estaba tan cabreada que no tenía ganas de nada. Y pasarme todo el día en una playa , aunque sea paradisíaca, me aburre mortalmente.
Finalmente la opción que ganó fue la de ir a unas cascadas poco conocidas que había al sur, a 32 kilómetros de el Nido en dirección a Taytay, que se llaman Kuyawyaw Falls y que llevan poco tiempo abiertas para el turismo. La entrada, para turista extranjero, es de 200 pesos (entrada más tasa medioambiental).
Al principio es un paseo por la jungla, con puentecitos hechos con un par de troncos para pasar el riachuelo de aguas transparentes y pequeñas pendientes en los senderos entre la vegetación. Así llegamos hasta la primera cascada, que forma una poza de aguas verdes en la que puedes bañarte un rato hasta reemprender el camino.
La la segunda cascada es muy parecida a la primera, también tiene una pequeña laguna e incluso puede se subir un poquito por la pared en la misma cascada. Pero la pendiente va haciéndose más fuerte y el camino está poco preparado.
La mayor parte de la gente no llega a subir a la última cascada. Aquí la subida ya es bastante más difícil, el terreno está muy resbaladizo y tiene mucha pendiente. En algunos tramos había que trepar con la ayuda de las lianas que había a los lados.
A mi me costó bastante porque la ropa que llevaba no era ni muchísimo menos la adecuada. Yo me había vestido para un día de playa, con un vestido ibicenco y unas cangrejeras. Menos mal que no se me ocurrió ponerme las chanclas. Aún así me resbalaba, el vestido se me enganchaba en la vegetación... Un número, vamos.
Cuando al fin llegamos a la tercera y última cascada estábamos totalmente solos. Es parecida a las otras dos, pero en ésta el agua cae entre una cortina de algas y vegetación a la poza que recoge sus aguas antes de que sigan su camino montaña abajo, hasta la segunda cascada.
La bajada fue mejor de lo que pensaba. Paramos de nuevo en las otras dos cascadas y volvimos hasta el coche que nos esperaba a la entrada y que, pese a que estaba pagado, nos pidió más dinero para pagar el aparcamiento. El caso es sablear a los turistas.
En el camino de vuelta paramos a hacer unas fotografías a unos carabaos, búfalos de agua típicos de Filipinas y que son el animal nacional del país.
Les encanta meterse en el barro, que seguramente les protege del calor y los insectos. Son indispensables para los pequeños agricultores a los que ayudan en el cultivo del arroz y que también aprovechan la leche, la carne e incluso el cuero.
Paramos en la playa de Las Cabañas y comimos, ya muy tarde, en un restaurante cercano que tenía unas preciosas vistas del atardecer.
Esperamos en la playa hasta que desapareció el sol y buscamos un triciclo de los muchos que allí esperaban para volver al resort. Negociamos el precio y nos llevaron por 150 pesos. Un euro por persona, más o menos.
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