Lombok es mas seco que Bali y hoy hemos podido comprobarlo, aunque ya ayer en el trayecto desde el puerto de Lembar hasta Senggigi pudimos verlo. Los cultivos también cambian algo y a parte de arroz hay soja, caña, bambú, café y otras variedades más resistentes a la falta de agua.
Hoy nuestro guía se llamaba Mohamed y hablaba un castellano bastante correcto, sobre todo teniendo en cuenta que decía que lo había aprendido en la playa hablando con los turistas... Así que poca gramática y muchos refranes y expresiones coloquiales. Muy gracioso.
Primero hemos ido a Banyumulek, una aldea en la que sus habitantes se dedican a la alfarería. Nos han hablado de las técnicas que utilizan y cuando yo ya pensaba que no iba a comprar nada me he sorprendido regateando por un botijo típico de Lombok que me ha parecido muy original. Lo malo es el tamaño. A ver como lo meto en la maleta.
Seguidamente hemos parado en Sukarara. Aquí mientras los hombres trabajan los campos de arroz las mujeres se dedican a trabajar en los telares tradicionales elaborando tejidos con motivos y colores muy llamativos en algodón tintado a mano.
Pertenecen a la etnia sasak, que vive en Lombok, y nos han enseñado algo del pueblo, sus casas típicas, los graneros y los corrales para animales, principalmente vacas y gallinas. Los sasak son musulmanes, aunque con una fuerte influencia de las creencias animistas anteriores a la imposición del islam en los siglos XVI y XVII.
La tradición del tejido "songket" pasa de madres a hijas. Tienen sus telares, muy básicos, instalados en el porche delante de sus casas, pero aún así consiguen unos diseños y unas calidades notables. Aunque de entrada puedan parecernos caros, si echamos cuenta de las horas que pueden tardar en realizar una tela totalmente artesanal, nos va a parecer tirado de precio.
Pero la aldea mas pintoresca y típica ha sido Sade, en el centro de Lombok, un lugar en el que sus habitantes sasak conservan las construcciones originales de madera y bambú, techadas con paja de arroz y con paredes de bambú tejido. Y con los suelos de estiércol de búfalo mezclado con la arcilla, que impermeabiliza y mantiene a raya a los insectos. Y no olía a nada.
Los habitantes de Sade mantienen la autenticidad de su pueblo aunque ya cuenten con alguna comodidad como la electricidad. Así podemos ver cómo era la vida hasta hace muy poco tiempo de los sasak y los nativos de Lombok.
No había hombres en la calle, supongo que estarían trabajando en los campos de arroz, pero había varias mujeres y niños pequeños correteando por las calles. Y casi cuando nos íbamos han llegado algunos un poco más mayores de la escuela.
Hemos dejado un donativo para ayudar a la conservación del pueblo y a la educación de los niños. Me parecía lo mínimo después de haber estado molestándoles haciéndoles fotos.
Comimos en un restaurante en Kuta y nos ha pasado algo muy curioso. Al verme hacer una foto a la factura se han apresurado a traer una nueva diciendo que se habían confundido y que el precio era casi la mitad de lo que inicialmente nos pedían. Casualidad, ¿no?
Kuta es un pueblo lleno de mochileros, sobre todo australianos. Y no hay grandes hoteles en esta zona, más bien pensiones y hoteles familiares. Pero en la zona de la playa están construyendo mucho, así que pasará lo de siempre, ganará en infraestructuras y comodidades y perderá parte de su encanto... Esperemos que no llegue a los niveles de su homónima en Bali.
La playa de Kuta tiene las aguas transparentes en toda la gama de los verdes y azules y la arena no es nada fina, sino que está formada por trocitos de coral que te machacan los pies.
Por último nos hemos dirigido hasta la playa de Tanjung Aan, la más bonita que hemos visto en Lomboc. Arena blanca, aguas cristalinas y poca gente. De anuncio. Hay que pagar por el aparcamiento y no hay más instalaciones que unos cuantos chiringuitos y en la playa tumbonas y sombrillas de paja.
Una playa preciosa y bastante cuidada. Dan ganas de quedarse allí el resto de las vacaciones. Lo único malo son los accesos, ya que el último tramo se hace por un camino sin asfaltar.
De vuelta en nuestro hotel sólo tuvimos tiempo para ver la puesta de sol casi tras el cono del volcán Agung, en Bali. La pena es que las nubes solo nos dejaban ver la cima desde la playa de arena negra de Senggigi.
Nos quedamos un rato en una de las piscinas, descansando en una cama balinesa, antes de cenar en un restaurante al lado de la playa y rodeado de jardines. Un lujo.
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