Tenemos hoy unos 260 km desde Jaisalmer hasta Bikáner, nuestra próxima ciudad, así que hemos quedado prontito, que nunca se sabe cómo estarán las carreteras ni cuánto tiempo tardaremos.
Más o menos a medio camino hemos parado a estirar un poco las piernas en un lugar bastante agradable, con un pabellón y jardines llamado Barsingha Villa. Me he tomado una coca cola al módico precio de 150 rupias, algo más de dos euros, tarifa especial para los guiris, que no saben por dónde se andan. Aquí los precios para turistas son occidentales, pero el resto de servicios, no.
Hemos llegado a mediodía, hoy sin más contratiempos que unas cuantas vacas, búfalos, camellos o pavos reales que hemos tenido que esquivar en la carretera ni no queríamos que alguien nos acusase de haber matado a un antepasado suyo.
El Fuerte de Junagarh es majestuoso pero mucho menos turístico que otros fuertes de Rajasthán, y eso tiene sus ventajas y sus inconvenientes.
Entre las primeras, que hacemos la visita sin aglomeraciones, casi somos los únicos extranjeros y nos hacen más fotos ellos a nosotros que nosotros a ellos. Yo directamente, cuando veo que me van a hacer una fotografía les digo que vale, yo poso para ti y tu luego para mí. Y todos tan contentos.
Entre los inconvenientes está que el estado de conservación de los monumentos, en ocasiones, deja mucho que desear. Pero la visita resulta más natural, como si fueras el primer turista que aparece por allí en años.
Los palacios y templos situados dentro de la fortaleza son blancos o rojos, por la arenisca roja o el mármol con que fueron erigidos.
La mayoría se conservan como museos y proporcionan valiosa información del estilo de vida de los maharajás, puesto que cada uno construyó su propio conjunto separado de habitaciones para no tener que vivir en las de sus antecesores.
Así se pueden distinguir varios estilos diferentes en la arquitectura civil, rajput, mogol, de influencia británica...
Pero todos los interiores están decorados en el más puro y tradicional estilo rajastaní, con pinturas, azulejos, balcones y ventanas talladas, incrustaciones de oro y piedras preciosas...
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Sala de audiencias privadas en Anup Mahal |
El fuerte originariamente era llamado Chintamani y pasó a llamarse Junagarh o "fuerte viejo" cuando la familia real se mudó al palacio de Lalgarh en el siglo XX.
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¿Alguien recuerda la Escalera Dorada de la Catedral de Burgos? |
Es una de las pocas fortalezas de Rajasthán que no está construída sobre una colina. Además de las típicas salas de recepciones, comedores y habitaciones para mujeres con celosías labradas para ver sin ser vistas, cuenta con un museo de armas que exhibe desde armas medievales hasta un biplano de la primera guerra mundial.
A la salida hemos decidido ir al hotel hacer el check-in y descansar una hora antes de seguir con las visitas de la tarde. Aquí teníamos en programa un cinco estrellas, pero nada más llegar ya me he dado cuenta de que nos la habían vuelto a jugar. Era un hotel "heritage", de los que en España llamaríamos hoteles con encanto, pero sin encanto ninguno. Viejo, las camas con el somier al aire, las paredes con desconchones y humedades, sin cortinas... Pero lo mejor era el baño, con hormigas campando a sus anchas por las paredes y una ducha consistente en una alcachofa fija arriba y un desagüe en el suelo, sin plato, sin cortinillas, ni mucho menos, mampara.
Me he plantado y he dicho que yo no me quedaba allí. El guía ha desaparecido, según él para hablar con la agencia y una hora después seguíamos esperando, así que he llamado yo a la central en España y he hablado con ellos. Me han dado la razón, claro, y cuando ha llegado el guía, estoy segura que de comer y no de solucionar nada, nos ha preguntado que si ya nos habían limpiado la habitación. Muy cabreada le he dicho que habíamos hablado con nuestra agencia y ni limpieza ni leches, que nos íbamos de allí. La que se ha montado. Ha llegado el gerente del hotel para enseñarnos la suite, a toda costa querían que nos quedásemos. También los responsables en la zona de la agencia india. A todo esto, la tarde pasaba y hemos decidido que, en lo que ellos lo arreglaban, nosotros seguíamos con el programa previsto: paseo en coche de caballo y visita al templo de Karni Mata en Deshnok.
El paseo era en un carricoche de esos de dos ruedas y toldillo que parece que al primer contratiempo vas a salir volando. Además con el toldo no se ve nada a los lados y poco al frente, así que me he limitado a hacer fotografías a la locura de tráfico de la ciudad. Parece imposible que no se choquen las motos, las vacas, los buses, los coches, los carros, las bicis, los tractores...
Y al final pasó lo que tenía que pasar, hemos tenido un pequeño accidente, nos ha arrollado... ¡Un toro! Yo sólo he notado el golpe y oído el mugido, menos mal que no nos ha tirado. Pero yo pensaba, vaya suerte que tengo, ayer me tira el camello y hoy me atropella una vaca. Nos ha entrado la risa floja, un poco por lo gracioso de la situación y otro por los nervios.
A unos 30 km de Bikáner se encuentra
Deshnok y su famoso
Templo de Karni Mata, que tiene unas bellas puertas de plata labrada. Pero por lo que es famoso es porque en su interior viven más de 20.000 ratas negras.
La leyenda cuenta que un hijastro de Karni Mata, una mujer nacida en el siglo XIV y venerada como una reencarnación de la diosa Durga por sus seguidores, se ahogó en un tanque de agua cuando intentaba beber. Karni Mata pidió al dios de la muerte que lo resucitara y, en vez de eso, éste le concedió que todos sus descendientes se reencarnaran en ratas. No debían tener disponible un animalito más agradable que ese.
Desde entonces las ratas son sagradas y veneradas en el templo. Si, accidentalmente, se mata una, hay que reemplazarla por otra de oro macizo, y da buena suerte comer los alimentos, procedentes de las donaciones de los fieles, mordisqueados por ellas.
Además se considera una bendición ver a alguna de las ratas blancas, especialmente sagradas porque son reencarnaciones de Karni Mata o de sus hijastros. Nosotros pudimos ver una, era pequeñita, más parecía un ratoncito.
Pero tuvimos que hacer grandes esfuerzos para poder caminar descalzos por el recinto del templo, entre los miles de animalitos que correteaban a nuestros pies, se amontonaban en el suelo o subían por las paredes.
Además olía fatal porque había comida podrida y excrementos por toda partes. Es una situación inimaginable en tu país, pero aquí cualquier cosa es posible, incluso que una rata pase por encima de tu pies y te quedes tan tranquila.
Es cuestión de mentalizarse y hacer un ejercicio de relajación para no sufrir un ataque de nervios. Bueno, un estremecimiento de asco si tuve.
Y de nuevo la gente haciéndonos fotos a nosotros. Y esta vez con más razón porque a veces no podíamos evitar un sobresalto y una exclamación. Y ellos se partían de risa.
Recuero a dos señoras, vestidas con sus saris de colores y sentadas en las escaleras del patio del templo al lado de una ratita, que no paraban de señalarnos y de reírse. O sea, que al final el espectáculo lo constituíamos nosotros.
Llegamos ya de noche a Bikáner y si conducir por el día no es apto para cardíacos, por la noche es alucinante, porque no ves venir a los camellos o a las vacas y demás animales que te aparecen de repente frente al coche, y frenazo va frenazo viene, todo ello entre los faros de los montones de vehículos que transitan las calles a esas horas.
El nuevo hotel, el Laxmi Niwas Palace, es un palacio de impresionante arquitectura en piedra arenisca roja (arsénica, según el guía, que a pesar de hablar fatal el castellano, se cabrea mucho si le corriges) en el que parece que se ha parado el tiempo... literalmente hablando. Al menos en nuestra habitación, que calculo que la última reforma que ha visto ha sido a primeros del siglo pasado. O sea, que como museo estupendo, pero a mi no me apetece en absoluto dormir en un museo. Y en la escalera por la que teníamos que subir había una parejita de murciélagos. Y una lagartija tamaño xxl. Cortesía de la casa.
Pero no podemos quejarnos porque éste si que tiene cinco estrellas (a pesar de que por la tarde nos dijeron que no había ninguno de esta categoría en la ciudad... ) y las zonas comunes no estaban mal, incluso tenían un precioso comedor de gala que vimos de pasada porque, por supuesto, era para comer a la carta, no para los que teníamos incluido el bufet con la media docena de platos de siempre.
Que ganas tengo de estar en un hotel moderno, minimalista, sin alfombras ni cortinajes apolillados, y sin bolas de naftalina en los registros de los baños para que no huela a desagüe.