martes, 25 de septiembre de 2012

India: Jaisalmer, la Cuidad Dorada y el camello loco.

Vaya nochecita con el aire acondicionado. Si estaba puesto no había manera de regularlo, y si lo apagábamos nos moríamos de calor.
El desayuno poco variado, empiezo a cansarme del café que no sabe a café (a veces incluso dudo que realmente lo sea), las tostadas duras, las alubias rojas (que por supuesto no pruebo) y otras delicias locales (o no). La bollería brilla por su ausencia, y cuando la ponen está dura, como si fuera del día anterior como mínimo. Y eso que se supone que los hoteles a los que vamos son de cuatro o cinco estrellas.


El guía ha llegado hoy puntual y nos ha contado que el hotel primero ha reconocido que fue un error suyo y que nos invitan hoy a comer y, si queremos, cambiarnos a una habitación allí. Tendremos que verla primero.


Jaisalmer se encontraba en una situación estratégica y era un lugar de paso para las caravanas de mercaderes. La ruta unía la India con Asia central, Persia, Arabia, Egipto y África. Empezó su decadencia cuando las rutas se desviaron al floreciente puerto de Bombay. Ahora sigue teniendo una importancia estratégica por su cercanía a la frontera con Paquistán.


El Fuerte de Jaisalmer fue construído en 1156 por el gobernante rajput Jaisal Bhati en la colina Trikuta con enormes bloques de piedra y 99 bastiones defensivos. Aunque hubo un tiempo en que todos los habitantes de la cuidad vivían dentro, con el aumento de la población, la gente poco a poco se trasladó a los pies de la colina y la ciudad comenzó a extenderse fuera del recinto amurallado.


La visita al fuerte ha durado poco más de dos horas. No es el recinto típico al que ya estamos acostumbrados, en él no reside solamente la familia del maharajá en el Raj Mahal, sino que más bien se trata de una pequeña ciudad amurallada con preciosos palacetes de piedra exquisitamente tallada llamados haveli, a menudo construídos por comerciantes en esta zona de Rajasthán y en los cuales se sitúa el negocio en la planta baja y la vivienda propiamente dicha en las superiores.


El tamaño de los havelis varía mucho, algunos tienen muchos pisos e innumerables salas, con ventanas decoradas, arcos, puertas y preciosos balcones.


Hoy en día unos son museos, otros tiendas de recuerdos y la mayoría continúan siendo la vivienda de los descendientes de las familias que los construyeron.


Además hay siete templos jainistas y dos hinduístas.


La Fortaleza de Jaisalmer contaba con un ingenioso sistema de drenaje, pero con el paso de los años la presión demográfica ha hecho que hoy se enfrente con grandes problemas de conservación.


Filtraciones de agua, la actividad sísmica de la zona y que, a diferencia de otros fuertes, éste se construyó sobre una roca sedimentaria débil, hacen que a lo largo de los años algunas zonas se estén desmoronando y, aunque se están llevando a cabo obras de restauración, la descoordinación de los organismos implicados en ellas es un gran impedimento para su mantenimiento y restauración.


Hemos coincidido en uno de los templos jainistas con un grupo de adeptos que se tapaban la boca con una mascarilla porque llevan el respeto hacia los seres vivos a la máxima expresión y no quieren que, accidentalmente, un insecto entre en su boca y muera.


Había varias tiendas de plata, típicas de la ciudad, pero me da tanta pereza lo del regateo y todo ese ritual... Puede que luego me arrepienta, pero no he hecho ni la más mínima intención de comprar nada.


También hemos pasado un rato escuchando las canciones tradicionales de Rajasthán que interpretaba un viejo músico en una callejuela del fuerte. 


Por fin nos hemos cambiado de hotel del Fort Rajwada, de cinco estrellas pero habitaciones muy cutres, al Desert Tulip, de cuatro estrellas pero con instalaciones mucho mejores. Y más limpio. Cosas que pasan.
Nos han invitado a comer, pero sólo a nosotros y al guía, al conductor no. Y como hoy nos hemos levantado con ganas de dar guerra, hemos dicho que o venía él también o nada. Les debe parecer una excentricidad de extranjeros  pero estoy harta de tanta tontería con las castas. El chico es muy amable, y si el guía puede comer con nosotros, pues él también.


Después de dos horitas descansando en la habitación, hemos salido hacia el Desierto del Thar, a una zona casi en la frontera con Pakistán, y se nota por la cantidad de instalaciones militares que hay, para dar un paseo en camello por las dunas.



Cada persona ha montado en un camello, menos unas japonesas que iban juntas. Mi bicho al principio parecía dócil, pero después ha ido cambiando y se ha vuelto un poco loco. No hacía más que bajar la cabeza, arrascarse con las patas de atrás o hacer movimientos raros. Además el camello de las japonesas debía tener flatulencias, porque no hacía más que tirarse unos pedos apestosos. La verdad es que íbamos muriéndonos de la risa.


En lo alto de una duna hemos parado para hacer un paseo a pie y, cuando ya estaba mi camello en el suelo y yo iba a bajar, el cabrón de él se ha tumbado de lado y me ha tirado. El golpe no ha sido mucho porque ya estaba en el suelo, pero al caer mi pie se ha quedado enganchado en el estribo del otro lado. Ha sido un momento de tensión, yo tenía miedo de que se levantara y me arrastrara y los camelleros le sujetaban mientras me desenganchaban el pie.


Cuando al fin he quedado libre y me he podido levantar, yo tenía un soberano cabreo, los camelleros mucho "no problem, no problem" y yo soltando unos tacos en mi más puro idioma castellano, que ni Cela en sus mejores tiempos. Pero a todo el mundo le ha entrado la risa. Al final me reía hasta yo, pero los moratones tardarán semanas en borrárseme.


Menos mal que todo ha terminado bien, bueno, yo un poco dolorida y con más arena que una croqueta, en el pelo, en la ropa, pegada a la piel con el protector solar... He masticado arena, y no exagero, durante todo el viaje de vuelta. Que capullo el bicho. Y luego todos haciéndome fotos, el guía, las japonesas y hasta el conductor, que parecía tan formalito y también se ha reído lo suyo, aunque quisiera disimular.


Hacía tiempo que no tomaba una ducha con tantas ganas, hasta las sandalias han terminado en la bañera.
Con tanto jaleo hemos llegado tarde a cenar, pero no había nadie. El camarero era un poco pesado, pero supongo que intentaba agradar. Poco después ha entrado un grupo de franceses que ya habíamos visto en la comida, montando mucho jaleo y con unas risas y unas voces que hacían dudar de si eran de los Pirineos para arriba o de los Pirineos para abajo. Su guía se ha puesto a hablar conmigo, primero disculpándose porque el grupo era muy ruidoso. Yo le he dicho que los españoles estamos acostumbrados a eso y se ha enrollado a hablar hasta que ha llegado un momento que no sabía cómo quitármelo de encima. Debe ser el síndrome del guía de los franceses, yo alucino.

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