domingo, 16 de septiembre de 2012

Namasté, India

No he podido hacer el check in on line, en el segundo trayecto, Ammán - Delhi me daba un error, así que me ha tocado ir al mostrador de facturación y, efectivamente, no ha servido de nada que dijese que no quería facturar las maletas. Nos las han pesado y, claro está, nos pasábamos de peso, porque esta compañía sólo permite siete kilos en el equipaje de mano y eso casi lo pesa la maleta sola.  Por mucho que insistí no ha habido manera y hemos tenido que facturar una de las dos y cambiar las cosas que más podían pesar. Y si, ha llegado, pero rota. 

Pero lo mejor de todo ha sido la historia de los kiwis. No se nos ocurrió otra cosa que meter uno para cada día, por aquello de mejor no comer frutas y verduras frescas en el país. Casi kilo y medio en cada maleta que terminaron todos juntos en la que facturamos. Las risas llegaron cuando me di cuenta que, con las prisas, la mitad de los kiwis se habían quedado en la parte de fuera de la maleta, en el bolso que hace fuelle. Y que con los golpes que dan al equipaje se iban a quedar hechos puré. O zumo. Ya me imaginaba la maleta en la cinta del aeropuerto de Delhi chorreando un viscoso líquido verde chillón.

Tras dos horas de aburrimiento en el aeropuerto de Ammán hemos subido en el avión para Delhi. Me ha tocado un tipo en el asiento de atrás que ha estado dando por c. todo el camino. No ha parado quieto, y a cada cambio de postura, golpe va y golpe viene. Casi seis horas así. Eso, unido a que mi sueño es muy ligero, ha hecho que no haya podido pegar ojo durante todo el trayecto. Me he entretenido leyendo una revista o rellenando los impresos de inmigración, que son un rollo. Para colmo, una de las preguntas que hacían era que si llevábamos plantas, semillas, bulbos o frutas debíamos declararlo o arriesgarnos a tener problemas. Me he visto deportada a España por llevar unos kiwis para el desayuno. No se cómo funcionan las cosas en estos países, pero como broma no tenía ni puñetera gracia. No sabía que hacer y finalmente he decidido hacerme la tonta, socorrido recurso dónde los haya. Total están en la otra maleta, que no va a mi nombre y como soy la única que habla un poco de inglés los dos impresos los he rellenado yo. Siempre podía decir que no tenía ni idea de la existencia de los dichosos kiwis. 

Aterrizamos sin incidentes y bajamos a un aeropuerto con un calor asfixiante y pegajoso cuando ya empezaba amanecer en India. Nuevo control de pasaportes y entrega del impreso. Sin problemas. Respiré. Pero la historia no había acabado. Que vá. Cuando salió la maleta nos pusimos tan felices de que no escurriera líquido verde. Si que debían estar duritos. Y ya salíamos de allí cuando se nos acercó un hombre uniformado, nos señaló la maleta y nos preguntó si era nuestra. Creo que se me notaban los temblores. A la cárcel directamente. Le dijimos que si y nos pidió la tarjeta de embarque con el código del equipaje. Comprobó que era el mismo que el de la maleta y nos dijo que... ¡podíamos irnos!

Juro que no meteré un kiwi nunca más en la maleta. Si es necesario llevaré vitamina C y fibra en pastillas.

Vistas desde la habitación de nuestro lujoso hotel de 5*

Fuera nos estaban esperando de la agencia de viajes y nos han llevado junto a otra pareja en dos taxis al hotel en Delhi, dónde llegamos sobre las seis de la mañana. Por el camino el chico paró a la puerta de un templo para compararnos unos collares de flores naranjas como bienvenida.


Una ducha, poner un rato los pies en alto y... ¡bajar a desayunar!


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