sábado, 6 de julio de 2013

Alcobaça y Batalha

Tras dejar Lisboa con 40 grados, y no es broma porque ha salido en todas las noticias que no tenían temperaturas tan altas desde hace 10 años, hemos puesto rumbo al norte. El aire era una bocanada de fuego y las calles un horno.
El gps se ha vuelto loco porque había calles en obras y me ha hecho dar una vuelta tremenda. Casi a las doce de la mañana hemos llegado al Monasterio de Alcobaça.


Aunque ya había estado aquí hace años no lo recordaba tan impresionante. El monasterio es enorme, la primera abadía gótica construida en Portugal en el siglo XII,  y la visita transcurre entre la Iglesia, el claustro, las salas capitulares, los dormitorios de los monjes, de lectura...


Todo es del mismo estilo uniformemente gótico y muy bien conservado y o restaurado. La cocina es la más grande que yo recuerde haber visto. Azulejada hasta el techo y con una altísima chimenea que sube casi hasta el infinito.


















En la iglesia están los mausoleos de mármol de don Pedro I y de Doña Inés de Castro, que protagonizaron un amor en el que se mezclan la historia y la leyenda. Ella llegó a la corte acompañando a la que sería esposa del infante Don Pedro, pero pronto se hicieron amantes.


La nobleza y el rey no vieron bien estos amores y ordenaron el asesinato de  Doña Inés, aún cuando en este tiempo ya había fallecido Doña Constanza y se habían casado.


El infante nunca les perdonó y, cuando sucedió a su padre, ordenó a los nobles que la rindieran honores de reina y mandó ajusticiar a los asesinos.


Dentro del monasterio hacía fresco y desde luego nos hubiéramos quedado aquí mucho más tiempo si no fuera porque el viaje tenía que continuar hasta el cercano Monasterio de Batalha.


Se trata de otra monasterio gótico, construido por Juan I de Portugal para celebrar su victoria sobre los castellanos en la batalla de Aljubarrota. Es un alarde de arquitectura gótica, un mar de agujas que se elevan hacia el cielo azul.





















Tardaron dos siglos en construirlo, del XIV al XVI, hasta que el rey Manuel I decidió primar la obra del Monasterio de los Jerónimos. Con el terremoto de Lisboa, la invasión de las tropas napoleónicas y la expulsión de las órdenes religiosas, el conjunto fue abandonado y arruinado. Se inició la restauración a mediados del siglo XIX y no culminó hasta principios del XX. Hoy es patrimonio de la humanidad.


La Iglesia tiene una altísima nave central y a la derecha tiene la Capela do Fundador, una capilla panteón octogonal que en su interior está bañada por la luz de las vidrieras y en cuyo centro se encuentra el mausoleo de los reyes. Tiene arcos en las paredes que albergan más tumbas.





















Cuenta con dos claustros: el Real, impresionante por su complejidad y el otro, el de los novicios, más sencillo. 



Me ha parecido curioso ver a unos militares con traje de camuflaje paseando por el claustro y después he sabido la razón: en la sala Capitular del monasterio se encuentra la Tumba del Soldado Desconocido y dos militares montando guardia.






















A las Capillas Inacabadas hay que acceder desde fuera, aunque supongo que originalmente estarían comunicadas con la iglesia, a la cabecera de la cual se encuentran.


Es un edificio de planta octogonal que alberga siete capillas, una en cada lado. Son la prueba de que el monasterio en realidad nunca fue acabado pero constituyen una atracción en si mismas por lo curioso de su edificación.






















Tras visitar las ornamentadísimas y extrañas Capillas Inacabadas hemos vuelto al coche. Marcaba 42 grados que han bajado a 38 cuando hemos empezado a circular.


Oporto nos ha recibido con algo menos de calor, pero mientras estábamos en la recepción del hotel yo notaba como unas gotas de sudor me corrían por la espalda y descendían por la pierna. Estamos literalmente chorreando, y conste que yo no suelo sudar mucho, más bien al contrario.


La habitación nos ha gustado mucho. La ducha es una pasada, con hidromasaje, música y además tenemos un patio terracita porque nuestro apartamento está en el bajo, aunque como siga la ola de calor va ser imposible salir.


La cena, típicamente portuguesa, ha sido en un garito llamado Churrasquería América. Nos lo ha recomendado la chica de recepción, que habla bastante bien el castellano. De primero hemos tomado una sopa típica y de segundo bacalao, pero una ración enorme, bueno en realidad era media ración, pero no hemos podido terminárnosla.


Para bajar la cena se nos ha ocurrido dar un paseo hasta el puente del Infante don Enrique desde el cual la panorámica al anochecer del viejo Oporto, con el puente de don Luis I en primer plano, era el broche final perfecto para el día.

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