martes, 2 de julio de 2013

Portugal: Óbidos y Sintra

Hace muchos años de la primera vez que estuve en Portugal y llevaba tiempo rondándome la idea de volver. Y ha sido todo un acierto. Lo único malo ha sido la ola de calor, pero la hubiéramos sufrido igualmente en España.
El plan en principio era pasar cuatro noches en Lisboa y dos en Oporto y aprovechar el viaje de ida y el de vuelta para ver otros lugares como Óbidos, Batalha, Alcobaça, Sintra, Mafra...


Como era mucho decidimos salir prontito de casa, a las 5 de la mañana. No hubo ningún problema hasta que cruzamos la frontera e intenté validar la tarjeta de crédito para pagar los peajes de las nuevas autopistas portuguesas. Tienen la peculiaridad de que no hay cabinas ni máquinas para pagar sino que tienes que tener un dispositivo electrónico, o, en el caso de los extranjeros, dan como opción activar una tarjeta de crédito (Easy Toll) a la entrada en el país en la que se va cargando el importe, comprar un pase por tres días (Toll Service) que cuesta poco más de 20 euros, o comprar tarjetas por un importe fijo (Toll Card) de 5, 10, 20 o 40 euros. Esta última tiene el problema de que resulta casi imposible calcular el total y al final o compras de más o te quedas corto. 


Por comodidad me pareció que lo mejor era activar la tarjeta de crédito, aunque no me hacía mucha gracia. Pero resulta que llegamos a la maquinita de la frontera y me dice que mi tarjeta no es válida. Pruebo con otra y lo mismo. Probamos con una tercera tarjeta y sigue diciendo que no es válida. Apreté el botón de información y no me dijeron qué problema había con la tarjeta, simplemente me remitieron a la siguiente gasolinera. Cuando llegamos nos tomamos un café y fui a la tienda a preguntar si allí podía activar la tarjeta. Me dijeron que no, que sólo tenían las tarjetas e importe fijo y que lo único que podía hacer era coger el pase de 3 días, pero para eso tenía que buscar la gasolinera de Cepsa de Abrantes. 


El tema ya me parecía totalmente surrealista. Seguíamos venga a pasar puentes con el control de cámaras que nos hacían, supongo, foto de la matrícula y nosotros sin poder pagar. Te sientes un poco como un delincuente. Por fin encontramos la gasolinera en la que pudimos comprar el pase por los tres días, que más o menos nos salía por lo mismo que si hubiera podido pagar con la tarjeta.


Solucionado el tema de las autopistas, o eso creíamos, seguimos camino de Óbidos, nuestra primera parada. Poco antes de llegar al pueblo empezó a nublarse el cielo y a lloviznar. Qué mala suerte, con lo despejado que había estado durante todo el camino, porque es un pueblo para ver con sol y con cielo azul. 


Pero al mal tiempo buena cara y nunca mejor dicho. El coche lo dejamos en un parking fuera de la muralla y nos adentramos en la villa pasando por un gran arco de piedra. Allí, a la sombra de la puerta, había una anciana haciendo ganchillo y vendiendo sus tapetes. 


Seguimos por la calle principal hasta el castillo, ocupado hoy en día por una pousada y subimos a la muralla, que se puede recorrer prácticamente en su totalidad por su parte superior, disfrutando de unas bonitas vistas sobre el pueblo y los alrededores. 
Vagabundeamos un poco más por las callejuelas y, finalmente, cogimos el coche para ir a Sintra.


Por suerte empezó a salir un poquito el sol y, para no perder tiempo, nos comimos unos sandwiches en un parque que hay casi enfrente del Palacio Real. Poco tiempo después iniciamos la visita de éste y me pareció que estaba un poco más descuidado que la última vez que lo vi. 


Además una de las enormes chimeneas que lo caracterizan estaba en obras y la imagen se afeaba mucho. Sin embargo al ser ya primera hora de la tarde las vistas sobre el Castillo dos Mouros eran espectaculares.


Para subir al Palacio da Pena y al Castillo dos Mouros hay que seguir una estrecha y empinada carreterita de montaña, que una vez arriba se hace de un solo sentido. Yo no me di cuenta y me pasé el castillo con lo cual vimos primero el palacio y luego nos tocó dar toda la vuelta para volver a subir al castillo. 


Desde donde se encuentran las taquillas hay que atravesar los jardines por empinadas cuestas hasta llegar al palacio. Llegué agotada pero la otra opción, que era subir en un viejo autobús de época, me dio un poco de vergüenza...


Es un palacio decimonónico construido por capricho de Fernando II, esposo de la reina María II. Resulta una mezcla extraña y exótica de estilos y colores. Creo que lo que predomina es el neogótico pero tampoco sabría definirlo con exactitud. 


Conserva los mobiliarios, y la decoración es de cuando estaba habitado por la familia real. Muy curiosos los cuartos de baño, con sanitarios de cerámica con dibujos en azul, al estilo de la azulejería portuguesa. Desde las torres y terrazas exteriores puede verse el mar.


El día se estaba estropeando de nuevo y empezaba a haber alguna nube así que nos dimos prisa por ir al Castillo de los Moros. Es de origen árabe y destaca, sobre todo, por sus vistas sobre el Palacio Real y el pueblo de Sintra. 


Pero después de subir miles de cuestas y escaleras resultó que el Palacio da Pena no podía verse porque estaba inmerso en una nube. Me dio mucha pena porque recordaba que era una vista preciosa. Estuvimos allí un rato esperando a ver si levantaba la niebla, pero cada vez se puso peor.


No tuvimos más remedio que seguir hacia Lisboa porque yo ya había quedado con el dueño del apartamento en que estaríamos allí en torno a las 8 de la tarde.
Llegamos gracias al GPS justo hasta la Rúa Garret sin más incidentes que el atasco que había en la Baixa por obras.
Paulo llegó pocos minutos después y nos enseñó el apartamento, además de acompañarme al garaje que estaba cerca.
Después de habernos levantado tan temprano y de estar todo el día conduciendo y por ahí subiendo y bajando cuestas, cuando nos sentamos ya no pudimos levantarnos más, así que dejamos lo de salir a cenar fuera para el día siguiente.

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