jueves, 4 de julio de 2013

Ola de calor en Lisboa

Sigue haciendo mucho calor. Dicen que hoy podemos pasar los cuarenta grados. Por un lado es lógico dado que estamos en el mes de julio, pero no es lo ideal para andar pateando la ciudad todo el día.


Para subir al Castelo dos Mouros hemos salido prontito, que entre el calor y las cuestas si no es imposible. Ha sido un paseo casi agradable si no fuera por las agujetas que tengo en los gemelos de tanto subir y bajar. En lo alto del castillo soplaba una suave brisa y entre esto y la sombra de los pinos, el recorrido, uno de los más espectaculares de Lisboa, ha sido casi perfecto. 


Después de pasear por las murallas y los torreones hemos estado un rato en el museo y en la terraza de la cafetería, donde hemos tomado una ensalada y un bocadillo y dejado pasar el tiempo, disfrutando del lugar y dándonos pereza dejar esa tranquilidad para pasar al achicharramiento de las calles de la Alfama. Al menos ahora sólo había que bajar.


Por aquí es mejor perderse, caminar sin rumbo dejándose llevar.






















El paseo ha terminado en la Casa dos Bicos, una hermana portuguesa de la Casa de los Picos segoviana. Personalmente yo prefiero esta última pero sólo es una opinión y además yo tengo debilidad por Segovia.


En la Plaza del Comercio hemos cogido el tranvía nº 15 para Belén. Pero era de los nuevos y no cobraba el conductor, sino que, o llevabas tarjeta, o había unas maquinitas dentro que sólo admitían monedas. Y sólo teníamos billetes y alguna calderilla, por eso he estado de los nervios hasta que hemos llegado, pensando en la vergüenza que iba a darme si nos pedía los billetes un revisor. Además en las líneas turísticas suelen vigilar mucho más. Por eso, con los nervios, hemos bajado una parada antes.


La caminata hasta la Torre de Belem, pasando por el monumento a los Descubrimientos, a las tres de la tarde y con treinta y tantos grados ha sido infernal.


Me he sentido fatal, creo que he estado al borde del golpe de calor, así que  hemos hecho unas fotos exteriores y pasado de entrar.


No me sentía con fuerzas para subir más escalones hasta lo alto de la torre. Mi salvación ha sido un kiosco de helados donde he comprado una botella de agua y así, por lo menos hidratada, hemos seguido hasta el Monasterio de los Jerónimos.


Es un conjunto impresionante, el claustro es bellísimo y la Iglesia te deja sin palabras. A pesar de lo recargado del estilo gótico manuelino, me ha gustado muchísimo.



Para el final se han quedado los pasteles de Belém. La famosa pastelería está a un paso del monasterio y allí un camarero muy amable nos ha servido unos cafés y recomendado que tomáramos un par de pastelillos por cabeza. Desde luego era la cantidad correcta, pero yo me hubiera comido media docena. Deliciosos. Son una especie de tarteletas de masa filo, muy fina y crujiente, rellenos de fina crema pastelera gratinada y los sirven calentitos, como recién hechos.


Esta vez hemos esperado en la parada del tranvía con el importe exacto, 2,85 euros en monedas por cabeza. Pero mientras estábamos allí ha llegado un bus que ponía que su parada final era la Plaza Figueira así que como nos venía mucho mejor hemos subido. Esta vez sí que nos ha cobrado la conductora, 1,80 euros, osea casi la mitad que el tranvía. No entiendo muy bien la razón, pero hemos acertado de pleno. Un corto paseo, cuesta arriba claro, y a poner los pies en alto en el apartamento, escuchando el disco de fados que compramos ayer. Relax total, no creo que salgamos ni para cenar. ¡Algo habrá comestible por ahí!

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