miércoles, 3 de julio de 2013

Reencuentro con Lisboa

Hoy ha sido un día intenso y caluroso de escaleras, cuestas y miradores. En Lisboa los miradouros son una de las principales atracciones de la ciudad. Los hay para todos los gustos: en ascensores, en terrazas, en azoteas... Mi preferido sin duda es el de San Pedro de Alcántara, al atardecer y por la noche. 



Al atardecer porque el sol ilumina la parte de enfrente, la Baixa, la Alfama, el Castillo, la Sé y hasta el río y, con suerte, en los jardines una suave brisa refresca los ardores de esta época. Por la noche también están animados. La gente sigue subiendo y bajando por el elevador da Gloria hasta que éste cierra, ya tarde.


El día ha sido algo anárquico. No teníamos un itinerario prefijado así que nos hemos dejado llevar. Nuestra casa está en la rúa Garret y hemos bajado hasta el Rossío y llegado hasta la Praça dos Restauradores y la Estación de Rossío. Después hemos pasado a la Praça Figueira, deambulado por la Baixa, subido al Elevador de Santa Justa, vuelta a la Baixa, ir Praça do Comercio...






















El elevador de Santa Justa es un ascensor inaugurado en 1900 que comunica los barrios de Baixa y Chiado y que actualmente es una de las atracciones turísticas de la ciudad por su estructura, que nos recuerda a Eiffel (lo construyó un seguidor suyo, Mesnier du Ponsard), por las vistas que se disfrutan desde su terraza y por sus sus dos cabinas, revestidas de madera y que al principio funcionaban con motor a vapor.


Como el cansancio y el calor ya hacían mella hemos decidido subir al castillo en el tranvía nº 28, un clásico que va desde el Barrio Alto hasta la Alfama. Pero nos hemos liado y cuando nos hemos querido dar cuenta, en vez de parar en Graça hemos bajado otra vez, así que al final hemos tenido que ir a pie con todo el calorazo.


En el miradouro de Graça hay una agradable terraza con unas preciosas vistas de la ciudad, del Barrio Alto, de Chiado, de la Baixa y de todo el Tajo, pero hemos preferido seguir hacia el castillo. No hemos acertado, y medio camino, a las tres de la tarde, he decidido que mejor dejarlo para mañana a primera hora, porque con las temperaturas que estábamos alcanzando me sentía incapaz de subir y bajar más cuestas. 


El Miradouro do Portas do Sol está cerca y allí hemos comprado unas acuarelas a una chica que incluso nos ha regalado un par de ellas.


Muy cerca de allí está el miradouro de Santa Lucía, que luce unas preciosas buganvillas en una pérgola, pero que estaba bastante descuidado.



Apetecía una cervecita en el restaurante de al lado, en el que pensábamos comer, pero al ver los precios ... eran una pasada para lo que era el sitio. Por lo tanto después de descansar un rato y tomar el fresco, nos ha parecido que a mediodía y con treinta y pico grados, nada mejor que una visita relajada a la cercana Sé, la Catedral de Lisboa.






















Hacía tan fresquito dentro que daba gusto estar sentada en un banco, contemplando una de las pocas edificaciones románico-góticas de la ciudad, que quedó arrasada en el terremoto y posterior tsunami de 1755. El claustro está hecho polvo y para colmo, donde deberían estar los jardines, hay una excavación arqueológica.


El terremoto de Lisboa causó la muerte de casi cien mil personas. Provocó un maremoto y fuegos, de tal manera que la ciudad quedó prácticamente arrasada. Se calcula que pudo alcanzar un grado nueve de la escala Richter. El terremoto duró unos minutos pero, al estar situado su epicentro en el Atlántico, hizo que cuarenta minutos después llegaran al puerto tres grandes olas, que pudieron llegar a los veinte metros.
Las zonas que no fueron destruidas por el agua fueron arrasadas por los fuegos que asolaron la ciudad durante cinco días. Las pérdidas materiales fueron tremendas. Palacios, iglesias, bibliotecas, archivos, obras de arte, hospitales, teatros... La mayoría de la arquitectura de estilo manuelino desapareció, quedando como muestra el Monasterio de los Jerónimos en Belem, uno de los pocos edificios que se salvaron.
El Marqués de Pombal encargó la reconstrucción de la ciudad en un nuevo estilo, con calles amplias, rectas y en cuadrícula. La Baixa.

Y de allí a casa, pasando otra vez por la Baixa, un helado, unas compras...






















Tras una hora descansando en el sofá y tomar un cafetito en A Brasileira, el famoso café lisboeta al que acudía Fernando Pessoa cada día y que tiene una escultura del escritor en la terraza, nos hemos dirigido al mirador de San Pedro de Alcántara subiendo por la Rúa de la Misericordia. En una plaza a la derecha, había un concierto de fados.


Como todavía estaban con los preparativos lo hemos dejado para más tarde y subido al mirador. ¡Qué bien se estaba allí! He estado charlando con un chaval senegalés que al final ha conseguido vendernos unos bonitos colgantes de ágata.



Se escuchaba hablar en todos los idiomas, pero los más curiosos como siempre, eran los grupos de japoneses con sus extraños atuendos. No sé si pasan olímpicamente de modas o es que tienen una incapacidad innata para combinar la ropa. Si a esto se le añaden los paraguas a modo de sombrilla y las viseras sin gorra... 


De vuelta nos hemos quedado en el concierto y luego ido a cenar al Luso. Vale, es una turistada, pero de vez en cuando apetece. Cena, fados, bailes tradicionales...
Cuando hemos salido, ya de noche, no hemos resistido la tentación de volver al mirador. Había menos gente, pero las vistas nocturnas eran tanto o más impresionantes.



El paseo de vuelta a casa ha sido muy agradable, con una temperatura perfecta y una suave brisa, pero estoy muy, muy cansada...

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